Hay equipos de fútbol que tienen mística, una aureola -casi atávica- que permite reconocerlos en cualquier parte del mundo. A unos se les recuerda por una época dorada, en la que obraron el milagro de plantar cara a los grandes, como los casos del Derby County y Nottingham Forest a los que Brian Clough llevó de la segunda división inglesa a ser campeones de liga y, en el caso del Forest, a ser dos veces ganador de la Copa de Europa.

A otros equipos se les recuerda por acumular títulos y a una minoría selecta, por tener una épica especial, tanto que pueden ser capaz de lo mejor y lo peor de un instante para otro. Y, en este apartado, el rey es el Atlético de Madrid.

Su historia habla por sí misma, como cuando esperó 20 años para volver a ganar una liga y lo hizo con doblete, y a los pocos bajó a Segunda División, para regresar a la élite y perder dos finales de la Champions de aquella manera, haber estado judicializado, o haber tenido entrenadores que van desde Luis Aragonés al Coco Basile.

Toda esa amalgama da una identidad distinta que, en el caso del club colchonero, han sabido explotar para hacer de la necesidad virtud. Si bien, no es un caso único, ya que hay otros equipos que, aunque mucho menos explotados a nivel de imagen, comparten esa suerte de la desgracia y la gloria (en su escala) a partes iguales.

El Córdoba CF es uno de ellos. Es especial en casi todo, y hasta a muy pocos les queda claro lo de su nombre técnico, tras el concurso (les recuerda lo de judicializado) en el que acabó vendiéndose la unidad productiva, algo muy poco frecuente.

Los blanquiverdes (los colores se mantienen) fueron capaces de tener grandísimos equipos en Segunda B en la década de los 90 y caer sistemáticamente cuando llegaba la liguilla, para subir el año que los jugadores ni cobraban. También contaron con la épica de aquella salvación en Segunda por un penalti fallado por Abraham Paz en otro partido; o con la de retornar a Primera con el suceso de Las Palmas, para después firmar una temporada ridícula en la máxima categoría.

Y, en este 2023 que acaba, el Córdoba fue fiel reflejo de ese equipo de estados de ánimo cambiante. Empezó el año ganando y como líder, para destruir en cuatro meses todo lo conseguido. Cambió un par de veces de entrenador y hasta de consejero delegado (o CEO) y arrancó la actual temporada con más dudas que certezas, para acabar el año como un tiro y con la gente soñando, otra vez, con el ascenso.

Y es que del Arcángel solo se sale como se iba uno de la plaza cuando toreaba Curro Romero, o bien dibujando pase, o bien con un cabreo de categoría. No hay término medio.