El portalón de San Lorenzo
Los domingos en el convento de Santa Marta
Al salir por Hermanos López Diéguez te tropiezas a lo lejos con el alegre bullicio (cada vez más apagado) de los niños en el recreo de las Escuelas de San Andrés
Era el martes 19 del pasado mes de noviembre, cuando todo el mundo seguía preocupado por la terrible catástrofe de Valencia. En uno de mis recorridos por la mañana me dio por adentrarme en la calle Santa Marta, donde casi siempre eres el único paseante. Actualmente es una calle muy solitaria, aunque haya en una de sus esquinas una dependencia de Correos (que no sé si sigue abierta), olvidando su antigua bulla cuando allí estaba la Cooperativa de Ebanistas (una «tapadera», decían, a donde solía acudir mucha gente simpatizante o comprometida con la masonería) o la Cocina Económica, que luego terminaría como un centro de acogida de la Cruz Blanca.
Hoy no queda nada de eso pero es que, además, si entras a la calle Santa Marta desde San Pablo, tienes la opción de salir a Juan Rufo, (La Fuenseca) otra calle que es sombra de lo que fue, aunque salgas muy cerca de la Peña Flamenca Merengue de Córdoba, y enfrente a la calle Imágenes, donde antiguamente estuviera la célebre taberna El Bolillo de los Estévez Toledano o la panadería de los Cárdenas. Calle Imágenes, en la que también naciera la célebre Blanca del Rey, (Blanquita Molina) dueña del Corral de la Morería de Madrid. Pero para salir por esta calle tienes que dar la siempre solitaria revuelta de Conde de Arenales, por lo que opté por continuar por la calle Pedro Fernández. Luego, al salir por Hermanos López Diéguez te tropiezas a lo lejos con el alegre bullicio (cada vez más apagado) de los niños que estaban en el recreo de las Escuelas de San Andrés. Y es que desgraciadamente ahora en muchas familias el bregar con el perro o con el móvil ha quitado protagonismo al bregar con un niño.
Vecinos de la calle Pedro Fernández
Durante ese recorrido por esa «Córdoba Callada y Sola» tuve tiempo para traer a mis recuerdos cosas vivas de esta calle Pedro Fernández y sus alrededores. Y tengo que decir que el nombre de esta calle (antes se llamaba Calleja de Santa Marta) se debe posiblemente a un Pedro Fernández de Córdoba del linaje de los Cabrera que eran los dueños del Palacio de los Cabrera de San Andrés.
Hay que tener en cuenta que el amplio jardín posterior de este Palacio llegaba hasta la citada calle Pedro Fernández y que en los años de 1950 fue adquirido por el Estado y se instaló allí lo que se llamó «El Ambulatorio de la Seguridad Social del 18 de Julio», que por su amplitud fue en aquellos tiempos el mejor Ambulatorio que había en Córdoba, en donde llegaría a haber médicos de cabecera y algunas especialidades, aunque, eso sí, crujieran constantemente la vigas de la segunda planta. Testigo de todo esto que estoy diciendo pudo ser muy bien Pablo García Baena, nuestro gran poeta, porque vivía en la casa de enfrente del citado Ambulatorio.
En opinión de los que conocieron la época de la guerra, en esta calle Pedro Fernández, en el número 3, vivía Domingo García Santos, al que junto a Antonio Linares, fueron dos grandes fotógrafos que supieron plasmar con sus cámaras fotográficas todo el tremendo realismo de aquella Córdoba bombardeada durante la guerra por los aviones de la República.
Luego, porqué no decirlo, me agrada pasar por allí porque casi siempre hay balcones engalanados con la Bandera de España. En esta calle, aunque no llegué a conocerlo, vivió Enrique Gallego Gómez, el cobrador del Banco Español de Crédito que fue asesinado por el barbero de San Pablo Francisco Reyes Roche el 28 de enero de 1943, aprovechando que entró en su barbería para un afeitado. Su truculento crimen forma parte de la serie negra de Córdoba. Hay que decir que curiosamente en el Muro de la Memoria Histórica que levantó el Ayuntamiento de Córdoba en el Cementerio de San Rafael, incluyeron al barbero como un represaliado más por Franco en la guerra de 1936.
Recuerdos mucho más agradables me llevan a otro vecino de la calle, Rafael Martínez, quien en su tiempo fuera hermano mayor del Calvario durante aquellos duros primeros años 50 del siglo XX. Tanto él como sus hijos Rafael y José Martínez Castro, así como su yerno Antonio Toledo Moreno, fueron trabajadores de la empresa Westinghouse.
También tenía su domicilio en la calle Pepín Sánchez Aguilera, que con su prodigiosa memoria era todo un libro abierto sobre el barrio de San Lorenzo, donde había nacido. Conocía la noche de Córdoba como pocos, pues no en balde trabajó en los locales de los Hermanos Bartolo, los empresarios nocturnos de entonces.
Nos reíamos mientras contaba cuando de joven presenció cómo el guardia municipal de armas tomar apodado El Bigotes fue arrojado vestido al pilón de la fuente de San Lorenzo, después de quitarle la porra y lanzarla al tejado del portalón de la iglesia. Esta osada operación fue protagonizada por los hermanos Ampomo, Santos y Almoguera con la ayuda de Manolín 'El Boca'. Al parecer, tenía ojeriza a los chavales y había querido detener a este último simplemente por venir botando un balón desde el Colegio Salesiano al portalón de San Lorenzo.
Muchas más anécdotas del barrio sabía este hombre, como la extraordinaria habilidad de Pilar Roldán (de una saga de famosos panaderos) en el manejo del diábolo. Hasta tal punto era esto así que muchas veces se ponía a bailarlo en mitad de la plaza de San Lorenzo y llegaba hasta el reloj de la torre, lo que constituía todo un espectáculo para los curiosos transeúntes. Eso ocurría en los años 40, los mismos en que, nos decía, la Hermandad del Calvario estaba en un estado tan postrado que en 1944 tuvieron que adornar el paso con las flores de las acacias plantadas en la plaza de San Lorenzo, subiéndose los chavales del barrio a los árboles para cogerlas.
A la mediación de Pedro Fernández se abre una pequeña plaza que pertenece a la calle de los Cidros, donde la primera casa de la izquierda, haciendo rincón, era propiedad de Chacón 'El Sastre'. Allí vivía Paco Luque Obispo, que pudo presenciar como pocos el apogeo y caída del empresario de la madera Luis Aranda Martos. Mientras esto acontecía él se «doctoraba» en el conocimiento de nuestra sierra buscando todo lo que daba el campo, en especial los caracoles y los espárragos.
Este casero Chacón solía mandar a su hija Araceli a cobrar el alquiler de un local que también tenía en Santa María de Gracia y que fue el primer taller de Juan Martínez Cerrillo. Fueron tantas las veces que esta chica fue a cobrarle que el escultor (sensible a lo bello) quedó prendado de su belleza, por lo que le pidió posar su cara como modelo de una imagen de Virgen que pensaba realizar con la advocación de Mayor Dolor y Esperanza para cederla a su Hermandad del Calvario (que no tenía Virgen propia, por lo que en su desfile sacaba a la Nazarena cedida por las monjas del convento). La muchacha se lo consultó a su padre y éste no puso ningún impedimento.
Una vez realizada la imagen, después de estar poco tiempo en la Hermandad del Calvario, por desavenencias con la junta directiva, fue vendida por el escultor, que era su propietario real, a la Hermandad de los Estudiantes de Jaén, donde aún sale en procesión en Semana Santa con el nombre de «Nuestra Señora de las Lágrimas».
Por último, no me puedo olvidar de otro vecino ilustre, Andrés Moriana Arenas, un gran emprendedor a pesar de los terribles obstáculos que le puso la vida. Perdió una pierna al caerse cruzando entre los vagones de un tren cuando iba de un vagón a otro vendiendo productos a los viajeros. Las ruedas le segaron la pierna. Con su pierna de menos sacó fuerzas de flaqueza y empezó a vender «quiquis y golosinas» a cambio de botellas y suelas de alpargata en aquellos años 1945-55. No se paró ahí, sino que fue progresando con tesón y se hizo constructor de pisos en aquellas avenidas de La Viñuela y Barcelona que se iban poco a poco urbanizando. Lo que se dice un triunfador hecho a sí mismo.
También fue un enamorado del fútbol-sala, llegando a presidir la Federación Cordobesa en su época más boyante de mediados de los años 80, cuando la ciudad contaba con dos equipos en la primera división nacional, el patrocinado por Cajasur y el de la Autoescuela Séneca. La vieja nave de «Talleres Molina» que adquirió en la Fuensantilla la convirtió en un polideportivo de mucha actividad.
Con todo lo anterior, gran parte de su fama en Córdoba le había llegado, seguramente a su pesar, mucho antes, el 31 de marzo de 1958. En un partido de Segunda División entre el Córdoba CF y el Real Betis Balompié el árbitro era un tal Villena, cuya actuación fue un «atraco» con todas las letras a favor del equipo sevillano. Después de expulsar a dos jugadores del Córdoba CF le pitó en contra un más que dudoso penalti. El Arcángel rugía de indignación y aquello colmó los nervios del amigo Andrés. A la terminación del partido, y desde su localidad de Tribuna, saltó al campo y echó a correr detrás del «sinvergüenza» del árbitro con el solo apoyo de una pierna y su muleta. Hizo que el tal Villena corriera tan desesperadamente que, sin darse cuenta, se enrolló dentro de la red de la portería… y allí se lió la «marimorena». Sólo la fuerza pública apaciguó como pudo a este hombre.
En la puerta del convento
Y dejando atrás esos recuerdos, ese martes día 19 me encontré que la puerta del convento de Santa Marta estaba abierta. En el ante-patio un grupo de visitantes acompañados de un guía escuchaba sus explicaciones, y con cierto disimulo me uní al grupo.
Hablaba de la comunidad que estaba compuesta únicamente por dos monjas (sí, sólo dos), además ya muy mayores: La superiora, con más de 90 años y la otra monja rondando su edad. Contó que una cofradía de Semana Santa colaboraba con ellas y que incluso habían intentado que lo que fue la vivienda de los porteros se adaptara como hospedería para darle un poco de vida al convento. El obispo, seguía diciendo, les había puesto asistencia doméstica e incluso se les había instalado un ascensor para que no tuviesen que subir escaleras. Pude escuchar que todos los domingos y días festivos, a las 13 horas, el Convento de Santa Marta recobra momentáneamente la alegría con la misa oficiada por su capellán, don Antonio Gil Moreno, hace unos años párroco de San Lorenzo y hoy canónigo de la Catedral de Córdoba.
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La Santa Misa: puerta siempre abierta a la fe
Una vez reanudado mi paseo, me quedé con estas palabras y decidí asistir a la misa de ese domingo, día 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey. Llegué a la iglesia del convento con tiempo suficiente para contemplarla. De entrada te tropiezas con un gran cuadro de San Jerónimo, lo cual es esperable en una comunidad de la rama femenina de la Orden Jerónima. San Jerónimo, un santo cristiano y padre de la Iglesia, que tradujo la Biblia del hebrero y del griego al latín por encargo del papa Dámaso I. La traducción al latín de la Biblia realizada por San Jerónimo llamada «Vulgata» (edición para el pueblo) fue editada en el siglo IV. Esta edición fue declarada en 1546 durante el Concilio de Trento, como la edición de la Biblia que adoptaría la Iglesia Católica.
Luego está una pequeña imagen de la Virgen de Fátima, que no le hace falta ser muy grande para ser venerada como milagrosa. Un poco más a la derecha hay un altar con un «cautivo» que llama la atención por su aspecto de resignación ante el sufrimiento. Después otro altar cerca del coro con Santa Paula, muy venerada en esta Orden. También es de destacar un cuadro muy antiguo y de gran valor que representa a Nuestra Señora de las Angustias, y otro con la Visita del Salvador a las hermanas Marta y María, pintado en 1729 por el canónigo don Juan de la Cruz Molina.
El gran retablo aparece lleno de imágenes y cuadros de santos de la Iglesia, destacando en el centro por encima del Sagrario una pequeña imagen de la Inmaculada Concepción. También me llamó la atención que en el lado del Evangelio está un conocido mío, el mártir San Lorenzo, con su parrilla y todo.
La llegada de los fieles
La iglesia se fue llenando de personas de mediana y mayor edad que en un primer momento ocuparon las 18 pequeñas bancas con las que cuenta, para unos 64 fieles en total. Posteriormente, lo que es siempre una gran noticia, fueron llegando jóvenes, que iban ocupando, siguiendo el orden de las bancas, otras 42 sillas adicionales. Al final quedaron de pie o sentados en las bancas que están adosadas a las paredes laterales unas 26 personas. Con la ilusión de contemplar su iglesia llena, las dos únicas madres Jerónimas, una sentada en su silla de ruedas y la otra agarrada a su bastón, seguían la ceremonia detrás de la reja del coro cumpliendo el consejo de Nuestro Señor de no buscar el lugar preferente en su Mesa.
Con hora puntual, empezó la misa, con la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística tan estrechamente unidas entre sí. Los que conozcan a don Antonio Gil sabrán de sobra que es un excepcional orador, uno de los mejores (si no el mejor) de toda la Diócesis. Por eso no me resisto a dejar aquí su Homilía, que tuvo la gentileza de pasármela escrita cuando después se la solicité.
La homilía de don Antonio Gil Moreno
«Hoy celebramos, la solemnidad de Cristo Rey, en el último domingo, domingo 34 del Tiempo Ordinario. Una fiesta que fue instituida por el papa Pio XI, el 11 de noviembre del año 1925. El evangelio nos ofrece el pasaje de Pilatos con Jesús y parte de su dialogo. En este momento, todos somos “Pilatos» y escuchamos a Jesús. Lo que le dijo a Pilatos, nos lo dice hoy también a cada uno de nosotros.
Primero: «Yo soy Rey, pero mi reino no es de este mundo». Jesucristo viene a «liberarnos» del mal y del pecado, viene a ofrecernos «la salvación». El Reino de Jesús es “un reino de verdad, de amor, de justicia y de libertad. La verdad nos hace libres; el amor nos hace hermanos; la justicia nos hace solidarios y la libertad nos hace responsables. A la pregunta de Pilatos, Jesús le contesta abiertamente, sin ocultarle la realidad. Habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos.
Segundo mensaje: Jesús desvela su misión, y le dice a Pilatos para qué ha venido al mundo: «Para vivir en la verdad de Dios». Jesús, no sólo dice la verdad, sino que «busca la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos». Y Jesús recalca con fuerza: «Para eso he venido al mundo, para ser testigo de la verdad».
Tercer mensaje: Jesús nos invita a escuchar su voz. Quienes seguimos a Jesús, hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en defensa de los últimos. Quien es de la verdad, escucha su voz. El «reino de Dios» ofrece sus cuatro «destellos o pilares»: la Verdad, el Amor, la Justicia y la Libertad”.
Esta homilía, tan clara, didáctica y concisa, muy propia en este sacerdote, me trajo los lejanos recuerdos de cuando estaba de alumno en el Colegio Salesiano y en la celebración de esta fiesta se nos pedía a todos los niños que ese día fuésemos con nuestras mejores prendas de vestir y, a poder ser, que nos colgásemos cualquier medalla o distinción que tuviéramos por méritos. Se trataba de presentarnos ante Cristo Rey con las mejores prendas y sentido de respeto.
Quiera Dios que afrontemos el nuevo año que comienza con esa actitud de respeto y devoción ante el verdadero Rey, esa que las dos venerables monjas fueron capaces de transmitir ese día con su sola presencia. Que tengan un feliz 2025.