'Panneau', de Julio Romero de Torres

Julio Romero de Torres y Córdoba: un idilio eterno

El pintor escogía determinados elementos de la ciudad para el fondo de sus cuadros

Cualquiera que conozca someramente la obra de Julio Romero de Torres habrá comprobado cómo en sus lienzos hay una presencia discreta, constante y eficaz de la ciudad de Córdoba como fondo imprescindible de sus composiciones. Este elemento ha servido para identificar al pintor con su lugar de nacimiento, pero ademas es un vínculo con una ciudad que no sólo le apasionaba a él sino a toda su familia.

En el hogar de los Romero de Torres serían frecuentes las charlas y las tertulias sobre cualquier aspecto relacionados con Córdoba. El padre, Rafael Romero Barros, se había batido el cobre en defensa de algunos monumentos que se veían seriamente amenazados el progreso. Logró que se salvara San Nicolás de la Villa, pero no pudo evitar que cayera la Casa de los Bañuelos.

Estas batallas se libraban en el campo de la prensa local, donde Romero Barros ejerció la labor de concienciar a los cordobeses sobre la importancia de su patrimonio. Una serie de artículos suyos lograron concienciar a las autoridades para que libraran fondos en favor de la Puerta del Puente, que se caía a pedazos.

El pequeño Julio creció en un hogar en el que se respiraba a diario este clima. Muy pronto se familiarizó con monumentos, iglesias y rincones de una ciudad a la que, además, le supo interpretar el alma a través de sus pinceles.

El soneto de García Baena

Quien interpretó de forma certera este vínculo fue Pablo García Baena. En su soneto a Romero de Torres afirma que «La pintura era fauves, era Kandisnky,/ era Giogio de Chirico,/ pero él era sólo su ciudad y le bastaba/ verdecer en las cales juderías a Leonardo…» De este modo, el poeta eleva a arte lo evidente: «Él era sólo su ciudad».

Julio Romero tuvo estudio en Córdoba y en Madrid. Los usaba según sus estancias y de ellos salió una extensa producción de la que a simple vista es imposible conocer el lugar en el que se pintó. En sus grandes obras, sobre todo, aparece una ciudad deconstruida y a la vez compuesta según el criterio -y acaso el deseo- del pintor.

'La consagración de la copla'

Así, puede sorprender que en ‘La consagración de la copla’ esté la parroquia de San Marina situada en la ribera del Guadalquivir, orientada al norte, con dos monumentos delante, uno dedicado a Guerrita y el otro a Lagartijo. Romero de Torres desconocía en 1912 que unos años más tarde, en 1917, iba a nacer un torero al que se le iba a dedicar un monumento -bien distinto, eso sí- justo delante del templo.

'La consagración de la copla', de Julio Romero de TorresLa Voz

Otra de esas singulares composiciones está en el cuadro ‘La buenaventura’, que se expone en el Museo Carmen Thyssen de Málaga. La escena principal está formada por dos mujeres, la que echa las cartas y la que rehuye con el gesto el destino que se le adivina. Tras ellas, Romero de Torres sitúa en el centro de la composición al Cristo de los Faroles, con unas luminarias tremendamente altas y aún sin sus características rejas, que no llegarían a Capuchinos hasta 1926, cuatro años después de pintarse el cuadro.

A la izquierda aparece la fuente de la Fuenseca, con el mirador cambiado de sitio y a la derecha, la casa de los marqueses de la Fuensanta del Valle, el actual Conservatorio Superior de Música Rafael Orozco.

'La saeta'

En ‘La saeta’ se observa una composición parecida. A la izquierda de la protagonista del lienzo recrea un edificio al que sitúa la portada del antiguo convento de San Pedro de Alcántara, que estuvo en la calle Albucasis y ahora se encuentra en un lateral de la Diputación Provincial. A la derecha, vuelve a situar la portada de los marqueses de la Fuensanta del Valle y prolonga la fachada con un atrio inspirado en las galerias con las que Hernán Ruiz cerró el Patio de los Naranjos en el siglo XVI.

'La saeta', de Julio Romero de Torres

La fuente del Potro, los barandales de la Ribera, la silueta de San Lorenzo o la torre de la Calahorra, con el Puente Romano, son algunos de los elementos más constantes en la obra de Julio Romero, porque aprovechaba la más mínima oportunidad para hacer que la ciudad estuviera presente en sus obras.

Más allá de estas apariciones, el pintor dedicó algunos lienzos a homenajear expresamente a la ciudad. Así paso con el cuadro ‘Panneau’ que pintó para el político cordobés José Sánchez Guerra. En el mismo, las figuras femeninas no captan la atención del espectador, sino que ambas se apartan para que en el centro del cuatro aparezca la verdadera protagonista, Córdoba, perfectamente identificable en la lejanía.

'Panneau', de Julio Romero de Torres

'Poema de Córdoba'

El otro de los homenajes, el más grande y conocido, es el ‘Poema de Córdoba’, un retablo en el que, con el mismo esquema, aborda siete facetas o momentos de la historia de la ciudad. Romero de Torres repite el mismo esquema en los seis paneles laterales: una mujer en primer plano, un paisaje de la ciudad y un monumento a un destacado personaje relacionado con la materia abordada.

'Poema de Córdoba', de Julio Romero de Torres

En el primer panel, ‘Córdoba guerrera’, compone una escena entre la casa de Jeronimo Páez y un lateral de la Mezquita Catedral, ante los que se alza un elevadísimo pedestal para un monumento ecuestre al Gran Capitán.

Para ‘Córdoba barroca’ recurre al barroco de muros encalados, del que la plaza de Capuchinos es su máximo exponente. Entre unas casas solariegas planta un monumento a Luis de Góngora, representante de la lírica del momento.

La plaza de la Fuenseca, con el arco del Portillo al fondo, componen el escenario de ‘Córdoba judía’ con el monumento a Maimónides, mientras que para ‘Córdoba’ romana’ escoge la Puerta del Puente como fondo, ante la que sitúa un monumento sedente de Séneca.

Uno de sus escenarios favoritos, la plaza de Capuchinos, cierra la escena de ‘Córdoba religiosa’ con unos cipreses a la derecha. Ante el Cristo de los Faroles, el monumento funerario del obispo Osio.

‘Córdoba torera’ no podía tener otro fondo que no fuera la plaza de la Corredera, aunque alterada en sus proporciones y con unos árboles de gran porte, como el que asoma a la derecha. En el centro, un alto monumento a Lagartijo, ante el que un torero brinda la muerte de un toro.

El panel central, que es el de mayor tamano, incorpora dos figuras, dentro de esa dualidad que está presente en otras de sus obras. Una mujer con mantilla y otra con mantón sostienen en sus manos un San Rafael de plata basado en el de Valdés Leal ante un fondo en el que vuelve a utilizar diversos elementos de la arquitectura local, como portadas de casas solariegas a las que altera las proporciones.

'La chiquita piconera', de Julio Romero de Torres

Con independencia del acierto en la elección de los elementos para la composición del ‘Poema de Córdoba’, lo cierto es que Romero de Torres plasma en esta obra la cima de su relación con una ciudad que mantendrá hasta el final de sus días, cuando en ‘La chiquita piconera’, considerado su último cuadro, asoman los barandales de la Ribera, el Puente Romano, la Calahorra y un evocador Campo de la Verdad.