La casa de los gatos en San PabloM. Estévez

El portalón de San Lorenzo

Alrededor de la casa de los gatos en San Pablo

Era duramente criticado de forma oficial por el Colegio de Farmacia de Córdoba, pues le negaban el no ser farmacéutico y ser un simple viajante

Para evitar despistes, hay que advertir que no hablaremos en este artículo de aquella «tienda de gatos» que solía visitar y narrar el polifacético Paco Umbral, autor sumamente leído en los periódicos madrileños de El País y El Mundo, el cual, aparte de su labor literaria y periodística, tuvo enfrentamientos muy sonados con todo tipo de personajes, entre ellos con Ricardo de la Cierva, el historiador que decía que era una barbaridad que se le diese la posibilidad de entrar en la Real Academia de la Lengua y de la Historia.

No es el caso, sino que nos referiremos a un tema local, que tuvo lugar en una casa céntrica situada en plena calle de San Pablo 20. Desde principios del siglo XX era propiedad del labrador Santos Hernández Velilla casado con Rosa Revuelto Jiménez, y de dicho matrimonio nacieron los hijos: Santos, Eulalia, Francisca, Mª Teresa, Rosa, José y Ricardo. Este último que estudiaría en el Colegio Salesianos y se hizo ingeniero industrial, se casaría no muy joven con su eterna novia de Madrid llamada doña Candelaria.

Pepito 'El Sevillano' gran amigo de don Ricardo (1904-1994) nos contaría la importante inversión económica que en aquellos años de 1970 tuvo que realizar para que su esposa adaptara parte de la enorme casa de San Pablo para la cría y selección de gatos de todas las razas. Allí crió gatos de Angora, de Persia, de Egipto, de Abisinia y de todos los lugares en donde este animal fuera un icono representativo.

Me llegó a contar que el balcón del salón en donde estaban los gatos, daba en el rincón junto a la panadería La Catalana, (que ya era propiedad de Cristóbal Martín Lucas desde 1969). Y eso de los gatos, lo debió de conocer muy bien el arropiero Antonio Jiménez, que solía poner todas las tardes su puesto en el citado rincón. Para ello, lógicamente, contaría con la autorización de don Ricardo y doña Rosita (la de los guantes) como se lo conocía familiarmente, pues allí en el rincón, tenían ellos la cochera de la casa.

Al estar tan cerca de la panadería, debió de surgir algún problema, por lo que doña Candelaria compró una nave o algo similar en Santa Marta para tener allí los gatos. De esta labor de mantener y cuidar los gatos se encargaba un tal Rafael Cros, que siempre dijo que la señora no escatimaba medios económicos ya fuera en veterinarios u otras necesidades para que los gatos estuvieran como en su propio hotel. Llegó a haber una cantidad entre 30 y 40 gatos.

Nos decía Antonio Estévez, el espartero, que eran muchas las personas de distintos lugares que llegaban a su establecimiento preguntando por la casa de los gatos, con ánimo seguramente de comprar algún ejemplar.

Esto era un lujo que se podía permitir esta señora pues su marido estaba muy bien situado económicamente, y contaba con algunas propiedades que nos recuerdan por ejemplo el Cine Iris de verano de la calle Abéjar, en donde además del cine, se daban aquellos simpáticos combates de boxeo en los años de 1940-1950.

Foto Faga y la Cocina Económica

En esta zona de San Pablo, entonces muy concurrida y llena de vida, estaba Foto Faga, que junto a Foto Rodríguez y Foto León fueron los principales fotógrafos de esa Córdoba. Enfrente de este fotógrafo vivía don Antonio Quesada Santiago, un espléndido maestro de escuela de las recordadas Escuelas Nacionales de Hermanos López Diéguez (San Andrés), y tengo que decir que allí fue donde me enseñó a leer con todo el tacto y la eficacia del mundo, por lo que le estaré eternamente agradecido.

Un poco más arriba estaba el comedor de la Cocina Económica, un establecimiento muy antiguo (1900) regentado por las monjas de San Vicente de Paúl. Colaboraba la Hermandad de la Caridad, que junto a los cooperadores aliviaban el hambre de los más necesitados.

Casi enfrente de la casa de los gatos, donde ahora hay unas oficinas de Correos, estaba la casa solariega de don Gregorio García, un soriano que vino a Córdoba por el negocio trashumante, de las ovejas. En este inmueble llegó a haber hasta una capilla propia, además de un espléndido jardín.

Mónico Carrasco y la máquina de coser Sigma

En la esquina con Santa Marta se localizaba el establecimiento de Mónico Carrasco que, de forma particularmente ordenada para lo que se estilaba en la época, almacenaba y traía las maquinas de coser Sigma. No hace falta decir el papel fundamental de estas máquinas en esos años 50 y 60 del siglo XX, donde era un elemento imprescindible en el ajuar de muchas mujeres que se casaban. Se compraba una máquina de coser y era visitada por todos los vecinos como si fuese un nacimiento.

De este establecimiento hay que recordar a Pepe Sánchez, formidable trabajador, que se convirtió en toda una eminencia del ramo. Don Mónico Carrasco, en consideración, lo puso como al frente en otro negocio, el gran y moderno establecimiento Almacenes Moncar en la plaza del Corazón de María (hoy Cristo de Gracia), pionero en la venta de mobiliario y que subsistió hasta su inevitable caída antes las grandes superficies ya en los años 90.

Laboratorios Besoy

En esta foto del Diario ABC se puede ver la plantilla del Laboratorio Besoy con las fotografías de don Vicente Lombardía y el director don José de la Linde en 1914.

En esta foto del Diario ABC se puede ver la plantilla del Laboratorio Besoy con las fotografías de don Vicente Lombardía y el director don José de la Linde en 1914

Fueron unos laboratorios instalados en la acera de enfrente de la panadería La Catalana que fueron fundados por el cántabro Vicente Lombardía Pérez, que posiblemente le dio el nombre a los laboratorios de una pequeñísima aldea de Cantabria.

Este laboratorio fue fundado en 1913 en Córdoba, y su fundación no estuvo exenta de sus pros y sus contras, pues mientras se dedicó de forma oficial a producir muchos medicamentos que de forma tradicional ya se venían utilizando de forma sencilla en el medio rural y a precios muy baratos. Por otra parte era duramente criticado de forma oficial por el Colegio de Farmacia de Córdoba, pues le negaban el no ser farmacéutico y ser un simple viajante y vendedor que había llegado de Cantabria.

Cabecera de la revista La Farmacia Moderna

Y fueron las revistas profesionales las que arremetieron con ese Laboratorio Besoy que se atrevía con todo y su negocio iba viento en popa como solía decirse. En un artículo fechado el 15 de mayo de 1918 le decían:

«D. Vicente Lombardía Pérez, un simple viajante de comercio, modelo castizo, castellano de los Picos de Europa, de la casta de aquellos que viajaban en los galeones conquistando mundos. Y, por eso, añadimos nosotros también, conquistó los mundos andaluces».

Efectivamente en Córdoba trabaría relación con elementos del Partido Radical de Eloy Vaquero Cantillo, con el que tuvo una gran amistad. Me contaba Paco Mármol, el eterno cliente de la cafetería de El Caballo Rojo, que en aquellos años de la II República y en la Escuela Obrera del Arroyo de San Lorenzo de don Eloy Vaquero Cantillo se daría una chocolatada a los niños que fue pagada por don Vicente Lombardía Pérez, y en ella como no, también colaboró el pintor Rafael Navajas 'Navajitas'.

Al margen de estas historias antiguas, el Laboratorio Besoy que conocimos fue el de los años 50 y 60 en el que estaba ya de gerente un tal don Gervasio.

De aquella plantilla recuerdo la juventud de Manoli Polo Luque, que terminó casándose con José Luis Maroto, que trabajaba en la oficina, Carmen Vioque, la Soti, Antonia Serrano 'La Chata', Eulalia, Concha Romero, Pepa Prieto, Enriqueta, Rafaelita Romero, las hermanas Carmen y Encarnación Gutiérrez, etcétera. Todas tenían una devoción especial por la lotería y los cupones, que compaginaban preparando sus sodas y jarabes. Fue un laboratorio que cayó por falta de investigación.

El horno de La Catalana

María, la agradable dueña de La Catalana, debió saber mucho de los gatos

Viendo pasar pacientemente el tiempo, el horno La Catalana, con ese mismo nombre, es en la actualidad el horno más antiguo de Córdoba, siguiendo con su labor de forma ininterrumpida desde 1890. Perteneció a la familia de Esteban Tarradas y Oliver y sus sucesores. Fue adquirido en 1969 por Cristóbal Martín Lucas, mientras su hermano Francisco se hacía con el horno San Francisco de calle Enrique Redel.

Otros establecimientos de San Pablo

Nadie puede olvidar aquel Bar Jamón que ya explicábamos en un artículo anterior (el bar que se arruinó porque ponía unos bocadillos demasiado bien servidos), o el establecimiento de electrodomésticos Saymo, del que también hablamos en su día y que tuvo igual de mala fortuna. Ahora citaremos a la zapatería de Enrique Lozano, un hombre que adquirió su fama bien ganada al especializarse en solucionar los problemas que sufrían con el calzado las personas que padecían el llamado pie cavo. Era tal su destreza en este aspecto que era recomendado por algunos médicos.

En el rincón que se aprecia al final de la calle San Pablo estaba el albardonero Rafael Navarro, que también fabricaba esteras. Alquilaba una estera especial para las bodas que transportaba a las iglesias, con un pequeño carrillo, El Brevo un personaje famoso en esa Córdoba por sus recados, llevando y trayendo siempre cosas de un sitio para otro.

Luego estaba Luis Castillejo, el relojero vecino de la Ribera que tenía su relojería por debajo de la casa de los esparteros. Como profesional del ramo tenía el encargo de dar cuerda a una serie de relojes oficiales de Córdoba, entre ellos el de la Audiencia Provincial en el Gran Capitán, el de la plaza de la Corredera y el de la torre de San Lorenzo entre otros.

Los Estévez, esparteros

La familia de esparteros Estévez (con la cual no guardo ningún parentesco, salvo quizás algún gallego lejano) ha sido una seña inconfundible de San Pablo, fundándose la saga a partir de un matrimonio de vecinos de San Lorenzo del siglo XVIII llamados Domingo Estévez y Juana González.

Labor de esparto

Su hijo José Estévez González se casó con Catalina Ruiz Carracedo el 24 de enero de 1800 en la parroquia San Lorenzo. De este matrimonio nacería Francisco Hilario Estévez Ruiz, del cual, de su primer matrimonio (se casó dos veces), nació Francisco Estévez Chacón en 1825.

Este último Francisco es el que da comienzo a la relación de la familia con la espartería, pues se casó con María del Carmen Pérez Cuñado, hija de un espartero importante de la Corredera de nombre Cristóbal Pérez. Serían los padres de Rafael Estévez Pérez, que continuó con el negocio de espartería de la familia en la Corredera número 40.

Del segundo matrimonio de Francisco Hilario Estévez Ruiz, con Josefa Rafaela Estepa Hurtado el 12 de junio de 1837 en la iglesia de San Andrés, había nacido Rafael Estévez Estepa, padre del muy longevo Antonio Estévez Sanz (1878-1963). De joven, este Antonio Estévez se colocó a trabajar, precisamente, en la espartería de su pariente Rafael Estévez Pérez en la Corredera.

Fue Antonio Estévez quien instaló por su cuenta el negocio de la espartería que hemos conocido en la calle San Pablo, y a mediados de los años 50 del siglo XX edificó la casa tal como está ahora, En esa casa vivieron sus hijos. No le debió ir mal el negocio, pues incluso compró un huerto en la calle Escañuela (1940) propiedad de los Laguna Redondo, donde instalaría su taller. Este huerto, que le sirvió también de domicilio, fue vendido a Construcciones Ariza, que levantó dos bloques de pisos en régimen de alquiler con opción a compra. Los Estévez recibieron por esta venta 500.000 pesetas en efectivo y dos caserones en el Barrio del Naranjo.

Por último, señalaremos la gran raigambre cofrade de esta familia, algunos de cuyos miembros ocuparon importantes cargos directivos en la Hermandad del Calvario a principios y mediados del siglo XX, mientras que otras ramas familiares hicieron lo mismo en la del Descendimiento del Campo de la Verdad, ya en torno a los años 90.

El crimen de San Pablo

Por último, terminaremos con un establecimiento que no llegamos a conocer, pero del que posiblemente hayan oído más que del resto. Me refiero a una barbería en el local donde estuvo la tienda de Carmina Sánchez Molina de productos de peluquería.

Allí tuvo lugar el 28 de enero de 1943 un terrible crimen protagonizado por el barbero Francisco Reyes Serroche que, aprovechando que estaba afeitando a su amigo y conocido Enrique Gallego Gámez, cobrador del Banco Español de Crédito en su oficina del Gran Capitán. Lo asesinó para sustraerle la cartera con el dinero que llevara. Dice la prensa que descuartizó el cadáver y lo fue arrojando poco a poco al río Guadalquivir.

En las indagaciones de la policía para esclarecer este crimen fue decisiva la información que dieron los hermanos Estévez, ya que vieron entrar al desaparecido Enrique Gallego en su barbería. El barbero fue detenido, juzgado y ajusticiado. El horrendo crimen tuvo después un estrambote ridículo: cuando el Ayuntamiento elaboró el famoso «Muro de la Memoria» incluyó al barbero como víctima ejecutada por la guerra.