El portalón de San Lorenzo
Recordando a un gran músico: Luis Pedro Bedmar Estrada
El tema fundamental de su tesis era, sobre todo, la vida y obra de Jaime Balius y Vila
Todos los años que he podido, en estas fechas tan entrañables, he asistido puntualmente al concierto (este año se llamaba «Música para todos») que organiza con sus alumnos, como cierre de fin de año, la escuela de música Tararea. Suele celebrarse en el conservatorio de la avenida de los Piconeros, y en él colaboraran desinteresadamente, además de los citados alumnos, organizaciones, grupos y personalidades de la música de nuestra ciudad.
Este año los asistentes hemos vuelto a disfrutar con las interpretaciones de los músicos de la orquesta y los coros, en un concierto repleto de canciones y recuerdos de la Navidad. Confieso que ha habido actuaciones que me han sumido en la nostalgia de recordar a nuestros seres queridos y amigos que ya no están con nosotros. Y este año me he acordado del catedrático de música Luis Pedro Bedmar Estrada, fallecido hace pocos días. Recuerdo que hará unos cinco años tocó de forma magistral el piano en este concierto anual acompañando como uno más a la orquesta y a los alumnos de la escuela.
A Luis lo conocí en el Archivo de la Catedral, a donde acudió durante bastantes días del verano de 2006 como investigador para obtener su doctorado. El tema fundamental de su tesis era la organización de la Catedral de Córdoba a finales del siglo XVIII y principios del XIX y, sobre todo, la vida y obra de Jaime Balius y Vila, su maestro de capilla en dos ocasiones (1785-1787) y (1789-1822), cargo desde el que se atrevió a emplear en las misas flautas y trompas, ampliando la sobria paleta instrumental de la orquesta de entonces.
Por este motivo fueron muchas las veces que coincidí con él, si bien la primera conversación como tal que mantuvimos fue en la cafetería de El Caballo Rojo, a donde habíamos acudido para desayunar todos los que estábamos un día en el Archivo. Inicié el tema de conversación hablándole de su padre, don Luis Bedmar Encinas, al que llegué a conocer muy bien en sus comienzos profesionales.
Le relaté que en el ya muy lejano año de 1958, don Juan Novo González, entonces párroco de San Lorenzo, quiso inaugurar en el Hogar Parroquial (situado en el Cerro de la Golondrina) una «sala teatro» que allí habían habilitado. Para su inauguración se eligió la obra teatral 'Ven y sígueme', bajo la dirección de Rafael González y representada por un grupo de chavales del barrio y antiguos alumnos salesianos que se ofrecieron voluntarios. Todo estaba casi previsto: los actores, los decorados, las entradas vendidas... pero faltaba la música de fondo que ambientara las escenas de la Pasión que aquella obra representaba.
Hubo que buscar aprisa y corriendo la solución, y Antonio Caballero (el organista de la parroquia, ciego para más señas) le comentó a un nervioso don Juan Novo que conocía a un joven que quizás podría resolverles el problema, un tal Luis Bedmar Encinas, que aunque apenas debería sobrepasar los 25 años ya se había hecho un nombre en el conservatorio de Córdoba. Así que contactaron con él y éste aceptó gustoso el reto. El joven músico era de Granada, aunque había estudiado en el Conservatorio Superior de Música de Córdoba, donde obtuvo las máximas calificaciones y primeros premios de fin de carrera, por unanimidad, en solfeo, armonía, contrapunto, fuga y composición. Había tenido como profesores a Juan Antonio Chica, Carmen Muela y Joaquín Reyes.
La Rondalla de San Lorenzo
La puesta en escena de aquella obra fue todo un éxito, sobresaliendo el acompañamiento musical de Luis Bedmar padre que tan a última hora habían conseguido acoplar. El párroco quedó encantado y le faltó tiempo para comunicarle a Luis su idea de formar bajo su dirección una rondalla infantil con los chicos del barrio entre los 12 y los 14 años. De nuevo aceptó el reto.
Así surgió en el año de 1959 la Rondalla de San Lorenzo, que recorrería distintas capitales de España, culminando en Barcelona una exitosa gira en el mes de diciembre de 1962 con motivo de las fiestas de la Navidad, tan propicias siempre para la música. Su actuación en la Catedral de la Ciudad Condal fue escogida nada menos que por Eurovisión para saludar al mundo con su 'Mensaje de Paz', especialmente apropiado en un año donde el mundo había estado en vilo sólo un par de meses antes con la crisis de los misiles en Cuba. Más tarde, en 1966, la rondalla ganó el Concurso Nacional de Villancicos.
Ese era el nivel que había alcanzado Luis Bedmar Encinas en sus inicios profesionales en la parroquia de San Lorenzo, antes de irse a cotas más altas en la ciudad y fuera de ella. En aquella conversación, su hijo Luis Pedro oía emocionado todas estas anécdotas de su padre.
Las investigaciones musicales en el Archivo
En esos días de 2006 estábamos en el Archivo de Catedral digitalizando el 'Smaragno', el libro más importante que contiene, cuya antigüedad, según Diego Ramírez de Xerez, puede estar datada entre el año 953 y el 960 de nuestra era; es decir, en tiempos de los mozárabes. Debió llegar al Archivo, como muy tarde, a principios del siglo XVI, pues ya el canónigo Pedro Ponce de León (1488-1535) y Ambrosio de Morales (1513-1591) documentan su existencia.
Otro gran investigador
En aquellas vacaciones de verano me llamó la atención con la puntualidad que llegaba este hombre todos los días al Archivo. Se sentaba en la mesa de investigadores dándole la espalda al mueble estante en donde se encontraba el códice 'Smaragno', el libro más antiguo de la Catedral de Córdoba.
A Luis Pedro se le facilitaron todos los libros que hablaban de la música en la historia de la Catedral, así como todos los libros de Actas Capitulares del Cabildo en relación con Jaime Balius y Vila. La casualidad quiso que Luis Pedro Bedmar, coincidiera con José Julio Martín Barba, otro excelente investigador que buscaba afanosamente el testamento del obispo don Martín Fernández de Angulo, pues estaba intentando confirmar la tesis de que dicho libro el 'Smaragno', (el libro que estábamos digitalizando), perteneció a la almoneda de la Reina Isabel la Católica.
Y nos comentaría que venía de ver los documentos de la almoneda de la Reina Isabel la Católica que se encontraban depositados en el Archivo General de Simancas, bajo el título de 'Las cosas de la cámara de la reina nuestra señora que santa gloria haya'. Y dijo que eran 152 pliegos de documentación con cuatro páginas de texto escrito cada uno, y en el pliego XV aparece el material de la biblioteca incluido en esta almoneda, y en una relación que se hace de libros aparece el siguiente texto:
«Un libro grande, alto, de pergamino que es de las Declaraciones de las homilías e de los evangelios e de los hechos de los apóstoles, que tiene en la primera hoja pintada e iluminada una cruz, y en algunos cabos de las dichas hojas del dicho libro hay otras iluminaciones, que tiene las tablas quebradas, que no tiene sino dos pedacitos de ellas y desguarnecido. Se apreció este libro en tres mil maravedíes».
Como he señalado, daba la casualidad de que por esas fechas estábamos digitalizando, con todo el cuidado del mundo, el citado 'Smaragno'. Y así pudimos comprobar cómo en su primera hoja o folio resplandecía una gran cruz de Oviedo, y también que en los folios 2r. 3r. 3v. y 4r aparecían enmarcadas unas orlas muy bellas. Todo esto coincidía al detalle con lo descrito en el libro de la almoneda. Además, tanto su tamaño (442 x 320 mm.), como los 456 folios, lo convertían sin duda en un libro grande, tal como comenzaba el párrafo transcrito.
Afianzado con estos indicios, años después José Julio Martín Barba daría a conocer su hipótesis de forma pormenorizada en dos excelentes artículos que sobre el 'Smaragno' aparecieron en el libro titulado 'Nasara en su tierra. Estudios sobre cultura mozárabe y catálogo de la exposición', editado por la Imprenta Luque en 2018.
La piadosa Reina, según documentan las crónicas de la época, había tenido un antiguo ejemplar de este libro, que además sirvió, junto a otros, para la educación del malogrado príncipe heredero Juan de Trastámara y Trastámara (1476-1497). Y, por azares del destino, ese ejemplar acabaría en la Catedral de Córdoba.
Cómo llega el 'Smaragno' al Archivo de la Catedral
¿Cómo llegó aquí? La historia es muy larga y aún quedan huecos, pero podemos resumirla un poco.
Tras morir la gran Reina, sus criados y servidores concentraron todos sus bienes fungibles (desde joyas, vestidos o tapices a libros) en la ciudad de Toro. Su venta a subasta en almoneda se llevó a cabo por lotes en distintos lugares de España, en la misma Toro en 1504, en Arévalo y Salamanca en 1505, en Burgos en 1507 y 1508, en Valladolid en 1509, y en Madrid en 1511.
En el lote de Arévalo de 1505 salieron a la venta 41 libros, y de uno de ellos se dice, textualmente, que es «Un libro grande, alto, de pergamino que es las declaraciones de la omilías e de los evangelios e de los abtos de los apóstoles, que tiene en la primera hoja pintada e yluminada una cruz, y en algunos cabos de las dichas hojas del dicho libro ay otras yluminaciones, que tienen las tablas…». Era el Smaragno'.
Distintos eruditos e historiadores como Diego Clemencín y Viñas (1765-1834) o Luis Fernández Martín (1908-2003), citan a un cortesano, Rodrigo de Rúa, como la persona que adquiere el libro tras varias tasaciones a la baja por falta de compradores. En ese ambiente palaciego de las subastas se movía como pez en el agua el que se titulaba como licenciado de «los dos derechos en París», don Martín Fernández de Angulo, que además de ser asesor de la Reyes Católicos presidía la Chancillería de Valladolid, cargo que llegó a simultanear hasta 1515 con el de obispo de Córdoba (1510-1516). Además, fue arcediano de Talavera, canónigo de Sevilla y obispo de Cartagena. Con semejante currículo no es de extrañar que en su época se le describiera como un hombre de gran cultura que disfrutaba de una extensa biblioteca.
El eclesiástico José López Bravo, en su magna obra del 'Catálogo de los Obispos de Córdoba', comenta de él que «al morir el Obispo Martín Fernández de Angulo dejó a la Iglesia su Pontifical y Librería, que era muy copiosa y selecta, especialmente en manuscritos».
Pero, dado que era una persona que se había movido en cargos elevados, tanto en el mundo civil como en el eclesiástico, la interpretación de su testamento era compleja, lo que obligó a una concordia con el Nuncio de Su Santidad, Juan Rufo, arzobispo de Cosenza. Para alcanzarla, el Cabildo nombró al canónigo licenciado Diego Vello, ordenando finalmente el Nuncio a los canónigos del Cabildo de Córdoba que se quedasen con la librería del obispo, debiendo abonar a cambio la cantidad de 500 ducados para la terminación de la custodia de Arfe.
Todo este curioso proceso del testamento y la concordia con el Vaticano quedan reflejados en los folios 75r. 76v. 78r. 81r. 82v. 87r. del Libro VIII de Actas Capitulares, que va del 1 de julio de 1513 al 23 de diciembre de 1519.
Por otro lado, antes de que Ambrosio de Morales y Pedro Ponce de León dejasen puntual nota de que el 'Smaragno' ya estaba en el Archivo de la Catedral de Córdoba sólo habían constado tres donaciones de libros a la misma. La del propio Pedro Ponce, que en su testamento dejaba su librería a la Fábrica de la Catedral y al Cabildo «para que le hicieran las memorias y aniversarios que gustasen», la de un tal Juan Alfonso de Astorga, sobre el que existen dificultades para su identificación precisa, y donde la donación parece estar relacionada con el cobro de una deuda, y la citada del obispo Martín Fernández de Angulo que, de los tres, parece el donante más probable por los círculos cortesanos en los que se movió el 'Smaragno', adquiriéndolo tal vez para su humanista biblioteca después de una venta posterior de la joya bibliográfica por parte de Rodrigo de la Rúa. Fuese lo que sea que pasara, tuvimos la suerte de que el libro acabase en Córdoba.
La música une a los investigadores
Retomando el hilo, como decía, era sólo cuestión de tiempo que ese verano de 2006 coincidiesen en el Archivo los dos investigadores, Luis Pedro Bedmar Estrada, buscando y rebuscando cualquier legajo que hiciera referencia a Jaime Balius y Vila, y José Julio Martín Barba, haciendo lo mismo sobre el obispo Martín Fernández de Angulo. Fue un auténtico lujo cultural el contemplar cómo estos dos grandes investigadores hablaban y conversaban abriendo el 'Smaragno' por el folio que querían comentar.
Porque, además, daba la casualidad de que entre el numeroso contenido del 'Smaragno' se encontraba algo que es un tesoro para cualquier amante de la música y de la cultura en general. Sus páginas contienen una copia con música del 'Canto de la Sibila', la más antigua conocida de esta famosísima composición medieval que se cantaba en la Misa del Gallo y que fue prohibida progresivamente tras Trento porque, decían, mezclaba con cierta alegría temas cristianos y paganos. La Iglesia sólo la permite actualmente en la Catedral de Palma de Mallorca (también en la Cerdeña que perteneció a la Corona de Aragón), y su artística representación es una maravilla declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Recuerdo una mañana que entre los dos investigadores se estableció un diálogo cultural de altura sobre las sibilas, esas vírgenes longevas recluidas en lugares de difícil acceso que poseían la capacidad de escudriñar el futuro y predecir distintos acontecimientos cuando entraban en estado de trance. Su clarividencia para interpretar los signos de los tiempos, unido a su carácter profético para transmitir nada menos que los designios divinos, hizo que despertaran gran admiración desde su origen en la Antigüedad hasta la Edad Moderna, incluso en el seno de la Iglesia. Hasta de esto sabían esos dos hombres.
Comentaron que si Palma de Mallorca tenía el privilegio de que aún se cantase en una función solemne, Córdoba tenía el no menor de conservar la copia más antigua conocida del 'Canto de la Sibila' entre los folios 327v al 328r del 'Smaragno', con unos 38 versos musicalizados según una notación antigua que Luis Pedro se ofreció a traducir y editar en un pentagrama moderno.
Desgraciadamente, Luis Pedro Bedmar Estrada (1961-2024) se nos ha ido muy pronto, demasiado. Aunque seguramente allá arriba, junto a su padre, fallecido hace unos tres años, y su hermano, que también se fue muy joven, estará disfrutando cantando y componiendo villancicos celestiales.