Patio Mudéjar de la Residencia del Buen Pastor, muy similar al de la casa que habitó el Gran Capitán

El portalón de San Lorenzo

El Gran Capitán y San Lorenzo

El barrio se vino abajo a la vez que el imperio español, en medio de una profunda crisis económica

No hace mucho tiempo, en un diario local se publicó un artículo sobre Gonzalo Fernández de Córdoba donde se reflejaba la extrañeza porque el Gran Capitán residiese de joven en el barrio de San Lorenzo, del que se indicaba, literalmente, que estaba habitado por «campesinos y hortelanos» que se dirigían cada mañana al campo para buscar su sustento.

No soy historiador pero, humildemente, creo que el tema se analizaba con ciertos prejuicios basados en la realidad del barrio en siglos algo más recientes. Que hubiese en época medieval una mayoría de población agraria en el barrio es algo que se puede asumir sin problemas, teniendo en cuenta que prácticamente todas las ciudades españolas han vivido en gran medida de lo que producía su entorno agrícola y ganadero hasta hace poco más de un siglo. En este sentido, estar San Lorenzo en el límite amurallado a levante, lindante con el campo, lo hacía un lugar más apropiado como residencia de este tipo de trabajadores que otros barrios de la ciudad más encajonados en el centro urbano.

Pero lo mismo ocurriría en el lado opuesto de la muralla con los hoy céntricos barrios de San Nicolás o San Miguel, donde se ubicaban las casas solariegas de los Fernández de Córdoba (por San Hipólito y el Bulevar). Y si nos apoyamos también en prejuicios de la realidad reciente, y no en que lo pudo ser la ciudad medieval, hay que recordar que en esta zona al norte y oeste de la ciudad estaba el barrio de Transcastillo, del cual se conoce su marginalidad y degradación aún a primeros del siglo XX, lo que fue, precisamente, uno de los motivos para abrir la calle Cruz Conde y sanear esa parte de Córdoba.

Estudios sobre el Gran Capitán

Por desgracia, no es mucha la información detallada con la que se cuenta de la ciudad de esa época del Gran Capitán. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que los libros parroquiales de bautizos, bodas o defunciones, que tanta información útil proporcionan a los historiadores, no empezaron hasta bien entrado el siglo XVI.

Pero algunos datos aislados sí que han sido encontrados y analizados. Así, Josefa Leva Cuevas ha estudiado el padrón de 1536, elaborando un magnífico artículo titulado 'El barrio cordobés de San Lorenzo según el padrón de 1536. Un estudio socio-profesional' y José Contreras Gay ha escrito sobre los caballeros 'de premia', un importante y selecto grupo socio-militar que residió en el barrio, en 'Fuentes para el estudio sociológico de la caballería de cuantía de Andalucía. La caballería de cuantía de Córdoba antes de su desaparición en 1619'. Recomendamos la lectura de los dos artículos para una mayor comprensión del tema.

Estos dos investigadores nos vienen a decir, con datos reales, que el barrio de San Lorenzo, en aquel tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, no era tan pobre y 'popular' como expresa el artículo citado. En este sentido, Leva nos da el listado de profesiones de sus vecinos, más variadas que la de un simple barrio agrario. Había, sí, un importante peso de población jornalera relacionada con las faenas del campo. Pero también residían acomodados propietarios de lagares y huertos, así como otros trabajadores no agrarios, artesanos y profesionales liberales.

Por su parte, Contreras nos indica que en el citado padrón de 1536, realizado precisamente con fines militares, el barrio de San Lorenzo aportaba 18 caballeros de los llamados 'de premia' (cuerpo militar de origen medieval presto a acudir con sus armas y caballos cuando el rey lo demandase con apremio). Como contraste, San Andrés contaba con 15, La Magdalena con 7 y San Nicolás de la Villa sólo con dos. En el posterior censo de 1586 aún aportaba el barrio de San Lorenzo 15 caballeros de premia, sólo por detrás del gran barrio de la Catedral (19).

Las casas principales donde se reunían estos caballeros cordobeses se localizaban en la plazuela de los Olmos, entre la ermita de San Juan de Letrán y la Puerta de Plasencia. Hay que tener en cuenta que el urbanismo de toda esta zona de Córdoba en época medieval no era el actual: aún no se habían instalado los Trinitarios por lo que su convento ni existía, por ejemplo, y hay que decir que la calle de los Frailes, fue abierta por ellos mismos.

El cronista Maraver en sus detalladas crónicas correspondientes al periodo 1476-1478, nos relata la visita de los Reyes Católicos el 22 de octubre de 1478, y que de alguna forma instaló aquí su corte mientras preparaban la campaña de la Conquista de Granada.

Pero es que antes en el 1476 la parroquia de San Lorenzo dando cumplimiento a una Real Provisión de 16 de junio del mismo año, dada por los Reyes Católicos en Valladolid, en el sentido de que las parroquias, conventos y monasterios de Córdoba, aportaran en condición de préstamo la mitad de sus rentas, oro y plata del que dispongan para resistir en la guerra con Portugal. En esta relación de parroquias se puede apreciar que San Lorenzo es la segunda de toda la Diócesis llegando a prestar 13.175 maravedís, la primera fue San Pedro con 16.605 maravedíes. Ese dato también nos dirá algo de la situación del barrio.

Es ya a inicios del siglo XVII, en plena decadencia del poder hispano, cuando desaparece esta institución de los caballeros 'de premia', y con ella se va del barrio este estrato social castrense de cierto nivel económico. Quizás su presencia explicase una duda que le surge a Ramírez de Arellano en sus 'Paseos', que cómo era posible que la cercana calle Montero tuviese un antiguo sistema de alcantarillado, cuando sólo las calles principales de la ciudad contaban con ello (don Teodomiro cometía el mismo error: ver con los ojos de su tiempo).

Un barrio no tan humilde

Otros indicios indirectos apuntan en el mismo sentido. La magnífica y costosa torre renacentista de la parroquia de San Lorenzo de principios del XVI no es propia de un barrio marginal. Hernán Ruiz era mucho Hernán Ruiz para dedicarse a menesteres poco importantes. Siguiendo en el ámbito artístico, Pedro de Paz, vecino del barrio, hizo el San Rafael de la torre de la Catedral. Y ahí tenemos también que la Puerta de Plasencia, hasta que a partir de Felipe II la Puerta Nueva comenzase a desplazarla, no era sólo la salida «para trabajar en el campo»: era también la entrada de los reyes y nobles españoles cuando venían a la ciudad desde Castilla o León, para seguir el trazado secular de la venerable Vía Augusta a su paso por la Calle Mayor (hoy María Auxiliadora), arriba hacia el Realejo y después San Pablo. No es concebible que entrasen las comitivas por un trayecto «poco recomendable». En ningún tiempo histórico una autoridad o un político lo hubiese hecho.

Ciertamente hacen falta estudios más detallados por parte de los profesionales de la Historia, pero me atrevo humildemente a sugerir que quizás fue el terrible siglo XVII (probablemente desde finales del XVI), el punto de inflexión del barrio. San Lorenzo se vino abajo a la vez que el imperio español, en medio de una profunda crisis económica. Se fueron, entre otros, los caballeros, y el barrio, que nunca estuvo muy poblado, con amplios solares, cuadras y huertas, pudo cambiar en pocos años su perfil socio-económico con la llegada de nuevos pobladores que huían de la miseria que azotaba otras partes del reino, muchos de los cuales se establecieron por las Costanillas, entonces prácticamente despobladas.

Y ahora sí, San Lorenzo sería ya durante siglos un barrio de piconeros, jornaleros, hombres muy humildes del campo y todo lo que se quiera. Pero hacía ya más de un siglo desde que el Gran Capitán había sido uno de sus vecinos.

El ilustre vecino

Sobre la residencia del Gran Capitán en unas casas del barrio de San Lorenzo ya había escrito Manuel Nieto Cumplido un libro titulado 'Infancia y juventud del Gran Capitán (1453-1481)'. Fue editado en 2015 por la Diputación Provincial, el Consejo Regulador de Montilla-Moriles y la Fundación Bodegas Campos. A partir de su página 208 se nos explica, en un apartado titulado 'En libertad condicional', el motivo de dicha residencia. Venía a consecuencia de las graves luchas entre bandos nobiliarios acaecidas durante el débil reinado de Enrique IV, durante las cuales el Conde de Cabra, su propio pariente, apresó a Gonzalo en Santaella junto a su esposa y los transportaron en una jaula hasta Baena.

Con tan ilustre prisionero en sus manos, que podía ser usado como moneda de cambio, se decidió, en un acuerdo entre las facciones en lucha, recluirlo en una especie de libertad condicionada en las casas principales propiedad de la influyente familia Ruiz de Cárdenas, en la parte alta de la calle Mayor que hoy se llama Santa María de Gracia (otro ejemplo de que en el barrio no vivían sólo jornaleros). Por su arrendamiento pagó el 'Gran Capitán' una renta de 7.000 maravedíes.

Allí estuvo preso desde el 18 de septiembre de 1474 hasta marzo del 1477, cuando fue puesto en libertad por mediación del señor Gómez de Figueroa y Córdoba (el originario dueño de lo que luego fue el Palacio de Viana), que había sido enviado por los Reyes Católicos para poner orden entre los levantiscos nobles cordobeses (Como curiosidad aparte, hay que apuntar que en aquella época el gran caserón que luego sería Palacio de Viana tenía su entrada por la calle Muñoz Capilla, llamada Pozo dos bocas. Los penachos de molduras que existen sobre los ventanales que dan a esta calle confirman este hecho).

En la foto se pueden apreciar lo espléndidos penachos de la antigua puerta del palacio

El convento de Santa María de Gracia

De esta forma salió el Gran Capitán de esas casas, que luego seguirían teniendo importancia histórica por otros motivos. Al poco de ingresar preso, el día 16 de enero de 1475 murió sin descendencia su propietario, don Pedro Ruiz de Cárdenas. En su testamento había dejado dicho que sus bienes se empleasen en fundar un beaterio de doce mujeres en esas mismas casas. Su propia viuda fue la primera componente de este beaterio, siendo la hermana mayor y su sobrina las siguientes, en 1488. Con esto se cumplía parte de lo estipulado por don Pedro. Con el tiempo, la comunidad ingresaría en la Orden de Santo Domingo de Guzmán y daría lugar al tristemente desaparecido convento de Santa María de Gracia.

Este convento ocupaba la actual plaza del poeta Juan Bernier además de toda la zona edificada que termina en la calle Pleitineros, o calle del 'marmolillo', como siempre se le llamó entre los lugareños. Su iglesia, terminada en 1610, ocupaba aproximadamente la mitad de la actual plaza que recae hacia la calle Santa María de Gracia, donde aún permanece en pie su portada. El resto de la plaza, hasta la calle Arroyo del Buen Suceso, luego de San Rafael, era un antiquísimo patio de piedras cerrado por una tapia, con una entrada por la calle llamada Portería de Santa María de Gracia y hoy dedicada a la Virgen de Villaviciosa.

Fachada del desaparecido convento de Santa María de Gracia. Arriba, las ventanas desde donde las monjas cantaban el recordado 'Miserere' al Cristo de Ánimas

A la derecha, lindando con la citada calle del Arroyo, estaba la vivienda del portero, y más adelante, a la izquierda, existía otra entrada la iglesia del convento, que coincidía justo enfrente con la que daba a Santa María de Gracia. Por esta puerta era por la que entraban los Chocolateros, familia de sacristanes desde antes de la guerra. Al fondo de este patio de piedras, más o menos donde empieza la actual edificación de pisos que llega hasta la plaza de los Caballos, con fondo hasta la calle Pleitineros, estaban las dependencias propias del convento de las monjas de clausura, con el torno de comunicación a la derecha.

En cuanto a la famosa espadaña del convento, era el lugar donde todos los años volvían las cigüeñas a formar su nido y sólo se marchaban cuando llegaba el invierno. Sus campanas marcaban la hora del barrio por su toque diario de vísperas. Los vecinos decían que servía de referencia para que el Horno de Doña Pepa (Liberato Iglesias) sacara a la venta sus famosas tortas de aceite, que al decir de muchos eran únicas en Córdoba, sin nada que envidiar a las de La Purísima.

Lo primero que se eliminó de este convento sería una parte equivalente a la mitad de la zona edificada actualmente que lindaba con las calles Santa María de Gracia y Pleitineros. Aún quedaría unos años en pie, en la otra mitad que daba a la plaza de los Caballos, el convento de las monjas. Esta primera parte derribada se cerraría con una citara ventilada de ladrillos (alternando ladrillo sí, ladrillo no) y en su solar, tras un año o así sin uso, se montó un cine de verano que explotó la empresa Ramos como Cine Ramos. Pero fue un fracaso y cerró al poco, porque el paso continuo de vehículos a motor, en especial el autobús de la línea Cañero-Plaza de José Antonio (Tendillas), dificultaba el escuchar correctamente los diálogos de las películas.

En la parte del convento que aún permanecía en pie, una galería llena de actividad conducía a un patio medieval antiquísimo de estilo mudéjar con arcadas. ¡Quién sabe si por allí mismo deambuló pensativo el Gran Capitán”. Esta zona, normalmente vedada a extraños, pude recorrerla con Pablo García Baena en 1951 cuando llevamos, para que se guardasen en el convento, una serie de atributos de la recién fundada Hermandad de Ánimas, con la que las monjas establecieron pronto una especial relación.

Pablo iba delante con la superiora que tenía un pequeño defecto en un pie y no dejaba de tocar la campanilla para que las monjas se refugiaran en sus celdas ante la presencia de intrusos. Recuerdo que al pasar por un amplio patio muy floreado de plantas verdes situado a la izquierda, Pablo, al ver tantas tinajas haciendo de macetones con lañas le preguntó a la superiora: «Madre, ¿de qué son todas estas tinajas lañadas?» a lo que la monja le contestó: «Pablo, los franceses, los franceses…»

Galería del convento de Santa María de Gracia que conducía al patio medieval

Con el paso del tiempo, el convento fue vendido a un constructor de las Costanillas, Antonio Calderón, que enseguida lo derribó por completo, siendo su coste de 15 millones de pesetas. El solar quedó mucho años como un muladar, lleno de tierra y polvo. Del convento, fuera de algunas imágenes, cuadros o elementos de culto trasladados a otras iglesias o conventos, apenas quedó nada: desaparecieron de la Historia puertas, dinteles, columnas, tinajas, piedras… Como triste y escueto recuerdo, las bancas de la iglesia del convento las trasladaron a la iglesia de San Pelagio del Parque Cruz Conde. Si el Gran Capitán hubiese visto en lo que quedaron las casas donde vivió tres años...