En corto y por derechoJosé Juan Jiménez Güeto

Adiós, amigo Rafael

Rafael ha realizado un servicio extraordinario a la Iglesia de Córdoba y a su parroquia

«¡Estaría de Dios!». Es una de las muchas frases o dichos que tenía el amigo Mariscal. Cuando algo acontecía irremediablemente se escuchaba su voz tímida pero determinante diciendo: «¡Estaría de Dios!». Pues eso, querido Rafael, esta mañana la realidad se impuso ante el deseo de que volvieras a ganar este pulso a tu corazón.

Aún llevaba pantalones cortos cuando conocí a Rafael en la calle Rey Heredia, en el taller de otro gran amigo que marchó a la casa del Padre, el admirado Miguel Arjona. Un lugar donde los amantes del arte, las cofradías, la buena tertulia en torno a un medio de vino, bajo una buganvilla sobresaliente y la inmensa mirada de una imagen en piedra de María Santísima de la Sierra en ese hermoso patio que nos acogía y donde se perdía la noción del tiempo.

Hace veinte años, cuando llegué a la parroquia de la Trinidad nuestros lazos de amistad se estrecharon y se hicieron más fuertes. Hemos tenido la oportunidad de compartir muchos momentos difíciles, duros, pero también, la más de las veces tiempos felices. Como cualquier hijo de Dios ha luchado a lo largo de toda su vida el combate de la fe. Eso significa, que ha cometido errores, incurrido en numerosas debilidades y faltas. Pero la grandeza del corazón de Mariscal radicaba en su capacidad para reconocer sus pecados y esforzarse por ir hacia la meta final de la santidad. He sido testigo directo en estos años de su esfuerzo por llevar una vida de piedad y de entrega a Dios. Celebraba con auténtica devoción la Santa Misa, se enamoró del rezo del Rosario ante la bendita imagen de Santa María de Todos los Santos, y largos ratos de rodillas ante su Señor, el Santo Cristo de la Salud. Mariscal un hombre de bien que quiso ser siempre bueno.

Rafael ha realizado un servicio extraordinario a la Iglesia de Córdoba y a su parroquia. Su compromiso en la evangelización lo ha llevado a cabo preferentemente en el ámbito de las Hermandades y Cofradías. Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que lo ha sido todo en las cofradías menos el consiliario y el músico como solía decirme. Cofrade desde muy pequeño de las hermandades señeras de esta ciudad, fundador de la Hermandad del Santo Cristo de la Salud que este año celebraba su cincuenta aniversario; presidente de la Agrupación de Cofradías en la que llevó a cabo un trabajo ímprobo y poco agradecido; organizador de congresos, exposiciones… maravillosas por las cuales era reconocido y reclamado por las cofradías. En la parroquia de la Trinidad colaboró intensamente con Don Antonio Gómez Aguilar en las obras sociales antes de constituirse la Obra Pía Santísima Trinidad, miembro del Consejo Pastoral, y de la junta de la Fraternidad del Santísimo Cristo de la Providencia, responsable del Archivo histórico y hasta su fallecimiento director del museo parroquial y del centro parroquial «Carmen Márquez Criado». Siempre estaba dispuesto para lo que su parroquia necesitaba, horas y horas, jamás recibió ni admitió prebenda alguna, se entregó generosamente hasta el extremo de su mermada salud, aún le quedaron algunas fuerzas para acudir a dar los últimos retoques al Belén del museo, ya muy débil, horas antes de ingresar para la operación cuyo posoperatorio no ha podido superar. Su corazón, su gran corazón, terminó por quebrarse y exhalar su último aliento de generosidad y servicio.

Se marcha un buen amigo. Se marcha un hombre de convicciones profundas y un consejero excepcional. Se marcha un tertuliano que embelesados escuchábamos horas hablar del Córdoba CF y de las cofradías, de la historia de la ciudad y sus tradiciones, de la agricultura... Cuando Mariscal hablaba todo se hacía silencio y el tiempo parecía pararse.

Amigo Rafael, siento un profundo dolor por tu adiós. Me siento algo más huérfano. Me costará acostumbrarme a no verte entrar a la sacristía ni sentado en el centro parroquial organizando alguna de las tuyas que me ponían de los nervios y que luego resultaban ser siempre un éxito. Echaré de menos tus sabios y prudentes consejos, nuestras discusiones, y, sobre todo, esos momentos donde celebrábamos la amistad y el afecto que nos profesábamos. Estoy convencido de que caminas al cielo, y esa es la paz que nos dejas en el corazón, y mantenemos viva la esperanza de que algún día nos volvamos a reunir en la casa del Padre y así juntos toda la eternidad.