El hortera
Rematé la faena, que evidentemente no fue de aliño, con la vestimenta de su querida esposa.
La otra mañana se me ocurrió ironizar sobre la camisa que lucía Su Sanchidad en la cena de gala asiática de su último periplo estratégico, sin darme cuenta de que el foro no era el más adecuado, pues rodeado de sanchistas no sé aún cómo tuve tan poca cabeza para decir que parecía el protagonista de una serie venezolana de 574 capítulos, aquellas que se tragaba mi abuelita sin pestañear, y que hoy mi madre ve a escondidas de mi padre por miedo a los sapos y culebras que pueden salir de sus comentarios.
Y ya rematé la faena, que evidentemente no fue de aliño, con la vestimenta de su querida esposa.
Respecto a esto último reconozco mi culpa por insensato, pues, no siendo ella ni elle, difícilmente se puede entender en esta moralidad de izquierdas que nos tiene secuestrados, que la crítica de un hombre liberal y demócrata-cristiano pueda extenderse hacia una señora, y más aún la esposa de nuestro querido presidente. Lo reconozco, mea culpa, por mucho amarillo pollo que luciera la primera dama.
He de reconocer no obstante, en honor a mis interlocutoras, que mi comentario no fue objeto de denuncia, al menos por ahora, sin perjuicio de opinión mejor fundada de alguna metomentodo que decida como poco el aislamiento o el exilio. Pero lo de Su Sanchidad es que es de un hortera supino.
La contestación de mis compañeras de plática no se hizo esperar. Y no crean ustedes que pretendieron convencerme, no. No piensen que justificaron el desaguisado indumentario en el torpe aliño que diría el poeta de sí mismo, no. Ni siquiera en los ritos o costumbres del lugar, que bien podía haber sido una contestación que silenciara a quien escribe con elegancia. No. La contestación fue un sonoro: “ ¡Y lo bien que le sienta la camisa, ya quisieran otros…! “.
Evidentemente si la frase iba dirigida a mi persona, bajito y algo rechoncho, más que un insulto era la constatación de una realidad no necesitada de prueba alguna, pues yo me pongo una camisa así y les aseguro que nuestro párroco tiene trabajo para convencer a mi esposa de que me deje volver a casa.
Pero mucho me temo que no fuera yo el objeto de la crítica, pues como dice un buen amigo, a partir de los 50 empezamos a ser invisibles para el sexo contrario ( y añado yo, salvo para nuestra parienta, que siempre nos pilla).
Sánchez está consiguiendo ser el protagonista (hortera, pero protagonista) de esta España diseñada a su ego, donde siempre acaba teniendo la última palabra, sea cual sea el escenario diario en que se ruede.
La división de poderes es una entelequia del pasado, que si no fuera por Montesquieu y la Ilustración, ya se hubiera encargado su cohorte de soplagaitas de recordarnos su origen franquista.
La oposición es el conjunto de títeres y actores secundarios a quienes ( con su insólita complacencia) se les da el papel que en cada momento conviene, con guiones preparados en las cocinas de Moncloa al albur de las distintas necesidades de tapar las vergüenzas del líder.
Lo que se dijo ayer nada tiene que ver con lo que se hace hoy, pues ni es el mismo día, ni el presidente es el candidato, ni se duerme igual todas las noches.
Si alguien la lía parda, él nunca puede ser el responsable, ni siquiera in vigilando, pues Su Sanchidad ha de permanecer sin mácula alguna por el bien de todos los españoles. Y así sucesivamente, en la demostración más palpable de que los altares de la democracia no han conocido jamás presidente más responsable y dedicado en cuerpo y alma al bienestar y seguridad del pueblo, capaz de controlar la inmigración ilegal en las fronteras, la crisis económica, la inflación, el español en las escuelas, la educación del esfuerzo, dulce bálsamo a los desmanes independentistas, y la última, el mayor azote a los corruptos y violadores.
Y si encima es guapo…., pues eso.
Ahora bien, e insisto, un hortera.
PDA: Protégenos bajo tus alas, San Rafael.