Pepe García Marín, en El Caballo RojoM. Estévez

El portalón de San Lorenzo

Aquella cafetería de El Caballo Rojo

Visionario de lo que iba a suponer el turismo, triunfó con mucho esfuerzo y sacrificio e incluso comenzó a adquirir fama internacional

Paseando la memoria por aquella Córdoba que ya se nos fue quiero acordarme en este artículo de José García Marín (1926-2018), el gran artífice de ese emblema de Córdoba que es El Caballo Rojo, así como de las animadas tertulias que tuve la suerte de escuchar allí.

Empecé a conocer a Pepe (que era como querían que lo llamaran) cuando desde 1995 a 2015 estuve prácticamente todos los días con don Manuel Nieto tomando café en la cafetería del restaurante. Tras pasarse a primera hora por su despacho, Pepe salía después a la cafetería y saludaba a sus clientes habituales como si los recibiese en su casa. Muchas veces hasta compartió mesa con nosotros, y puedo asegurar que era una gozada escucharle por todo lo que sabía. Y tras un rato más o menos largo de animada tertulia se levantaba para irse y se disculpaba diciendo: "Os dejo, voy a dar una vuelta a la cocina, quiero saber cómo va la cosa”.

Uno de esos días que se sentó con nosotros nos recordó sus años de la infancia en ese extremo de Córdoba que eran entonces las Ollerías. Estudió sus primeros números y letras en unas escuelas de la calle Juan de Torres, donde en una acera estaba el colegio de niñas y en la otra el de niños. Ambos colegios fueron suprimidos cuando sólo tenía unos diez años, durante la guerra de 1936. Su cercanía con el Convento de San Cayetano hizo que se plantease entrar como fraile carmelita. Pero después de unos años en el convento se dio cuenta de que aquella no era su verdadera vocación. Así que se salió y se dedicó a trabajar en la taberna San Cayetano que ya regentaba su padre, Ramón García Navajas. Ramón se había dejado 'seducir' por la hostelería a través de la familia de su esposa, Patrocinio Marín Ortiz, hija del conocido Manuel Marín que tenía una taberna enfrente de la clásica fuente de la Piedra Escrita en la calle Moriscos.

En este bar San Cayetano, Pepe empezó a conocer los entresijos de la cocina. Aceptó consejos de todo el mundo y lo hacía en beneficio de sus clientes, siempre aprendiendo y respetando a quién más supiera. Con el tiempo, el bar San Cayetano pasó a ser parada y fonda de muchos autocares que llevaban a nuestros emigrantes a Europa, especialmente para Alemania.

A la altura del año 1958 la familia migró para iniciar nuevos negocios. El padre, Ramón, se quedó con la explotación de La Primera del Brillante, famosa sala de fiestas, de celebraciones y de restauración situada a la derecha nada más cruzar el desaparecido paso a nivel del Brillante (a la altura de lo que es hoy la avenida Escultor Fernández Márquez). No duró mucho allí, porque a principios de 1962 montó una pequeña taberna, a la que denominó Casa Ramón, en la calle El Avellano, del entonces nuevo barrio de Santa Rosa. Por su parte, el hijo, Pepe García Marín, a base de importantes créditos instaló el primitivo El Caballo Rojo en la calle Romero, con entrada también por la calle Deanes.

Visionario de lo que iba a suponer el turismo, triunfó con mucho esfuerzo y sacrificio e incluso comenzó a adquirir fama internacional. El local ya se le quedaba pequeño, por lo que en septiembre de 1971 se trasladó al lugar que ocupa hoy, prácticamente frente a la Mezquita Catedral, cerca de la emblemática taberna de Rafael Moyano Escalera, La Mezquita, que se hizo también muy famosa por sus boquerones en vinagre y que, por desgracia, cerró a principios de los años 90.

Boris Yeltsin, el que fuera presidente ruso

Con tantos años en el negocio a Pepe las anécdotas le salían a borbotones de forma espontánea. No teníamos más remedio que reír cuando nos relataba, por ejemplo, los intentos del que luego sería presidente ruso Boris Yeltsin, en aquella visita que hizo a Córdoba (28 de abril de 1990), por tocarle el trasero a toda mujer que se le cruzase por delante. Iba acompañado, entre otros, por Sánchez Dragó (1936-2023) y Fernando Arrabal, señalados intelectuales que venían de la izquierda comunista.

Boris Yeltsin, en la conferencia que dio en Córdoba como diputado rusoAMCO

El propio Sánchez Dragó, en una conferencia que dio en el Círculo de la Amistad muchos años después, pudo ampliar el contexto de lo que realmente había pasado. Como habían sido comunistas, las autoridades rusas en España les habían pedido como favor acompañar en esta visita a Yeltsin, del cual no se sabía entonces ni de dónde venía ni a dónde iba políticamente. El caso es que el ruso, haciendo honor a su bien ganada fama, se bebió litros de eso que había descubierto con agrado y que llamaba «vodka de Montilla». No se sabe si comió mucho en El Caballo Rojo, pero lo que es beber seguramente que acabó con las existencias. El escritor no se explicaba cómo pudieron lograr finalmente montarlo en el tren que le llevaría de regreso para Madrid, pues aparte de la 'tajá' que no le permitía estar en pie era un hombre muy voluminoso. Todo lo que se dijera de él era poco.

Pepe también solía contar su buena relación con la Casa Real, especialmente con don Juan Carlos y doña Sofía. A petición de ellos fue a prepararle la comida, nada más y nada menos, que al peculiar presidente zaireño Mobutu cuando les visitó en Madrid. Sería muy largo relacionar todos los grandes eventos a los que fue llamado para elaborar comidas a políticos, gobernantes o visitantes ilustres.

El futuro Papa Juan XXIII visitó la Mezquita Catedral

Cuando El Caballo Rojo comenzó en la Judería no era el pionero del ramo de la hostelería en establecerse en este peculiar barrio. Precisamente, en unas de las tertulias, creo recordar que sobre 2005, salió el tema en una conversación donde estaban, entre otros, Juan Antonio Palomino, Esteban, el fotógrafo, y el marmolista Rafael García Rueda. La reunión era con motivo de la colocación de unas lápidas en la Catedral con los nombres actualizados de los sacerdotes de la diócesis mártires de la guerra de 1936.

Lápida que recuerda la visita del cardenal Roncalli (futuro Juan XXIII) a la Catedral en 1950

Rafael García Rueda aprovechó la oportunidad para decirnos que habían donado una placa grabada en mármol como recuerdo de la visita que el 17 de abril de 1950 hiciera el futuro Juan XXIII a la Mezquita Catedral de Córdoba. El entonces cardenal, nuncio de su Santidad en París, aprovechó un viaje de vuelta desde las posesiones francesas en el norte de África para, al pasar por España, detenerse en Córdoba y visitar la Mezquita Catedral, una ilusión suya desde muy joven.

El dinámico don José María Padilla organizó la estancia del ilustre visitante en nuestra ciudad. Tras la visita al monumento y sus alrededores, donde quedó admirado, quiso continuar su estancia en Córdoba, al menos hasta la hora de la siesta. Conocedor de la gran afición que tenía por el buen comer, el canónigo buscó a la carrera un establecimiento cercano donde pudiera dar rienda suelta a su apetito, y por aquel entonces Pepe el de la Judería era la referencia.

Allí, el cardenal quiso probar el pescado frito, como algo típico del sur de España. Así que le pusieron la que luego sería la famosa japuta en adobo de Pepe el de la Judería, acompañada de vino de Montilla. Para más detalles, la crónica de este viaje y la visita la describe perfectamente el jesuita padre José Ignacio Tellechea Idígoras (1928-2008) en el libro 'Estuvo entre nosotros' (agosto del 2000).

En 1959, en una visita que hicieran al Vaticano un grupo de cordobeses para la toma de posesión del nuevo obispo de Córdoba, Monseñor Fernández Conde, entre los que iba el alcalde Antonio Cruz Conde, éste le preguntó al ya Papa Juan XXIII sobre los recuerdos que tenía de aquella visita que realizó a Córdoba. Y éste, sin cortarse para nada, haciendo honor a su forma de ser, respondió rápidamente: «El Patio de los Naranjos y la japuta en adobo de Casa Pepe». Como curiosidad, ante la disculpa de don Antonio Cruz Conde porque en aquella visita no le acompañase su esposa, por estar en estado de buena esperanza, fue cuando salió el compromiso de que el nuevo obispo cordobés bautizara a Alfonso Cruz Conde, su esperado hijo.

Las entretelas de El Caballo Rojo

Poca gente de Córdoba sabrá que debajo de la primera planta de El Caballo Rojo existe todo un mundo oculto subterráneo de modernas cámaras frigoríficas que allí esperan los pescados, los rabos de toro, las carnes y todo lo que tenga que ser conservado en frío. Fue toda una auténtica obra de ingeniería el haber podido acoplar esas modernas cámaras al hueco que dejaban las piedras y la historia de Córdoba, porque por debajo de todas esas casas de la Judería pasaba, por ejemplo, la milenaria conducción de las Aguas de la Fábrica Catedral.

Pepe nos dijo en una ocasión que, al principio del negocio, las 'tripas' de la intendencia de su restaurante se ubicaron en la finca La Ballesta, propiedad del torero José María Martorell, gran amigo suyo, al borde de la carretera según se va en dirección al pueblo de Belmez.

Así que tuvieron que realizar esta gran obra de ingeniería. Aquello es realmente una estructura espectacular de muros y columnas, inundada por un continuo silencio. En una ocasión nos comentó Polo, un acreditado camarero del restaurante, que allí había comida almacenada para poder dar de comer a más de cien personas durante tres meses.

Pepe, además de gran empresario y excelente cocinero, era un estupendo intendente, siempre atento a este aspecto tan importante (y olvidado) de cualquier negocio que mueva grandes cantidades de dinero, donde un desfase puede ser letal. Por algo estuvo de fraile en San Cayetano. Y un día, ya con más de noventa años, me comentó «El Caballo Rojo, buena parte de lo que es, se lo debe a la gran calidad profesional de sus trabajadores».

Las vigas que se iban a subastar

En otra tertulia en El Caballo Rojo, esta vez con la presencia del que fue arquitecto diocesano de Córdoba, don Carlos Luca de Tena, surgió el tema de las vigas del monumento que en el 2006 aparecieron de imprevisto para la puja en una famosa sala de subastas de Londres.

Actualmente todas las vigas se encuentran debidamente catalogadas en las galerías porticadas del Patio de los NaranjosM. Estévez

Luca de Tena, gran amigo de don Manuel Nieto, empezó como siempre hablando de golf, del que era un apasionado, comentando que la había ganado recientemente en el campo de los Villares al doctor don Manuel Ruza, otro gran aficionado y médico durante muchos años en la Westinghouse.

Pero ese día la conversación se dirigió pronto hacia otros derroteros por el tema de las dichosas vigas. Don Manuel Nieto informó sobre lo acaecido durante su estancia en Londres, en compañía de un entonces joven don Fernando Cruz Conde, para intentar resolver el problema. Don Manuel, muy directo y al grano como acostumbraba, simplemente se limitó a decir: "Llegamos y se puso un interdicto que suspendió provisionalmente la subasta. Se aclaró la procedencia e incluso el color original de las vigas. Pero la falta de aportación de pruebas por parte de la policía española, y la negativa del juez a que se interviniera un teléfono, dejaron el asunto un tanto complicado”.

No cabe duda de que estas grandes empresas de subastas tenían una cobertura asesoramiento jurídica de altura, pues se agarraron a que la posible operación de transacción de esas vigas se realizó en torno a 1950, cuando no había acuerdos internacionales de justicia, por lo que hábilmente el asunto quedó legalmente fuera de cualquier reclamación.

En esa tertulia don Manuel planteó una hipótesis que, seguramente, no esté lejos de lo que pasara realmente. El caso es que el Cabildo tenía una casa al final de la calle Velázquez Bosco, que usaba como una especie de trastero para almacenar de cualquier manera (no había entonces informática ni registros detallados) todo lo que salía o sobraba de sus numerosas obras. Como la casa empezó a quedarse pequeña para estos menesteres se decidió el traslado de todos estos materiales y piezas a una nave que se había comprado en un polígono industrial, cercano al río. En este movimiento de aquí para allá muy probablemente algo se fue sutilmente «para otro sitio", acabando en manos de algún 'vivo' que sabía del valor de estas piezas en el mercado de antigüedades.

Finalmente, en el 2008 las cinco vigas del siglo X se subastaron a la baja, a precios de entre 180.000 euros y 403.000 euros lo que supuso un precio total de 1.5 millones de euros. El Cabildo, tras un acuerdo extrajudicial logrado con Christie's y Beckford Advisors (representante del propietario de la vigas en cuestión), recibió en compensación una cantidad alrededor de 80.000 euros que se dedicaron para la terminación de la residencia de mayores San Pablo del Sector Sur, cercana a la iglesia de Jesús Divino Obrero.