La calle Candelaria en un día de lluvia

El portalón de San Lorenzo

Historias de la calle Candelaria

Tras la guerra civil, fue cerrada y apenas sirvió para que nuestros mayores nos explicaran que ahí estuvo la escuela de los protestantes

La calle Candelaria está situada en pleno casco histórico de Córdoba, muy cerca del centro neurálgico que conforman la plaza de la Corredera, la plaza del Potro y la Ribera a orillas del Guadalquivir. De este enclave tan bello pudo dar fe el gran poeta y escritor Ricardo Molina Tenor (1916-1968), que llegaría a tener su vivienda cerca de su entronque con Lineros. A pesar de que no es muy larga, en la calle Candelaria se puede apreciar como en pocas la diversidad y riqueza histórica de la Córdoba tradicional.

Altar dedicado al arcángel San Rafael

El altar del arcángel San Rafael

Como referente religioso por todo lo que significa el Arcángel San Rafael como Custodio de Córdoba, quizás lo más característico de esta calle sea el altar situado justo a su entrada haciendo esquina con la calle Lineros. Se realizó gracias a los donativos aportados por los cordobeses, inaugurándose en 1801 con la asistencia de las autoridades eclesiásticas y civiles de la ciudad. Todo ello como desagravio por una profanación que se había cometido con otra imagen que lució en el mismo lugar y, de paso, como demostración de gratitud de la ciudad a su Santo Custodio por haberla librado, una vez más, de una terrible epidemia.

Las imágenes de San Rafael que preside el altar así como las de los santos patronos Acisclo y Victoria que la escoltan fueron pintadas por el egabrense Antonio María Monroy, (1762-1820). Según Ramírez de Arellano, en su catálogo de artistas de la provincia de Córdoba, «fue un artista modesto, (que) en su juventud llegaría a trabajar incluso de peón albañil. Ignoramos cómo, cuándo y con quién aprendió a pintar, y sólo sabemos de él cuando lo encontramos en Córdoba convertido en pintor notable. Murió en Córdoba y fue enterrado en el cementerio de la Salud». Hay que decir que de la hornacina inferior por debajo del Arcángel desapareció una pequeña imagen de la Virgen de Linares.

Estado en que quedó el altar después de ser cobardemente quemado en 1931

Este altar pudo salvarse de las 'progresistas' disposiciones dictadas en 1841 por el líder político liberal de Córdoba don Ángel Iznardi de la Cueva (1804-1857), el cual ordenó eliminar la mayoría de imágenes, humilladeros y cuadros de santos que poblaban (e iluminaban) las calles de Córdoba, unos 75. Muchos eran grandes obras de arte, como el lienzo que representaba a un Nazareno, en su encuentro con su Madre camino del Calvario, que se encontraba en la calle Zapatería (Alfonso XIII), réplica de una famosa obra de Valdés Leal con copias en varios conventos cordobeses e incluso en la Hispanic Society de Nueva York. Un golpe terrible al patrimonio local, y seguramente un buen negocio para los listos de siempre.

El altar tuvo que ser restaurado en varias ocasiones debido sobre todo a las inclemencias del tiempo. Lo restauró en 1890 don Manuel de Torres y Torres, que fuera obispo de Plasencia además de párroco de la iglesia de San Francisco y profesor de dibujo del Seminario de San Pelagio. Pero según el sentir popular su restauración, sobre todo de la cara del arcángel, no fue muy atinada, tal como refleja esta ácida reseña del 'Diario de Córdoba' de 3 de marzo de 1921: «De que el San Rafael de la calle Candelaria no mirase a las personas que se detenían para rezarle como las miraba antes de ser repintado» .

Con el inicio de la II República en 1931, para no ser menos, fue incendiado por las turbas 'demócratas', quedando como aparece en la imagen que acompaña a este artículo. Dos años después, con un gobierno republicano más razonable, se llevó a cabo una nueva restauración a cargo de Rafael Romero de Torres y Pellicer, hijo de Julio Romero de Torres. Pero tampoco aquello quedó del gusto del público, por lo que el nefasto don Bruno Ibáñez Gálvez, en plena guerra civil, ordenó al soldado de artillería Rafael Díaz Peno que lo restaurara según recoge el periódico 'El Defensor de Córdoba' de 15 de febrero de 1937.

Aquella escuela evangélica

Aprovechando que se había aprobado la plena libertad religiosa una vez depuesta la reina Isabel II, el 5 de enero de 1869 el ingeniero e industrial escocés míster Duncan Shaw, que se había integrado plenamente en Córdoba al instalar una fábrica de plomo de su propiedad cerca del barrio del Naranjo, publicó en el 'Diario de Córdoba' una carta donde defendía el protestantismo arremetiendo contra la Iglesia Católica y pormenorizando, punto por punto, una serie de defectos que, según él, arrastraba históricamente. Poco después, el 30 de enero, se llevaba a cabo el primer culto religioso en siglos (al menos en público) de otra confesión religiosa distinta a la católica en Córdoba. Fue en una casa de la calle Morería, propiedad del mismo industrial.

Tras este lugar improvisado, sería en la calle Candelaria, en la casa justo a continuación del altar antes citado, donde se instaló la Escuela Evangélica o de los protestantes. En un principio se invitó a los propios trabajadores británicos de la fundición de plomo y a sus familiares. Se trataba de empezar a buscar prosélitos, pues había que sacar provecho de los cuatro meses que se llevaban desde La Gloriosa de 1868 (la batalla de Alcolea había sido a finales de septiembre de ese año). En este primer acto religioso se leyó la Biblia en castellano y se explicó el capítulo 15 del evangelio de Lucas con la parábola sobre el hijo pródigo, entonándose además algunas alabanzas y oraciones.

Entre 1929 y 1930 el último pastor de esta Escuela Evangélica, Pedro de Vegas, que terminaría viviendo en la calle Arenillas, montó la Librería de Ocasión o Biblioteca Circulante en la plaza del Salvador. Su hija Esther contaba que para montar el negocio tuvo que desprenderse de la Enciclopedia Espasa que vendió por dos mil pesetas a don Juan Font del Riego, propietario de la desaparecida Librería Font. En su intento de ser librero fue ayudado por don Rogelio Luque, también librero y destacado liberal. Hay que decir que esta Librería de Ocasión fue visitada por Pío Baroja en 1931, y sus impresiones las publicó en su novela 'Los Visionarios'.

Después de la guerra civil, la Escuela fue cerrada y apenas sirvió para que nuestros mayores, siempre que pasábamos por allí, nos explicaran que ahí estuvo «la escuela de los protestantes». Ya en los años 70, la casa, con su patio y su salón-capilla, pasó a manos de Rafael Ortega Correa, un experto en antigüedades, sobre todo de imágenes religiosas, que lo mismo lo veías un día vestido de trinitario que otro te lo encontrabas vestido de requeté rumbo a Quintillo. También era dueño de la vivienda que luego adquirió el Ayuntamiento como Casa de Baños de Cardenal González. Aún recordamos cuando en cualquier festividad religiosa solía poner en la puerta de esta casa una imagen de Santa María de Gracia de cuerpo entero, que en su tiempo perteneció al convento del mismo nombre.

Este hombre también fue dueño de una casa-capilla en los Olivillos de Don Félix, en la carretera de Palma del Río. Está enterrado en el cementerio de la Salud en un imponente panteón presidido por la Piedad de Miguel Ángel realizada en mármol de Carrara.

Foto antigua del hospital de la Candelaria, hoy restaurante La ErmitaSaldaña

El hospital de la Candelaria

Siguiendo por la calle, llegamos al edificio que dio nombre a la misma. El día 20 de noviembre de 1416 otorgaba su testamento, ante Miguel Sánchez, Aldonza Martín, mujer que fue de Simón Pérez. En él designaba como único heredero a Diego Rodríguez, imponiéndole la condición de que en las casas que eran su morada, sitas en la calle del Baño (hoy Carlos Rubio), frente a la calle de la Rosa, se fundase un hospital con el título y bajo la advocación de Santa María de la Candelaria, cuya fiesta habría de celebrarse en la iglesia de San Pedro.

Para atender a las necesidades que llevaba consigo la fundación y mantenimiento del hospital se instituyó una cofradía, la cual, considerando que su sitio original en la calle del Baño se les había quedado muy pequeño, vendió las casas y compraron otras más amplias en la calle llamada la Parrilla y que desde entonces pasó a ser conocida como Candelaria. Allí se establecieron de acuerdo a unas reglas establecidas en 1487 en cuyo capítulo XX se manda: «Que tengamos en la casa de Sta. María Candelaria mujeres pobres, viudas y honestas, que no puedan pagar alquiler de una casa». Dentro del hospital había cierta libertad para que llevasen, con un orden, la vida que quisieran, y cuando fallecían eran enterradas con las candelas encendidas de la cofradía.

La ermita de la Candelaria

El nombre de «candelaria» proviene del latín «candela» (vela), procedente a su vez del verbo «candeo» (estar candente, encendido). En el ámbito cristiano, «candelaria» se significó con la fiesta de la Purificación de La Virgen, que se celebraba, precisamente, con una procesión de velas. Como le pasaría a muchos de los hospitales o casas de acogida de índole religiosa que hubo en Córdoba, en el siglo XVII el citado Hospital de la Candelaria se convirtió en ermita, contando incluso con su capellán. Después de varios siglos de vida fue cerrada al culto en torno a 1930.

De las últimas décadas de su existencia podemos extraer una de las citas periodísticas del 'Diario de Córdoba' que dejan entrever sus cultos, además de su precario estado:

Enero de 1882:

«Reformas. Los años que no pasan en balde, y las continuas lluvias de años anteriores habían causado notables desperfectos en la Ermita de la Candelaria; pero el generoso desprendimiento, hijo del celo Pastoral de Nuestro Excmo. y Reverendísimo Prelado, y la solicitud del Capellán de dicha Ermita, han puesto oportuno remedio a aquellos males, reedificando los deterioros y decorándola convenientemente para que en la festividad de la Purificación, que se aproxima pueda celebrarse, como se celebrará, una solemne función y novena a la Santísima Virgen»

Tras su abandono, décadas después, ya en época del obispo monseñor Cirarda, en que fueron vendidos bastantes inmuebles de la Diócesis sin uso, y la ermita de la Candelaria fue uno de ellos, El comprador fue, al igual que con la Escuela Evangélica, Rafael Ortega Correa.

Las romerías de la Candelaria

La fiesta del 2 de febrero de la Candelaria, antiguamente muy señalada, no era propiedad exclusiva de esta ermita, sino que era celebrada por todo el pueblo cordobés. Como ejemplo de su importancia, las autoridades municipales establecieron en 1816 una senda de recreo para los cordobeses que, arrancando por la actual calle Alonso el Sabio, cruzando los Santos Pintados y, por el camino de la Fuente de la Salud, buscaba la orilla izquierda del arroyo de las Piedras para llegar hasta lo que se llamaba la Huerta del Naranjo y el Molinillo de Sansueña.

La idea del Ayuntamiento era propiciar un lugar para el esparcimiento y el disfrute de la naturaleza, en particular el día de la fiesta litúrgica de la Candelaria, donde además de en su ermita cobraba una especial celebración religiosa en la iglesia de Santa Marina con los cultos en honor a Nuestra Señora de la Luz.

Pero con el tiempo, la llegada del ferrocarril (que cruzaba justo por la senda), así como la instalación de la fábrica del plomo por el citado ingeniero Duncan Shaw en 1860, hicieron que aquella zona de acampada junto al arroyo de las Piedras ya no fuese tan acogedora, por lo que el Ayuntamiento la trasladó en 1867 al arroyo Pedroches, el más importante por caudal de Córdoba. Todo el valle que se formaba a ambas orillas entre los dos puentes (el elevado «de hierro» del tren y el de Pedroches de la carretera) se poblaba de grupos familiares y de amigos que disfrutaban del campo y de su perol ese día de la Candelaria. La buena comunicación por carretera convertía el recorrido desde la Fuensantilla hasta el mismo arroyo en un reguero de personas que acudían andando. Incluso, había desfile de coches de caballos que solían ser ocupados por bellas jóvenes cordobesas que llegaban hasta la famosa Venta de Pedroches, inmediata al arroyo y a la carretera.

Esos años, la romería de Pedroches rivalizaba, sin duda, con la de Linares y Santo Domingo. Pero fue decayendo, y ya a mediados del XX se convirtió de facto en una simple «merendilla», en donde por tradición (que se iba difuminando) los vecinos de los barrios más cercanos de la ciudad solían ir paseando por la tarde hasta al arroyo de Pedroches, muchos con la tableta de pan de higo con su almendra al precio de siete perras chicas. Es el único recuerdo simpático que me queda de aquella «merendilla».

Miguel Reina, en El Arcángel

El ángel de El Arcángel

La calle Candelaria se haría famosa y conocida porque en aquellos campeonatos de fútbol de verano que tenían lugar en el Oratorio Festivo Salesiano (1955-1970), organizados por el recordado don José María Izquierdo Pérez (1922-1984), se presentó a competir un equipo de fútbol con el nombre de Candelaria, que pugnaba contra equipos como el Andaluz, Amparo, San José Obrero, Locomotora, Huerta de la Reina, Ciudad Jardín o Magdalena. Los partidos, con el campo repleto de animosos aficionados, se disputaban todas las tardes en el recién estrenado campo de fútbol que construyó el Colegio Salesiano en la zona de su huerta que lindaba con el camino de la «Redonda» (Ronda del Marrubial), por donde transitaba el camino de carne que iba desde el Marrubial hasta el Matadero Municipal.

Aun con su humildad, este Candelaria era un equipo de peso. Porque en la calle que le había dado nombre había nacido en 1946 el primer jugador internacional que tuvo el fútbol cordobés, Miguel Reina Santos, que empezando en los modestos Maristas, el propio Candelaria y Santiago, pasó al Córdoba CF juvenil desde donde fue llamado jovencísimo al primer equipo por el entrenador Ignacio Eizaguirre Arregi (1920-2013) en la temporada 1964-65. Esa misma temporada el joven portero tuvo unas formidables actuaciones y contribuyó en gran medida a que el Córdoba se clasificara ¡¡quinto!! en la Liga de Primera División, ganada por el Real Madrid con 47 puntos, seguido del Atlético de Madrid, Real Zaragoza, Valencia y el Córdoba, que le sacó dos puntos de ventaja al todopoderoso FC Barcelona.

Era imposible retener a esa joya, y a mitad de la temporada 1965-66 Miguel Reina fichó por el Barcelona por una cantidad de ocho millones de pesetas, el fichaje más caro pagado hasta entonces por ningún portero. De pinche de cocina en el Hotel Palace pasaría a portero del CF Barcelona, en donde le quitó la titularidad a José Manuel Pesudo Soler (1936-2003), uno de los porteros más importantes de aquella época.

Pero el sector catalanista duro de la afición blaugrana le negó el pan y la sal, y así la revista 'RB', una publicación de cerrado catalanismo, abogaba por la titularidad en la portería barcelonista del payés de la Cataluña profunda Salvador Sadurni Urpí y eso que, curiosamente, en una clasificaciones que dicha revista elaboraba tras los partidos eran siempre Reina y Gallego los que la encabezaban.

A pesar de ese ambiente, los profesionales del fútbol lo tenían claro. Por ejemplo, el entrenador del Real Sporting de Gijón, el afamado Luis Cid Carriega (1929-2018), comentó en una entrevista del diario Marca que Miguel Reina, sin duda, «era el mejor portero de España». El inglés Vic Buckingham (1915-1995), que llegó como entrenador al Barcelona en 1969, decidió que pondría a Sadurní en los partidos como local ante las agobiantes presiones de los catalanistas, pero que en los partidos de fuera pondría a Miguel Reina que, según sus propias palabras, «es el mejor portero del Barcelona». A tal absurdo había llegado el club de mezclar fútbol y política (y eso en época de Franco) tirando piedras contra su propia tejado. Afortunadamente don Vicente Calderón lo rescató para el Atlético de Madrid y se encontró como en su casa.

La foto del equipo. Al fondo, el peñón de Gibraltar

Miguel Reina ganó dos veces el «Zamora» al portero menos goleado, (1972-73 y 1976-77). Fue internacional en cinco ocasiones con Ladislao Kubala Stecz (1927-2002), debutando contra Finlandia en octubre de 1969, un partido que se jugó con un sentimiento reivindicativo del Peñón de Gibraltar, ganando España 6 a 0. Su último partido fue un amistoso jugado en Holanda en 1973, donde un mal entendimiento con el defensa José Luis Violeta Lajusticia (1941-2022), al que se le coló el balón por debajo de las piernas suponiendo el gol del empate para los holandeses.

Los que tuvimos la suerte de verlo en El Arcángel disfrutamos de sus espectaculares estiradas de palo a palo en pos del balón. En una de ellas, a un duro disparo de golpe franco ejecutado nada menos que por Ferenc Puskas (1927-2006) respondió el joven portero con un despeje tan espectacular junto al palo que el gran Pancho Puskas se desentendió del balón y de la jugada siguiente y se fue a felicitarlo dándole la mano. Lo mismo le pasaría con el goleador Cayetano Ré Ramírez (1938-2013) en una de sus visitas al Arcángel con el FC Barcelona que también se puso aplaudirle tras rechazar brillantemente un gran disparo. Tras esta actuación el 'Diario Marca' renombró al portero cordobés como: «El ángel del Arcángel».