El portalón de San Lorenzo
Algo de historia sobre el anticipo
Eloy Vaquero Cantillo, 'Zapatones', por veladas amenazas desde la izquierda más radical, tuvo que salir huyendo antes de que empezara la guerra
En el ámbito mercantil un anticipo supone el pago o el cobro de una operación comercial en un momento anterior a la entrega de la mercancía o a la prestación del servicio.
Por lo general, dentro de las empresas los anticipos de las nóminas a sus trabajadores, así como sus modalidades, están pactados y regulados, bien por la reglamentación laboral superior, bien por los acuerdos específicos en sus convenios colectivos. Con carácter general, el anticipo de la nómina era un derecho ya recogido expresamente en el Fuero del Trabajo, y posteriormente se trasladó al Estatuto de los Trabajadores. Hasta en el Plan Contable está prevista la cuenta 460 para anotar los anticipos que una empresa concede a sus trabajadores. Lógicamente, la opción de solicitar el anticipo es decisión voluntaria de cada trabajador y nunca una decisión de la empresa.
Anticipos a cuenta sueldo
Estos anticipos, los más usuales, estaban ya en vigor en la fábrica cordobesa de Cenemesa desde los años 30 del siglo XX. Fueron suprimidos, como tantas otras cosas, cuando los suecos de ABB se hicieron cargo de la fábrica y vinieron a traernos la «modernidad europea».
En Cenemesa (o Westinghouse, según los años) existían unos buzones en los talleres para que cada trabajador introdujera un vale o recibo en el que solicitaba su anticipo. Estas solicitudes eran recibidas y analizadas por un Servicio que se llamaba Jornales o Mano de Obra, el cual registraba la presencia diaria de los trabajadores (lo que generaba el derecho al sueldo, devengado semanalmente) así como otros factores, como la existencia o no de otros anticipos y el valor del economato retirado por cada trabajador en el curso del mes. Por regla general, la mayoría de los anticipos eran concedidos, y sólo en casos excepcionales se denegaban, por exceso de «sacado» del economato o de otros anticipos tomados a cuenta. En esos casos el anticipo no era autorizado, ya que aparecían »números rojos" en la liquidación de la nómina del trabajador.
La gran mayoría de personal de la fábrica de Córdoba, tanto empleado como de taller, hacía uso de estos anticipos, que eran un alivio económico para la economía ajustada de muchas casas de familia.
Anticipos reintegrables
Este tipo particular de anticipo empezó a regularse con profusión más tarde, en el Boletín Oficial del Estado de los años cincuenta del siglo XX. Concretamente, en el Boletín número 283, de 26 de noviembre de 1958, en su artículo número 60 se indica lo siguiente para los trabajadores de una gran empresa nacional, la Telefónica:
“Texto refundido de la Reglamentación Nacional de Trabajo de la Compañía Telefónica Nacional de España.
Página 10259
Capitulo IX
Titulado Disposiciones varias
Servicio Militar, Anticipos, Economato
El personal fijo con más de dos años de antigüedad y que se encuentre en alguna necesidad apremiante e insoportable debida a causa grave y ajena a la solicitud, podría solicitar de la empresa un anticipo cuya cuantía no podrá exceder de tres mensualidades del sueldo que tenga asignado”.
Éste fue uno de los primeros acuerdos sobre anticipos reintegrables en el sector privado. Con el tiempo, lo que valía para Telefónica como empresa referente fue adoptado por otras en sus discusiones y acuerdos con los trabajadores. Este fue el caso de la Constructora Nacional de Maquinaría Eléctrica (Cenemesa), por lo que la empresa dedicaría anualmente un porcentaje acordado de la masa salarial para destinarlo a anticipos reintegrables.
Estos anticipos particulares se sustanciaron con más detalle con la llegada de los convenios colectivos. Hasta entonces, en la fábrica de Córdoba podemos decir que, al principio, no eran de conocimiento general, y apenas el Departamento de Personal y los Jurados de empresa sabían de su existencia.
Las solicitudes de los mismos, después de ser cumplimentadas de forma oficial por el Departamento de Personal, tenían que ser aprobadas por la Dirección de fábrica, la cual era informada en un sentido u otro por el Jefe de Personal. Normalmente, cuando una solicitud de este tipo era cursada solía ser aprobada. La cuantía del anticipo estaba siempre en función del sueldo anual que percibiera el trabajador, y de acuerdo a la gravedad de la necesidad que éste planteara podía llegar, como caso excepcional, a dos anualidades.
En la fábrica de Córdoba la persona que rellenaba y ponía en marcha estos anticipos reintegrables era el eficiente empleado Vicente Rojo Fragero, personaje singular donde los hubiera, que a su dilatada eficacia añadía la de haber sido uno de los pocos jóvenes de aquella Córdoba que disfrutó del placer de pasear en patines por el Paseo de la Victoria.
En los años fatales para la fábrica, cuando tuvo lugar aquella recordada y sonada suspensión de pagos de 1983 por parte de los americanos de la Westinghouse, al cuadrarse los «Balances de Situación» y otros documentos por el estilo para reflejar el estado financiero real, se supo que algunos altos ejecutivos de la empresa con sede en Madrid acaparaban casi de forma sistemática buena parte del fondo anual destinado a estos anticipos reintegrables.
Los pagadores anticipos
Quiero mencionar aquí a los compañeros de Administración encargados de pagar aquellos anticipos, desplazándose para ello por los distintos talleres y oficinas de la fábrica buscando a los trabajadores que los habían solicitado, porque entonces el pago salarial no se hacía todavía mediante anónimas transferencias.
En primer lugar, destacaría a Ramón Blasco Jiménez, un gran profesional y «loco» por el fútbol, hasta el punto que en aquellos años cincuenta llevó al equipo de la fábrica a ser campeón en los Campeonatos del Grupo de Empresa que se jugaban en el Estadio de Lepanto.
Otro pagador de aquellos anticipos, personaje simpático y digno de recordar, fue Francisco Ortega Niza. Cordobés castizo, de la tristemente desaparecida plaza del Moreno, era también un gran aficionado al fútbol, tanto que los amigos le llamaban Pepe Córner. A mediados de ochenta pidió el traslado temporal a Madrid para trabajar en las Oficinas Centrales, pues allí estaba su hija estudiando. El corto periodo de tiempo que estuvo en la capital fue suficiente para cambiar de bando deportivo, ya que siendo un forofo de toda la vida del Real Madrid se hizo socio del Atlético.
Fueron muchos más los que hicieron este trabajo «agradable» de «pagadores» de los anticipos, como Martín Rueda, Bernardo Romero, Francisco Fernández, Jiménez Tejero, Pepe Bravo, García Ibáñez, Rodrigo Cebrián, Alfonso Rodríguez, etc. etc. Pero hay uno que quisiera mencionar de forma especial, Francisco Carrasco Heredia.
Francisco Carrasco, poeta, escritor, hombre cultísimo y, sobre todo, una persona cálida y excepcional, siempre ha sido un amante de las cosas de nuestra ciudad. Durante muchos años participó en lo que fue la Casa de Córdoba en Badalona en compañía de su amigo Rafael Ruiz Lucena, tratando de dar allí el calor de la tierra natal a los emigrantes. Miembro del Ateneo, de entre todas sus obras quisiera destacar un pequeño libro, 'Los arroyos de Córdoba', donde los describe en todo su recorrido, atravesando fincas desde su nacimiento hasta su desembocadura. Para ello se pateó toda la sierra en compañía de sus amigos Baltasar Trillo, Bernardo Romero, Rafael Parras, y Rafael Ruiz.
Leyendo este libro te encuentras palabras llenas de sabor a naturaleza, con ocurrentes hipérboles, pero siempre usando un lenguaje claro, sonoro y sencillo con el que sientes en tu interior el discurrir del agua, oyes el revolotear de los pájaros, palpas los juncos, las aulagas, el lentisco, el laurel, la madroñera, la zarza, las jaras, los espárragos... Hueles y sientes el campo con el calor humano que todo gran amante de nuestra sierra experimentamos. Sorprende su conocimiento autodidacta de la fauna y flora, de los topónimos y de los nombres de la fincas. El libro es una joya, aparte de todo un documento histórico, porque muchos de esos arroyos que recorrió ya no existen, engullidos por la voraz ciudad.
Carrasco me comentó hace poco una simpática anécdota que les ocurrió en uno de esos paseos, un día que andaban cerca de las partes más tupidas del cerro Rodadero de los Lobos. Bernardo Romero, que era el más andarín del grupo, se adelantó para ver unas esparragueras, de las que era todo un experto. Acostumbrado a cruzarse tranquilamente con animales domésticos y salvajes de todo tipo, lo que no se esperaba era lo que se encontró. No era ni un perrazo suelto, ni una vaca retinta o un toro, ni siquiera un jabalí. Era nada menos que un león que descansaba tranquilamente bostezando de aburrimiento. Impresionado, corrió todo lo que pudo alejándose y se lo dijo al resto de compañeros... a los que les faltaron piernas para salir huyendo. Al día siguiente se pudieron enterar que el animal se había escapado de un circo que habían montado en la Feria de Posadas.
A sus casi noventa y cuatro años, Francisco Carrasco, con una lucidez y una memoria prodigiosa, aún da muestras de su saber y su bonhomía en sus paseos y tertulias diarias en torno a San Nicolás y el Bulevar del Gran Capitán, donde se mudó hace años tras vivir en la cordobesísima calle Cinco Caballeros.
Los cobradores de anticipos
Aparte de los «pagadores» estaban, lógicamente, los que «cobraban» el anticipo. Como se ha dicho, la mayoría de los trabajadores de la fábrica entraban en esta categoría, pues hacían uso abundante de este derecho.
De entre tantos casos como se dieron quisiera relatar aquí el de otro personaje singular, Miguel Montes Sánchez, 'El Cantinflas' como popularmente se le llamaba porque de joven imitaba de maravilla al gran Mario Moreno, ese actor que animó nuestros años cincuenta y sesenta en los cines de la empresa Ramos.
Miguel Montes nació muy cerca de mi calle Roelas, en el Pozanco. Estaba emparentado con el primer Jefe de Contabilidad que tuvo Cenemesa, don Eduardo Rodríguez García entre 1930 y1936, señalado político del Partido Republicano Radical que fue concejal del Ayuntamiento de Córdoba. En la prensa de los años treinta de Córdoba don Eduardo solía aparecer haciendo entrega de algunas donaciones que hacía la empresa como, premonitoriamente, algunos aparatos de radio de la marca Westinghouse que ya existían por aquellos tiempos. A este hombre le ocurrió igual que a su jefe político Eloy Vaquero Cantillo, 'Zapatones', que por veladas amenazas desde la izquierda más radical tuvo que salir huyendo antes de que empezara la guerra, en esa «democracia sui generis» que fue la Segunda República.
Las cosas del director
Pero, siguiendo con Miguel Montes, quiero destacar una vez que a este hombre le denegaron el anticipo. En «Mano de Obra» Pepito Martínez Castro fue el que le dijo que «no podía ser«, pues ese mes ya estaba en «número rojos». Pero Miguel necesitaba como fuera el dinero anticipado en su casa, así que acudió al despacho del Jefe de Personal. Pero éste estaba reunido con el Comité de Empresa y no tuvo posibilidad de hablar con él. Incansable, le faltó tiempo para dirigirse nada menos que a la «esquina» donde estaba el despacho del Director, en el mismo pasillo. En el antedespacho no estaba en esos momentos la secretaria por lo que, ni corto ni perezoso, alargó la cabeza y se asomó al despacho del Director, que en aquel momento estaba acompañado del Jefe de Administración Eusebio Muñoz Pino y el Jefe del Economato Francisco Cabrera Delgado. Habían acudido para hacerle entrega de una copia del cuadro 'Viva el pelo' de Julio Romero de Torres, obsequio de la fábrica de mantecados La Estepeña por el alto consumo de mantecados del economato de la fábrica.
Estaban en medio de esta conversación, con el cuadro en la mano, cuando el Director, muy pequeño de estatura pero siempre alerta e insospechado, advirtió que se había asomado a su despacho el tal «Cantinflas». Y haciendo uso de su respetada voz se adelantó y dijo: «Ven Cantinflas, y toma este cuadro para ti».
Excusamos decir la cara que pusieron los jefes allí presentes. Pero es que aquel Director, el señor don Cristóbal Sánchez Mayendía, era así. Esto ocurría en enero de 1967... Y además le resolvió el problema de su anticipo.
Al poco tiempo, Miguel Montes, «Cantinflas», pidió la indemnización y se fue de forma voluntaria de la fábrica. Quería empezar una nueva vida y se quedó con el «Bar Niza», casi al final de los pisos de «Cañete», en Medina Azahara. Era un paso obligado de todos aquellos (la gran mayoría) que cruzaban andando las vías en dirección a la Residencia Sanitaria Teniente General Noreña, evitando el paso por el antiguo viaducto de las Electromecánicas, por lo que el bar, en dicho camino, no paraba de servir cafés y desayunos.
Pero el amigo «Cantinflas» no tuvo la misma «vista» empresarial que Manuel Benítez «El Cordobés», que había comprado por el mismo tiempo la «Huerta la Marquesa» gracias el torero Antonio Sánchez Fuentes que actúo como «corredor». Con la desaparición del viejo viaducto toda aquella zona se urbanizaría y obtendría pingües beneficios. En cambio, a Miguel Montes el negocio se le vino abajo con su desaparición y la consiguiente supresión del «paso de las vías” que llevaba a la Noreña. Aquello significó también el declive para el cercano »Bar Alhambra«, que entre sus tupidas parras llevaba allí aguantando años y años justo al final de los pisos de «Cañete». Así que Miguel se marchó a Lérida y cogió otro bar al que renombró como »El Cordobés". En la ciudad catalana moriría este paisano en 2013.