Sr. Chinarro, en el Ambigú el pasado sábadoRaisa Mccartney

Sr. Chinarro y dos besugos

(Crónica de un concierto en el que nunca estuve)

Según los partes meteorológicos y políticos diarios televisivos de las grandes cadenas de la única corporación, usted y yo no molamos. Opinar, menos aún. Pero eso al Sr. Chinarro, gracias a Dios, creo que siempre le dio igual.

En esas estaba, cuando caí en que desde aquella vez que vi uno de sus conciertos en el Bar Automático, sería en el dos-mil-y-pico, mi vida nunca volvió a ser igual. O lo mismo. Antonio Luque -AKA Sr. Chinarro- y yo hemos envejecido con una estupenda mala salud de hierro. Al menos él, que yo sepa.

El Sr Chinarro ha vuelto a tocar en Córdoba este sábado en la Sala Ambigú en la que yo nunca estuve.

Sr Chinarro -AKA Antonio Luque- ha firmado un par de docenas, quizás menos, de las mejores canciones que un tipo como yo conoce. Lo cual, francamente, no es mucho.

Escribo esta crónica que nunca fue en un vagón de tren de media distancia camino de Sevilla para ver a un puñado de amigos apellidados Arcos y que sé, generosos, me llevarán al Vizcaíno. De camino, echo de menos aquellas barras de aluminio de tren Talgo en las que, junto a un café expreso y un gintonic, alguien ofrecía un ducados.

Sea como fuere, tras media docena de festivales de conciertos a mis espaldas, alguien me presentó a Sr. Chinarro en la nunca siempre suficientemente añorada vieja Taberna El Gallo. Donde algunos fuimos felices, también.

Chinarro, aquella vez, me dio la impresión, debe ser un tipo lacónico como El Jefe aunque con menos empaque. Y presencia. Me dio cosa, pero quizás aquella vez debí haberle pedido un autógrafo en una de aquellas maravillosas servilletas mugrientas del viejo Gallo. Y es que aún olían a fritura gallesca mis vaqueros Levi´s y mi chupa Roc Noic una hora antes de entrar al concierto de Sr. Chinarro en el Bar Automático, sería dos-mil-y-poco creo. Le observaba, de refilón -él tan alto- y yo, nervioso, no hacía otra cosa que pedir medios. Joder, miren ustedes, era el Sr. Chinarro.

El Rayo Verde

El Porqué de mis peinados fue el disco que enturbió para bien las pocas dotes que tenía yo para sobrevivir. Me hizo infeliz, pero también molón. Sí, este tipo -AKA Sr. Chinarro- no debe ser especialmente simpático. Y, aunque parezca mentira, eso a veces es conveniente.

Chinarro, vale, no es Fernando Márquez El Zurdo, pero este sábado en el que nunca estuve, dio uno de los mejores conciertos de su vida. Estoy seguro. Él -craso error- no ha venido mucho a Córdoba ni tiene el mínimo interés -probablemente no tenga en casi nada- en nuestra ciudad, lo sé. No importa. De momento.

Pero hace unos años, alguna vez, sus canciones surcaron nuestras azoteas más traviesas. Canciones como Quiromántico, Dos besugos, El libro Gordo de Peut-etre o cualquiera del Noséqué-nosécuántos cuya portada del disco diseñó el inigualable pintor cordobés Manolo Garcés. Hablamos de respeto. Y eso nos basta. A mí, al menos.

Chinarro presentó -en el concierto que nunca estuve- canciones de su nuevo disco en el concierto del sábado, lo sé. Y puede que este nuestro trasnochado trovador posmoderno lo hiciera bien, como siempre.

Pero nunca como aquella noche de olor a fritanga y maravilla indie de provincias de hace un millón de años.

Ahora estoy llegando en el tren regional de eterno retraso a Sevilla, la tierra que vio nacer a Sr. Chinarro, y cierro la tapa de este portátil de segunda mano desde el que les escribo. Chinarro y yo nunca seremos amigos porque nos separan mil modos de ver el mundo. Si él supiera que existo, podríamos incluso llegar a ser unos elegantes enemigos.

Ya en la estación, en el andén, espero que algún Arcos me recoja aquí en Santa Justa aunque dudo de mi suerte. Y pienso que al menos hay un tipo al que admiro.

Y sí, el apeadero de trenes de la estación de Peñaflor sigue siendo el más bonito.