Al raso
Los hombres que lo pierden todo. Los hombres sin derechos ni campañas específicas, sin perspectivas de género y metidos en un mismo saco de mugre y olvido.
Acaba la semana de fastos lilas o morados con motivo del 25 N. Todos los políticos sin excepción, por acción u omisión, han volcado sus esfuerzos y agendas en avisarnos sobre la violencia contra las mujeres. Noble causa, por supuesto. Son décadas las que llevan nuestros próceres y próceras colocando todo su esfuerzo en este tema. Su esfuerzo y nuestro dinero, ganado con esfuerzo también. Así, hemos visto cómo no solo se ha legislado en favor de las mujeres (y últimamente también para los animales) sino que se han levantado centros, observatorios, institutos y cátedras para observar el género, el heteropatriarcado, la maldad masculina y la violencia inherente al que nace con testículos. Algo que a estas alturas es indiscutible porque todos compraron el discurso, enriquecieron el relato, y se apuntaron a la pancarta, los manifiestos y los plenos extraordinarios.
Ha habido uno- por cierto y como no podía ser de otra manera- en nuestro Ayuntamiento. Son de esos plenos que se celebran para mostrar un rechazo ante hechos y circunstancias: la violencia contra la mujer, la guerra en Ucrania, la defensa del pato malvasía o el bloqueo yanqui contra Cuba. Así, las pequeñas ciudades y sus vecinos representados en pleno, se afirman como ciudades enormemente preocupadas por los grandes males del mundo. La globalización en ese sentido comenzó antes de que Internet nos conectara. Ya se cobraban dietas por pleno entonces, dato este a tener en cuenta.
Muchos de esos plenos lo fueron cada vez que había un atentado terrorista en España, suponiendo que aquello fuera terrorismo y España fuera España, algo que a estas alturas del siglo no nos queda claro dado que el terrorismo, según el relato gubernamental socialista, no existe, y España está desde esta semana cogida por las vascongadas de los que no quieren estar en España pero sí cobrar de ella que somos nosotros. Quiero decir que de aquellos plenos estos lodos. O sea, nada.
La violencia contra la mujer no ha acabado, a pesar de los plenos y las pancartas y los banners y las declaraciones y las subvenciones y los observatorios y la Constitución inconstitucionalizada. Sigue más o menos igual. Con cifras que preocupan, por supuesto. Preocupan mucho más que los números que en este año, y ya van siete, repiten respecto a los hombres masculinos y suponemos que heteropatriarcales que malviven en la calle y no tienen nada. Es esa foto fija que hacen desde la red Co-Habita sobre la gente sin hogar y vuelven a ganar los hombres por goleada. Los hombres que lo pierden todo. Los hombres sin derechos ni campañas específicas, sin perspectivas de género y metidos en un mismo saco de mugre y olvido. Para el denominado sinhogarismo no hay diferencias de género y así debe ser porque es un problema que afecta a las personas. Como la violencia afecta a los niños y a los ancianos y a los débiles más allá de su sexo. Pero solo los hombres, por serlo, tienen más probabilidades de dormir y morir al raso.
No hay lacitos morados ni lilas para ellos. Porque solo son un retrato fijo en una noche puntual y en un país demagógicamente indecente.