Un ramal del ferrocarril Córdoba-Belmez abierto en Cerro Muriano para el transporte del mineral de cobreLa Voz

El portalón de San Lorenzo

La importancia del cobre ​en Córdoba

El francés Frederic Ledoux fue el primero que supo ver las grandes posibilidades que tenía la capital de la provincia como nudo logístico

El cobre tiene una importancia fundamental en el desarrollo del cuerpo humano, pues contribuye a la formación de los glóbulos rojos y es un oligoelemento esencial para la vida, pues tiene decisiva incidencia en el mantenimiento de las venas y las arterias, el sistema inmunitario y los huesos. El cobre se encuentra de forma proporcional en nuestra alimentación habitual, de forma que en el caso de que por cualquier circunstancia, este equilibrio se perdiera, se podría decir que se padece la enfermedad de Wilson, un padecimiento hepático.

El cobre es el tercer metal más demandado en el mundo después del hierro y el aluminio, y la demanda actual rondará los 28 millones de toneladas y su producción es deficitaria.

El primer cobre

Es el que pudimos presenciar por aquellas calles cuando se intensificaban las líneas telefónicas en 1952. Se podían apreciar grupos de trabajadores por los barrios y que subidos en aquellas escaleras amarillas, metían por conducciones apropiadas, cientos y cientos de hilos de cobre que tenían una envoltura en papel de colores. Muchos trozos quedaban en la calle y nosotros nos dedicábamos a recogerlos para venderlos en la chatarrería.

También en nuestras casas veíamos aquellas briznas de cobre que constituían el elemento de seguridad en la instalación domestica de las casas. Cuando surgía un roce o cortocircuito en aquellas instalaciones formadas por un par de cables unipolares enrollados entre sí, «saltaba la tasilla» y era que se quemaba la brizna de cable que hacía de fusible en aquella pequeña caja de porcelana. A aquello se le llamaba «tasilla» y cualquiera era bueno para arreglarla.

El cobre en la historia

La riqueza mineral del término de Córdoba ha sido reconocida por diferentes pueblos desde los albores de la civilización, cuando se transitó desde el aprovechamiento exclusivo de las omnipresente piedra al uso de diferentes metales, cuya materia prima no era tan ubicua y requería ir a buscarla donde abundase de forma natural. Y daba la casualidad de que Córdoba era uno de esos sitios privilegiados.

Así, las fuentes históricas, muchas de ellas tejidas de mitos y leyendas por su antigüedad, narran la presencia en nuestra tierra, instalados en asentamientos o como comerciantes de paso, de fenicios, griegos y cartagineses hasta llegar a los romanos de Claudio Marcelo. Estos pueblos del mediterráneo, atraídos todos por nuestras riquezas, establecieron contactos permanentes con los turdetanos, ese pueblo local descendiente del legendario y desconocido Tastessos, el emporio de riqueza del sur peninsular famoso por sus riquezas en minerales citado hasta en la Biblia.

Con los romanos, la explotación de los minerales de nuestra sierra se hizo de forma sistemática, y se dice que un tal Mario consiguió tanto poder y riqueza con sus minas que su propio nombre, según una hipótesis, daría lugar al topónimo Sierra Morena (sería al menos un consuelo, porque la Historia cuenta que este Mario acabó mal por los celos del emperador).

Las Electromecánicas (Secem)

De entre los minerales que venían a buscar en Córdoba estos pueblos el principal, sin duda, era el cobre. Aquí no había oro ni plata (al menos en cantidades aprovechables) pero ni falta que hacía, porque la importancia del cobre ha sido (y es) inmensa a lo largo de toda la Historia. Sin cobre sencillamente no existiría la sociedad tal como la conocemos.

En el siglo XIX, cuando avanzaba a trancas y barrancas la industrialización en España, el ingeniero francés Frederic Ledoux, que era director de la ya famosa Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, fue el primero que supo ver las grandes posibilidades que tenía la capital de la provincia como nudo logístico (los políticos actuales no han inventado nada). En aquellos años el ferrocarril eran concesiones privadas que trazaban los recorridos según sus intereses económicos, y Córdoba ya empezaba a sobresalir como centro de intercambio de ramales, incluso con una vía directa hacia las zonas mineras de la sierra de donde se obtenía el carbón, imprescindible para cualquier iniciativa industrial.

Panorámica de las instalaciones de las Electromecánicas en 1940

Su hijo recogió la idea que cristalizó en 1917 cuando se fundó la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas (Secem), donde además de la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, de origen francés, se unieron al proyecto los ingleses de Río Tinto y aportaron capitales el Banco Bilbao y el Banco Urquijo.

Así, la Secem decidió instalar en Córdoba una planta dedicada a la metalurgia del cobre y las construcciones eléctricas. Para su proyecto de instalación se compró el cortijo de Aljibejo, a un precio de 516.701 pesetas, y posteriormente el del Ochavillo, a un precio algo superior de 623.280 pesetas. Ambas propiedades pertenecían a la familia de los Hoces (la del Duque de Hornachuelos), la cual también poseía infinidad de propiedades en la cercana falda de la sierra desde más allá de la Albaida hasta la Arruzafa, y que fueron poco a poco también vendiendo.

La zona elegida, agrícola, estaba completamente despejada, pero a tiro de piedra de la ciudad. Se trataba de una extensión de unas 315 hectáreas, algo parecida a la de la Córdoba antigua en su casco histórico, lo que da una idea de la magnitud de la empresa.

El proyecto de las instalaciones se encargó al equipo del arquitecto suizo Francisco Gay, que diseñó un complejo industrial donde las naves de fabricación estuvieran dispuestas alrededor de una gran nave central, dedicada para el almacenamiento y las expediciones, con espacio suficiente para que los grandes camiones pudiesen maniobrar con vista a ser cargados. Los camiones eran aún algo casi novedoso, lo que muestra su visión de futuro. Posteriormente este mismo arquitecto realizaría el proyecto de una barriada cercana de viviendas para su extensísimo personal, las primeras casas unifamiliares a gran escala que se hacían en Córdoba para los trabajadores de una fábrica.

La importancia de Secem

Desde 1920 hasta 1960 hay pocas dudas de que la empresa más importante de Córdoba fue las Electromecánicas, tanto en el orden económico como en el social. Durante sus primeros pasos, en los que le tocó el final de la Primera Guerra Mundial, fue prácticamente la dueña de los mercados en el sector de transformados metálicos de cobre e incluso cobres electrolíticos, latones, trefilería y demás preparados que demandaba una industria en total transformación.

Así, fue incrementando su plantilla hasta llegar a los 3.000 trabajadores de media a mediados de los años 60. Otras cifras más altas que aparezcan son estimaciones un tanto exageradas que cuentan eventuales y trabajos indirectos. Los trabajadores de las Electromecánicas marcaban una diferencia en distinción y seguridad en el empleo, contando con coberturas sociales y médicas que no tenía la mayoría del mercado laboral cordobés.

Pero la empresa se encontró con un mercado tan «fácil» que optó poco y tarde por la renovación para poder seguir siendo competitiva, especialmente conforme se fueron liberalizando los mercados internacionales. Al final, como se dice, «le pilló el toro».

«Los platillos volantes» y el pan

Como ejemplo de lo comentado anteriormente, en los años 50 se adquirió por parte de las Electromecánicas una máquina muy compleja de fabricación alemana, a la que por su extraña apariencia se le llamó jocosamente «los platillos volantes».

Su puesta en funcionamiento hubiera significado un gran ahorro de mano de obra directa de peonaje. Pero nunca se puso en marcha. Se han dado muchas versiones para justificar el porqué, unos decían que era por falta de los conocimientos necesarios para entender aquella tecnología, otros que alguien con poder se opuso a aquella reducción de mano de obra que conllevaría. Esto último puede parecer extraño, pero dentro del régimen de Franco de esa época había corrientes muy poderosas (especialmente en el sector 'azul') para las cuales los puestos de trabajo eran cosa 'sagrada' y no se podían eliminar.

Situaciones similares se dieron en otros sectores como la panadería que intentaron montar Rodríguez Hermanos en los años 1950-60, que al «acumular excesiva harina» en sus fábricas decidió montar en la calle doña Berenguela un «tren de fabricación de pan en serie». Para ello crearon unas instalaciones similares a otras que habían funcionado por el norte de España, para ello desplazaron y encargaron al panadero cordobés Antonio Luque, de San Juan de Letrán. Después de muchas pruebas se lograron los resultados apetecidos de producir gran cantidad de pan a bajos costes.

Sería el gobernador civil de Córdoba don José María Revuelta Prieto (1916-2006), el que poco menos le dijo a los Hermanos Rodríguez: «Que si estaban locos con abrir esa fábrica panificadora automatizada que suponía el cierre de la mayoría de los hornos de Córdoba».

Actitudes como éstas, aunque aparentemente beneficiosas a corto plazo, dando la espalda a la renovación tecnológica y sin miras a futuro, hicieron que con el paso del tiempo los países del norte de Europa produjeran la tonelada de cobre a un coste mucho más bajo que el nuestro y nos fueran poco a poco expulsando de un mercado cada vez más global y competido.

Y no era sólo el precio, los extranjeros también producían con una mejor calidad de acabado. A modo de ejemplo, el cobre para las bobinas de los transformadores lo adquiría Cenemesa (de la que hablaremos más adelante) de las Electromecánicas, y tenía unas aristas que rompían con frecuencia el papel del guipado-aislamiento con el que se cubría. Desde Finlandia se podía obtener el mismo cobre más barato, y además con las aristas redondeadas, lo que evitaba este problema.

Por eso, no es de extrañar que a mediados de los años 80 Cenemesa, ya convertida en Westinghouse, dejara de comprar el cobre a las Electromecánicas. Era imposible que sus transformadores pudieran competir con ese coste de la materia prima.

Un horno de cobre en plena actuación

La nave de la electrólisis

La electrólisis del cobre es el proceso mediante el cual se eliminan sus impurezas por medio de la corriente eléctrica. En las Electromecánicas era un tanto peligroso trabajar en la nave dedicada a este menester, pues en ese recinto se respiraba un ambiente, digamos, poco sano. Por ejemplo, cuando te fumabas un cigarro en las primeras semanas de trabajo en la nave le notabas un sabor dulce al tabaco, hasta que con el tiempo se iba uno acostumbrando.

A esa nave llegaban trenes cargados de ánodos de cobre fundidos «a pie de mina» en la instalaciones de Riotinto Patiño (Huelva). Se introducían en las cubas donde, muy lentamente, por medio de la electrólisis el cobre se iba depositando ya purificado en unos cátodos (chapas finas) colocados verticalmente para que el material quedase adherido a su paredes.

En aquellos tiempos no existía el calzado de protección adecuado para los pies de los trabajadores. La fábrica adoptó como alternativa para la protección de los pies, por una especie de botines realizados en paño verde con su debido amarre con correas y hebillas, que eran realizados por Francisco Rodríguez Ruano 'Paquillo', un guarnicionero de la calle Roelas número 7, que siempre que te llegabas a su taller estaba realizando este tipo de trabajo.

Arturo Morales junto a Pepe Jiménez el tabernero

Nos contaba Arturo Morales Contreras (1929-2021), conocido del Jardín del Alpargate, que un día de 1956, estando trabajando en la nave de estiraje, le propusieron, quizás por su juventud, si quería irse a trabajar a la nave de la electrólisis. Respondió afirmativamente, ya que le daban un 30% más del sueldo por tóxicos, penosos y peligrosos, y aquello venía bien, sobre todo para los que se querían casar y empezar una familia como era su caso.

Así que debutó en su nuevo trabajo en julio de 1956, según recordaba él mismo, poco después de la inauguración del famoso Hotel Córdoba Palace. Entró a trabajar en el relevo de seis de la mañana a seis de la tarde (ahí es nada para los que se quejan ahora de horarios).

Cuando sonaba la sirena de fin de jornada todos salían pitando para coger asiento en el autobús que los llevaba de vuelta a la ciudad y que paraba en las Tendillas, en la misma acera de la Telefónica. Por las prisas, a veces solían saltarse el protocolo de ducha que estaba previsto en aquella sección poco menos que de forma obligatoria. Y eso fue lo que hizo el amigo Arturo en su primer día de trabajo en esa nave, deseando llegar a su casa para echarse una siesta a pesar de lo avanzada de la tarde.

Efectivamente, llegó a su casa cerca de las siete y pudo comprobar que había una cama libre para poder echase la siesta. Llegó, bebió agua y se acostó. Su madre le despertó a eso de la ocho y media para que se arreglase y fuera a «pelar la pava» con su novia. Todo fue visto y no visto, ya que al abandonar la cama, vio que en las sábanas había quedado una señal de color verdosa donde estaban reflejados todos sus huesos. Al ver aquello su madre se asustó y llamó a su padre, que estaba de zapatero cerca del portal de la casa. Alarmados, los dos llegaron a la conclusión de que aquello era cosa de que lo viera un médico.

Las arenques y el pan de higo

Por aquellos tiempos el médico de empresa de las Electromecánicas era don Luis Gala, padre del famoso autor literario Antonio Gala. Con todos los esfuerzos del mundo, y para llegar lo más pronto posible, cogieron el taxi de Rafaelito 'El Largo', que vivía en María Auxiliadora, que los llevó a la consulta particular del médico. Tras explicarle lo que había pasado, que trabajaba en la nave de electrólisis de las Electromecánicas y que no se había duchado, Don Luis, flemático, se limitó a responder «tus poros se han impregnado de los vapores del cobre y por no ducharte no has logrado eliminarlos del cuerpo. Con el sudor te has hecho una auténtica radiografía». Y no le dio mayor importancia. Tampoco quiso cobrarles nada.

Pasado aquel mal rato se volvieron andando a su casa desde el centro de Córdoba. Su madre, espoleada por la euforia de que su hijo no tuviese nada malo decidió emplear el dinero con el que pensaba pagar al médico en comprar algo a lo grande para celebrarlo. Entraron en Mantequerías Abel, aquella famosa tienda de ultramarinos de la calle Gondomar, y compraron una lata de carne de membrillo de la marca San Lorenzo, cuatro rulos de pan de higo, y medio kilo de sardinas arenques.

Al acercarse a su casa sus hermanos, que esperaban con ansiedad su llegada en el portal de zapatería, al ver que volvía andando por sus propios pies decidieron que aquello era una señal positiva suficiente y sin preguntar apenas por lo que les había dicho el médico se lanzaron de inmediato a por el pan de higo y a por las sardinas arenques para dar buena cuenta de ellas. Lo primero era lo primero.

El cobre en Cenemesa

En los años 60 diariamente salían de Secem más de 70.000 kilos de cobre elaborado, en cable, barras, pletina, hilo y planchas. Nada más que a Cenemesa, uno de sus grandes clientes, se le solía suministrar al año casi 400 toneladas. Esto lo supieron bien los transportistas Nicolás Callejón, primero, y posteriormente Francisco Zamorano 'El Melonero'.

Hay que decir que Nicolás Callejón, años antes, durante los 40 y hasta mediados de los 50 fue también el encargado de repartir por las casas del personal empleado de Secem el carbón de encina en sacos que la empresa facilitaba a sus empleados para el consumo doméstico.

En cuanto a Francisco Zamorano 'El Melonero' (apodo que se le puso porque durante la mayor parte de su vida laboral se dedicó a la campaña de melón en su pueblo, Montalbán) tenía su cuartel general por las mañanas en el Bar Flor de la populosa barriada de Edisol, en el barrio de Levante. Era llamarlo allí por teléfono y acudir enseguida. De tanto acudir a las instalaciones de Cenemesa y Secem todo el mundo lo conocía y resolvía por su cuenta todo el papeleo, evitando muchas veces la absurda burocracia para autorizar y certificar el transporte de la mercancía de una fábrica a otra.

Rafael Muñoz celebrando con amigos su jubilaciónLa Voz

Rafael Muñoz Bello

Pero lo mismo que hemos hablado de los transportistas del cobre, no podemos olvidar a Rafael Muñoz Bello el responsable de la sección de guipado del hilo de cobre para las bobinas, pues por sus largas jornadas de trabajo a relevos de 12 horas (las máquinas estaban trabajando las 24 horas), seguramente pudo ver como por su sección pasaban millones y millones de metros de cable para las bobinas para ser guipado (aislado de papel). Hay que decir que en estas máquinas se le daban seis capas de papel aislante al hilo de cobre. Y era vital que los profesionales que atendían estas máquinas fueran hábiles y resolutivos. Las bobinas eran el alma del transformador.

También se puede decir que la UGT de Westinghouse surgió y creció muy cerca de estas bobinas de cobre, pues Rafael de la Peña, Germán Toledo y Miguel Luque, formaron parte de la Sección de Bobinaje encargada de elaborar las bobinas para los transformadores.