Manolo Caracol y Lola Flores

Manolo Caracol y Lola Flores

Recuerdos del Gran Teatro

La propiedad había propuesto al Ayuntamiento un acuerdo económico menor, pero con algunos edificios en permuta

En 1866, el arquitecto Pedro Nolasco Meléndez concibió el pensamiento de abrir la calle del Gran Capitán hasta los Tejares, y aún cuando en un principio pareció descabellado, el resultado ha probado lo útil y conveniente que era. Para ello se expropiaron cuatro pequeñas casas que cerraban el paso, dejando un pequeño callejón que en línea curva iba desde la esquina de San Hipólito al callejón del Águila; se tomó terreno de los huertos del Vidrio y del Águila y se abrió la calle hasta los Tejares, rompiendo la muralla. Ello implicó el desmonte del paseo de San Martín. Realizado este desmonte se vio que sobraba el terreno que luego sería ocupado por el café y el teatro. Se anunció su venta y no apareciendo postor, se cedió gratis a una empresa que ofreció construir casas, pero esto no prosperó. Fueron distintos Ayuntamientos, unos abriendo la calle, otro formando el paseo, otro plantando los naranjos y otro colocando los asientos, los que llevaron a cabo una buena mejora.

Fue la empresa dirigida por el ingeniero Juan de la Cruz Fuente y el ayudante del cuerpo Mariano Castiñeira, que a la vez adquirió el ex­­-convento de San Francisco, la que se decidió finalmente a edificar el café y teatro titulados del Gran Capitán después de plantearse varios proyectos. Así, levantó el primero, el café, que es muy lindo, y que con más adorno sería uno de los primeros de Andalucía. Pero, cuando se habían sacado los cimientos para el segundo, el teatro, se disolvió la empresa.

Lo edificado fue enajenado por el banquero Pedro López, quien puso las obras bajo la dirección del entendido arquitecto Amadeo Rodríguez, quien, con una liberalidad que le honra, ha dotado a Córdoba de ese hermoso coliseo que todos elogian, y en el cual no se escatimó en gastos para hacerlo con arreglo a los últimos adelantos.

Después de años de distinta suerte y empresarios que explotaron el Gran Teatro en régimen de alquiler, se hizo cargo la empresa Sánchez Ramade. En esta época se programaron temporadas de zarzuela, comedias, obras de teatro, y la proyección de películas de calidad. Pero, a pesar de todo, con los volubles cambios en los gustos del público, en 1970 tuvo que cerrar. Y así estuvo una década: cerrado y casi abandonado.

Llegó un momento en que el Ayuntamiento de Córdoba, con el alcalde Julio Anguita al frente, cayó en la cuenta de que salvo el Gran Teatro, la ciudad no contaba con ningún otro establecimiento importante para espectáculos. Y entonces, en 1980, comenzó un intercambio epistolar entre el Ayuntamiento y la propiedad, bastante fluida y reiterada, pero no por ello se llegó fácilmente a un acuerdo para comprar el inmueble.

Antes, la propiedad había propuesto al Ayuntamiento un acuerdo económico menor, pero con algunos edificios en permuta, como el antiguo edificio de Hacienda, el edificio del antiguo Asilo Madre de Dios, el Matadero Municipal, y terrenos en la Avenida de Carlos III, pero el asesor del alcalde le convenció de que los intercambios y el dinero darían siempre peor imagen para la corporación. Finalmente se optó por la compra directa.

Una vez resuelta la compra y pagada la misma, el Ayuntamiento de Córdoba encargó al arquitecto José Antonio Gómez Luengo un proyecto de remodelación de acuerdo a los criterios de lo que el Ayuntamiento pretendía hacer con el edificio. El presupuesto inicial fue de 420.961.875 pesetas. Pero luego la realidad y la complejidad del edificio, hizo que se alcanzasen costes que duplicaban este importe inicial.

El idilio del arquitecto José Antonio Gómez Luengo con el edificio que le correspondió restaurar entre 1982 y 1986, el Gran Teatro de Córdoba, es el hilo argumental del documental que narra la historia del proceso de recuperación de la obra original de Amadeo Rodríguez, que en 2023 ha celebrado su siglo y medio de existencia.

Foto de la subida de las enormes cerchas

Foto de la subida de las enormes cerchas

La ingente obra de remodelación y equipamiento se concedió a una importante constructora que siendo de Jaén ya llevaba varios años construyendo urbanizaciones importantes en Córdoba con total solvencia, como los distintos bloques Europa que se hicieron por la zona del Camping y la calle Teruel que llenaron aquella zona de lujosos pisos con piscina y buen confort.

Lástima que no se vea en el vídeo

Recientemente se ha publicado un video sobre la rehabilitación del Gran Teatro en donde aparece el arquitecto José Antonio Gómez Luengo explicando de forma muy correcta y clara cómo llevó a cabo el proyecto de dicha remodelación. Este vídeo ha sido editado por el IMAE y el Colegio de Arquitectos el 6 de junio 2024, y responde al título: «El Teatro y su Arquitecto».

Lo que no se ve en el vídeo es el trabajo de cerrajería, hierros y estructura metálica que ejecutó la sencilla empresa Unión Cerrajera Cordobesa, que se las tuvo «tiesas» cuando negociaba con la empresa que realizó la obras de rehabilitación cuyo gerente o administrador, era especialmente muy duro y falto de comprensión. Los trabajadores Antonio y Florencio Ruz Castillero de Unión Cerrajera realizaron la mayoría de este trabajo. Siendo unos grandes profesionales y con sus opiniones y experiencia, según ellos, libraron de algunas complicaciones al conjunto de la obra y al arquitecto. También destacaron la gente de su propio taller como Manolo Cazorla, Pepe 'El Trujillo', Alejandro Luque, Antonio Léonar y Paco Losada, que fueron los que realizaron aquellas aparatosas cerchas que elevaron considerablemente las cubiertas del Gran Teatro para habilitar entre el techo y las cubiertas un salón de actos que mucha gente no conoce.

Aquella obra del Gran Teatro no cabe duda que fue una apuesta personal del arquitecto José Antonio Gómez Luengo, y llama la atención como dice en su vídeo que no se apoyó en ningún ingeniero para los cálculos que implicaron la remodelación.

Y podemos dar fe de ello porque cuando estábamos haciendo aquellas aparatosas cerchas en el llano del Valle de los buitres (junto a la alameda del tiritar), en más de una ocasión y con la cercha totalmente montada y con su mano de pintura de protección dada, aparecía por allí el activo arquitecto que llamaba a Antonio Ruz Castillero o a su hermano Florencio para decirles: «Hay que añadirle un tirante que trabaje a comprensión». Aquello era algo más que cortar situar y soldar un simple hierro, aquello significaba que había que soldar el citado tirante (bien en angular u otro perfil) después de hablar el arquitecto y dar sus explicaciones, y en la mayoría de los casos había hasta que voltear y situar en posición la cercha con la enorme envergadura que tenía. Aquello suponía dedicarle la atención de dos o tres trabajadores durante un buen rato.

El arquitecto fue siempre un señor en el total sentido de la palabra, pero aquellas cerchas estaban valorada su ejecución sobre plano por el kilo de hierro, y la aportación de estos pequeños despieces de última hora era un trabajo que nunca estaban compensados por el precio que la empresa constructora había aceptado por kilo en el presupuesto. Y eso era lo único que ella aceptaba, no queriendo saber nada de todas estas dificultades y aportaciones de última hora.

Este detalle se lo hicimos saber al arquitecto y comprendió nuestra postura, pero el que no la comprendió nunca era el que hacía las veces de gerente o administrativo que apretaba lo suyo y nunca comprendía estas modificaciones o alteraciones de última hora y sobre la marcha como ya hemos expresado.

Puedo asegurar que la experiencia de aquella obra por parte de Unión Cerrajera en el tema de los hierros fue muy negativa, no por el arquitecto que fue un hombre agradable y comprensible, sino por los que tenían que pagar la factura del trabajo que allí se hacía. No cabe duda de que el arquitecto estuvo todos los días pendiente de esta obra, y resolviendo los problemas que sobre la marcha iban surgiendo. Y en eso el mismo arquitecto les daba las gracias personalmente a los hermanos Ruz Castillero, que llevaron a cabo todo el trabajo en el tema de los hierros que se fue produciendo.

Me acuerdo perfectamente que un día llegaría el arquitecto al Valle de los buitres y nos confesaría: «Tengo el problema de unos pendolones a base de tres hierros de obra soldados entre sí, que de arriba abajo quiero colocar para sostener el anfiteatro, los palcos y las localidades superiores, y me quita el sueño pensar en esa solución, pues no estoy muy seguro de que eso aguante a la rotura dicho peso». Al escuchar esta preocupación nosotros nos acordamos de Mateo Maya Sánchez, que era experto en soldadura y en pruebas de laboratorio, y lo pusimos en contacto con él, y preparando unas probetas de ese tipo de pendolón que quería hacer, las sometió en el laboratorio del Colegio de Peritos a las pruebas pertinentes y se pudo comprobar que respondía a todas las exigencias. Dichas pruebas fueron certificadas por el organismo de calidad Bureau Veritas. Aquel trabajo lo supo agradecer y fue uno más en los muchos en que se le ayudó a solucionar entre otras cosas porque era un hombre educado y muy correcto, y el respeto que ofrecía en el desempeño de su trabajo lo merecía. Pero la empresa tampoco pagaría nada por aquello.

De la opinión que nos mereció el arquitecto, no podemos decir lo mismo de la empresa constructora al menos por el que hacía de gerente que no quería pagar nada o casi nada. Por ejemplo, para el montaje de las cerchas y subirlas a su lugar de colocación, hubo imponderables un tanto imprevistos, como los de cortar incluso hasta la circulación de la entonces avenida del Gran Capitán, además de utilizar grúas de Barea que tuvieron que ser especiales, por las dificultades para maniobrar, y acceder a la zona de la obra, y ante estos imponderables se habló de este problema a la empresa constructora y ella se negó a colaborar en nada. Fueron muchas las veces que Unión Cerrajera estuvo animada a abandonar el trabajo, pero como la empresa constructora la tenía siempre cogida (no liquidaba facturas), sino que hacía entregas a cuenta mediantes letras aceptadas de 500.000 pesetas, El volumen de la obra en curso y la necesidad de pagar sueldos y materiales les obligaba a tener que continuar.

Al liquidar la primera factura a origen que se realizó (se llegó a facturar hasta más de 20 millones de pesetas), salió el tal gerente con que no pagaba el ITE que era el tráfico de empresas que existía en aquellos tiempos, y así, una tras otra no fueron pagando el ITE, por lo que nos vimos obligados a hablar con el concejal del Ayuntamiento Lucas León Simón en el sentido de que al pagar las correspondientes certificaciones el Ayuntamiento a la constructora, le exigiera que pagara a Unión Cerrajera lo que era legal. Por fin, y ante la posible presión del Ayuntamiento se vinieron a pagar en cuatro o cinco plazos el ITE que no habían pagado en su momento.

Con toda seguridad, Unión Cerrajera Cordobesa, como una empresa de trabajadores se sintió orgullosa de haber colaborado con su aportación en todo lo referente a cerchas, cerrajería, marquesinas, chapado de entreplantas, hierros del escenario, etcétera. El Gran Teatro está ahí, y estará con el paso de los tiempos. Siempre recordará la categoría humana del arquitecto, su positivismo, y su capacidad de trabajo.

Pero siempre recordará que aquella obra de rehabilitación del Gran Teatro que se realizó al principio de los años de 1980, contó con la aportación de todos los componentes del taller, especialmente los hermanos Antonio y Florencio Ruz Castillero, grandes profesionales que desplegaron todo su saber resolviendo problemas 'in situ' que se les fueron presentando. A lo hecho pecho, pero con toda seguridad y con la experiencia vivida en esa obra, nadie se atrevería a realizarla de nuevo en las condiciones que estableció el citado gerente.

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