Canto de pasión en Los Califas
Manolo García ofrece en Córdoba un concierto de más de tres horas en una plaza de toros casi llena
Si Manolo García toca una más acabamos comiéndonos los jeringos en Costa Sol. De hecho, la churrería de Gran Vía Parque esperaba con profesionalidad y acierto a los que salíamos de la plaza de toros a eso de la una y diez. Tres horas antes, Manolo García saltaba al escenario instalado en Los Califas cantando Insurrección, de El Último de la Fila, anticipando con ello que, a pesar de su gran discografía en solitario, la noche sería un homenaje a la nostalgia del numerosísimo grupo de talluditos que allí nos dimos cita.
Por delante un setlist de 33 canciones que recorren casi toda la discografía del catalán, ejecutada con un elenco de grandísimos músicos a los que hay que añadir un guitarrista flamenco y una bailaora, además de Olvido Lanza, violinista que acompaña a García prácticamente desde el inicio de su carrera en solitario.
Una gira esta que el cantante anunció como ‘eléctrica’ y ciertamente lo es, con un sonido espectacular y una puesta en escena aún más brillante. Desde sus tiempos junto a Quimi Portet es algo que han cuidado siempre mucho. Cinco pantallas en las que se sucedían imágenes llenas de colorido, simbolismo o primeros planos de él y la banda, un espectáculo animado aún más con la suelta de globos gigantes y cañones de plumas. Un fiesta para un público que casi llenó la plaza de toros y que no bajaba de la treintena, ventaja con la que juega el veterano García, porque no toca para los damnificados por el reguetón ni el trap sino para gente formal que de verdad ama la música.
Aún así, Manolo García dedicó especialmente el concierto al público «de Pozoblanco y Écija» allí presente, a «los pequeños ganaderos y agricultores» que nos dan de comer y a «los autónomos que tanto curran» además de saludar a la «gente venida de otras comunidades, como Madrid y otras partes del territorio nacional», no vayamos a decir ‘España’ por error, caray, cosa que choca en el artista con más españolidad de la escena nacional del rock . Español y flamenco, como dejó claro una vez más con la secuencia Azulea, Rosa de Alejandría, La Maturranga, Laberinto de Sueños y Con los hombres azules , tramo del concierto que bien podría haber sonado él solo en el Festival de la Guitarra, y que dejaría el sabor de boca preparado para Pájaros de barro, una canción ya mítica, con la que el Manolo García obrero de la música, artista del pueblo, se tira al ruedo para darse un paseo hasta las gradas entre el público, que lo bombardea con sus móviles, de los que curiosamente García tanto abomina.
En forma
Mucho se habla de Keanu Reeves, pero el pacto con la eterna juventud de Manolo García, a punto de cumplir 69 tacos, es digno de admiración. Aunque se tiña la barba, García no ha perdido nada de frescura sobre todo en la voz, que suena espléndida y que no se resiente en ningún momento en un show de tres horas. Tú le metes solo dos de espectáculo a cualquier artista indie-emergente de ahora y acaba pidiendo árnica y Red Bull. Físicamente García está en plena forma y hay momentos del concierto en que uno, de verdad, no sabe si está viviendo en 2024 o 1993, porque el sonido y la actitud siguen siendo igual que hace años. También en la turras o brasas ecologistas y anticapitalistas, que mantiene desde sus tiempos con Portet y que tantas críticas- entonces- le costó por parte de una prensa especializada que solo escribía de música. Es quizá lo peor de un espectáculo de primer nivel, sobre todo porque García, artista enorme, queda a medio camino entre una parodia de Toni Moog y Pepe Rubianes. Pero se ve que no lo puede evitar.
La nostalgia revisada
Si bien hubo momentos para los más recientes álbumes Mi vida en Marte y Desatinos desplumados son las canciones de Arena en los bolsillos las más celebradas y las que suponen un golpe de efecto a lo largo del espectáculo. Antes del primer bis sonaron Sobre el oscuro abismo en que te meces, Somos levedad, A San Fernando y Viernes, que puso el broche para la pausa. La ópera prima de Manolo García también fue su obra maestra, y aunque ha tratado con honestidad y riesgo de mantener el listón alto tras ese discazo, nunca lo consiguió. Pero su público, legión fiel, corea de principio a fin todas y cada una de las coplas que se suceden en un concierto que tomó la recta final con la imbatibilidad que dan los temas de El Último de la Fila: una relajada Lejos de la leyes de los hombres, Aviones plateados, A veces se enciende y Como un burro temas revisados y actualizados que suenan como un vino añejo recién abierto. García y su grupo remataron la faena con Prefiero el trapecio y Si te vienes conmigo antes de un segundo bis que fue lo peor del concierto.
Si cierras, hazlo bien
El Manolo García activista es un brasas, ya se ha dicho. Y lo demostró con el paripé de empezar a cantar el segundo bis con Cuando yo quiera has de volver, enorme ranchera de Juan Gabriel, que paró tras la primera estrofa por machista. «Está muy feo decirle a una mujer lo que tiene que hacer». Es la pesada manía progre de sermonear al respetable que ha pagado una entrada para escuchar música, no homilías laicas. Pero en el caso de García, como hemos señalado, va en el paquete. Le siguió otra ranchera, esta sí, completa. No tiene mucho sentido cantar El Rey cuando eres uno de los músicos contemporáneos con más temas propios compuestos, éxitos rotundos muchos de ellos, pero es una frivolidad festera que precisamente por ser Manolo García te puedes marcar. Lo que descuadra es acabar un concierto excepcional lleno de grandes canciones de toda una carrera con La Bamba. ¿De verdad? ¿ Eres el autor de Huesos y eliges La Bamba? Ay.
De todas maneras queda para siempre un magnífico concierto, generoso, brillante y profesional y los ecos de un Llanto de pasión que interpretaron como si fuera 1988. «No recuerdo quién fue a la que tanto amé. Qué cansado estoy». Vamos a por los churros para reponernos.