El atleta español Joaquín Blume en su colosal actuación de 1957

El portalón de San Lorenzo

Ojalá fuera verdad...

La sección de calderería consiguió toda una proeza con la homologación profesional de rango mundial

Reconozco que de cualquier Olimpiada lo que más me agrada son las pruebas de natación, gimnasia y el atletismo en pista. Precisamente viendo el concurso general de aparatos quedé gratamente sorprendido de la sensacional actuación del joven atleta japonés Shinnosuke Oka que ganaría el concurso olímpico.

Al presenciar dicha fabulosa actuación del japonés en las anillas, mis recuerdos se fueron para nuestro Joaquín Blume Carreras (1933-1959) que fuera campeón absoluto del entonces fortísimo Campeonato de Europa de Gimnasia celebrado en 1957 precisamente en el Estadio Coubertín de París. Aquel Campeonato significó un duelo gimnástico entre los dos mejores atletas del momento, Joaquín Blume y el ruso Yuri Titov que había sido el gran vencedor de la Olimpiada de Melbourne de 1956. A dicha Olimpiada no acudió España en señal de protesta por la invasión rusa con sus tanques al pueblo húngaro. En aquél Campeonato de Europa, Joaquín Blume fue el vencedor del Concurso General y además obtuvo también el triunfo en anillas, caballo con arcos y paralelas y un segundo puesto en la barra fija.

Nunca olvidaremos aquella mañana del mes de abril 1959 y cuando estábamos esperando el autobús que nos llevaría a la Universidad Laboral y, estando en la parada del autobús del Jardín del Alpargate, llegaría el profesor de taller en la sección de Calderería, Antonio Pérez Flores, que con su voz un tanto arrugada nos diría: «He oído en la radio que se ha matado el gimnasta español Joaquín Blume, con su esposa y todo su equipo de atletas, al parecer su avión un DC-3 del vuelo 42 de Iberia se ha estrellado por los cerros de Cuenca».

Volteo de una Cuba en el proceso de fabricación (1964)

Los húngaros

El triunfo del Japón en gimnasia artística es muy habitual y por ello no constituye ninguna primicia informativa. Quizás la única primicia informativa que relacionamos con el Japón, es la agradable noticia de que la empresa japonesa Hitachi tiene la intención de invertir de forma decidida en una sección de calderería para su fábrica de Córdoba. Por ello, bueno será recordar aquella antigua sección del mismo nombre cuando la fábrica se llamaba Cenemesa o Westinghouse, en funcionamiento hasta que los suecos de ABB decidieron llevarse la producción de la calderería al País Vasco y dejar totalmente abandonada una nave perfectamente equipada con sus puentes-grúa, su plegadora, su cilindro, su cizalla y su correspondiente instalación del corte con soplete, incluido un pantógrafo de máxima actualidad entonces y una cabina de granallado.

Pero, por encima de las máquinas y las instalaciones, esa sección de calderería contaba con una plantilla de trabajadores con muchas horas de experiencia a sus espaldas, transmitiendo sus conocimientos de generación en generación, y con una modélica Escuela de Aprendices cómo catalizador en la aplicación de nuevas tecnologías. A juicio de los que entendían y se movían en las «alturas» de la empresa, el haberse llevado la calderería de nuestra ciudad obedecía a un intento de dejar la fábrica de transformadores de Córdoba reducida a una mínima y menguada expresión. Tenemos que sospechar que lamentablemente, algunos cargos importantes de la fábrica cordobesa colaboraron incluso, por acción u omisión, en aquella tropelía que se le antojó a los suecos de la ABB.

Nadie discute que en el norte de España existe una larga tradición en las labores de la calderería, reconocida con justa fama, pero es que aquí en Córdoba ya había una gran base desde los años 30 del siglo XX, con los primeros trabajadores de martillo y mazo en el mármol de aplanado, conocedores como nadie de las entrañas básicas de la chapa. Luego, el manejo de la tijera, el cilindro, la piedra de amolar, el soplete, la plegadora y la soldadura, permitieron alcanzar altas cotas de eficacia y productividad. Además, el hecho de que la fábrica entonces integrara todas las fases productivas permitía que en la ejecución de la cubas de los transformadores cualquier error de medidas en el aislamiento de la parte activa, se resolviese rápidamente bajando al taller o subiendo a la oficina de delineación. Estaba todo en casa y a pedir de boca.

Siempre recordaré, allá por los años 60, recién entrado a la fábrica, al gran y eficaz montador de cubas Jorge Orden Cano, que manejaba un tremendo plano con el tamaño del hule de una mesa grande de comedor. Me asombraba su rapidez para interpretar aquel complicado trazo de números y dibujos, que tenía vistas y abatimientos por todas partes, y con notas hasta en los cantos del plano. Tras analizarlo minuciosamente, haciendo honor a su apellido, lo pasaba a su equipo formado por el que punteaba y situaba los despieces, el amigo Fermín, y después al simpático Leva, el soldador, para que éste los dejara perfectamente fijados mediante el ángulo de soldadura adecuado.

La sección de calderería recibía el mote cariñoso de «los húngaros», porque este mismo nombre fue el que escogieron sus trabajadores para participar en un lejano campeonato de fútbol organizado entre las distintas naves de la entonces llamada Constructora Nacional de Maquinaría Eléctrica (Cenemesa). En esos tiempos la selección magiar liderada por Puskas era el «equipo maravilla», y supongo que les parecería, con razón, un buen referente. Con el color tiznado de su ropa de trabajo, formaron un grupo humano muy experimentado y profesional. Fueron tantos que es imposible nombrarlos a todos, pero cito aquí sólo a algunos como homenaje de gratitud a todos ellos: Pedro Molina, Daniel León, José Fresco, Juan Tena, Jorge Orden, Antonio Trenas, Rafael López, Eloy García, Enrique Jurado, Francisco Rincón, Antonio Gordillo, Francisco Medina, Antonio Pérez, Manuel Alfaro, el trazador «El Niño»... Y el veterano gran artista del soplete Madueño. Como ejemplo, Francisco Rincón Guerrero, gran persona y excelente compañero, fue un profesional como la copa de un pino y un soldador de categoría universal, ya que trabajó por medio mundo dejando a buena altura el nombre de su empresa. Soldaba con una calidad insuperable, a veces en sitios muy complejos donde no se subiría ni un «sherpa».

En aquellos tiempos de finales de los años 50 la estanqueidad de la cubas se probaba llenándolas de agua, lo que las convertía en autenticas piscinas. Me decía Pablo Tena (gran profesional de la soldadura) que más de una vez se intentó dar una broma enganchando a cualquier compañero despistado con el gancho de la grúa para sumergirlo en esa piscina. Afortunadamente, nunca pasó nada.

En la década de los 60 la calidad y las técnicas de soldadura mejoraron sensiblemente y ya no era necesaria la prueba del agua. Eran soldaduras con electrodo grueso de 7 milímetros, y se lograban unos ángulos totalmente estancos. A mediados de esa década, llegarían las máquinas de hilo continuo y mejoró aún más la calidad de la soldadura.

Por esas mismas fechas, esta sección de calderería, llamada oficialmente “la 901 calderería", consiguió toda una proeza con la homologación profesional de rango mundial que se le exigió para que hicieran las cubas de los transformadores de una gran central nuclear francesa situada un poco más allá de los Pirineos, propiedad de la empresa francesa Eurodif. El reto fue muy exigente para toda la fábrica de Córdoba (ya en manos de Westinghouse), pero muy especialmente para esta sección, ya que fueron muchos los protocolos y ensayos de calidad que tuvieron que cumplir al trabajar con aquel extraordinario espesor de 20 milímetros de chapa que llevaban los transformadores encargados. A aquellas chapas se les hacía hasta radiografías con rayos X para ver cómo quedaba su estructura interna tras la acción de curvatura por el plegado.

Los mejores transformadores

Fueron más de veinte transformadores los que hubo que fabricar para dicha central francesa y el producto lo repartió la multinacional Westinghouse Corporation (adjudicataria de la central llave en mano) entre sus fábricas de Córdoba y de Charleroi en Bélgica, que se repartieron la carga prácticamente al 50%.

Los cálculos de estos transformadores, casi todos de 350.000 Kvas (una barbaridad), los realizó el ingeniero cordobés Antonio Marín Jiménez, que se tuvo que desplazar a Bélgica para tomar decisiones, lo que demostraba muy a las claras el nivel técnico del personal de Córdoba. Este ingeniero había sido un alumno aplicado de los tiempos de José Ignacio Guisado, el gran cerebro tecnológico de nuestra fábrica, del que llegaría a aprender todo aquel que quería progresar en su trabajo.

Gracias a este nivel en el diseño y fabricación de los transformadores, la fábrica de Córdoba fue siempre una adelantada en Europa. Así era, aunque no les convenga decirlo hoy y nos hagan creer que España en esos años era un país pobre y atrasado industrialmente. Sería la primera fábrica en construir un transformador de 125.000 Kvas. en 1964, para cuyo transporte hubo que apuntalar incluso algunos puentes de carreteras secundarias por donde circuló el camión-góndola que lo transportaba. Luego vinieron los mencionados transformadores para la central nuclear francesa de Eurodif, aún más grandes.

Con el estudio técnico y las mejoras tecnológicas se logró mayor precisión en los cálculos de los aislamientos de la parte activa del transformador, lo cual permitió que, con el mismo espacio de cuba metálica, se aumentase sensiblemente la potencia. Era tal el nivel profesional que del hito de 125.000 Kvas. en 1964 que en 2012 ya se pudo conseguir una máquina con una potencia de 1.100.000 Kvas., lo que constituía todo un récord mundial. Este transformador bestial fue fabricado para una empresa de Estados Unidos. Posteriormente, se consiguió un transformador de gran potencia para una nueva modalidad llamada «Desfase», con lo que se logró otro hito en este tipo de máquinas.

Por desgracia, de estos últimos avances ya fueron autores muchos menos trabajadores. Me decía Manuel Alfaro Solano, gran amigo de Francisco Rincón, que lo que más le entristecía a éste de su paso por la fábrica era recordar aquella gran crisis que sufrió a lo largo de más de una década, de 1977 a 1990, en la que se producían continuamente expedientes de empleo, temporales o definitivos, y que echaban abajo los ánimos de los profesionales de aquel taller tan emblemático. En 1990 Francisco se marchó prejubilado y le dieron como recuerdo un 'pijama' que así se llamaba al listado de papel continuo del ordenador donde venían reflejadas las cantidades que cobraría hasta que se muriese. Su sección de calderería, donde dio toda su vida laboral, en la que llegaron a trabajar a la vez cerca de 120 profesionales de oficio en labores de corte, aplanado, plegado, rebarbado, conformado, soldadura, montaje de cubas, granallado y pintura, a las órdenes de Julián Sáenz Barquín como maestro, y con Pedro Reina Ramírez y el eficiente «Majo» en labores de producción, fue totalmente desmontada y trasladada al País Vasco, hasta el punto de que en la desolada nave se podía jugar tranquilamente al fútbol.

Francisco Rincón Guerrero, antes de cumplir los 83 años, falleció y el 'pijama' dejó de servirle. Poco antes, un día de 2010 me lo encontré en el Patio de los Naranjos, nos abrazamos y charlamos. Me comentó lo que fue la fábrica y que apenas quedaba nada de todo aquello. Recordaba con tristeza a sus compañeros que se habían ido ya, y se quejó de lo poco que cobraban después de cuarenta años trabajando intensamente en la fábrica y en viajes en misión por todo el mundo.

Estableció la comparación con lo que cobraban los políticos y los «enchufados» de los políticos sin dar un palo al agua. Estaba avergonzado por el tema de la corrupción y los ERE (esos que ahora parece que no son delito), que no hacían nada más que «robarle al trabajador». Luego, para cambiar el tema, que se iba por derroteros poco agradables, empezó con algunos chistes y recuerdos más alegres de aquella sección de los «húngaros», con su buena memoria y un gracejo especial. Me comentó que le agradaba visitar con frecuencia el Patio de los Naranjos, pues era para él un lugar muy bien conservado y limpio, y pudo comprobar la gente que salía de la Misa de 12 de la Catedral. El aspecto de aquel domingo de marzo de 2010 era espléndido. No volví a verle más.

Ojalá se hagan realidad esas intenciones de Hitachi para nuestra fábrica de Córdoba. Sería un triunfo de su categoría y prestigio. Y una victoria póstuma para «los húngaros», para que no se queden con la amargura de esa victoria final que no les llegó tras acariciarla con las manos, como les pasó a aquellos otros húngaros de Puskas.