El rodadero de los lobosJesús Cabrera

La firma de Benedicto XVI

«Estos hechos sencillos son los que llegan al corazón y los que perduran en la memoria»

Las horas siguientes a la muerte del Papa Benedicto XVI han sido una sucesión de reacciones en las que muchos han relatado el recuerdo que conservan del Pontífice fallecido, porque realmente ha sido una de las personas que han dejado huella. Unos, los que han tenido un contacto más cercano, han rememorado conversaciones, frases y esa timidez que se encerraba tras una mirada curiosa; otros, se quedan con la lectura de alguno de sus libros, sus homilías o aquella vez en que lo vieron a distancia en una audiencia en la plaza de San Pedro o en una JMJ.

Cualquier recuerdo es válido cuando se conserva con afecto. La sinceridad aflora en estos momentos y cada uno cuenta lo más preciado que lleva en su corazón. Benedicto XVI supo con humildad ejercer de gran profesor y desmontar con la sencillez de los hechos lo que otros decían de él.

Estos hechos sencillos son los que llegan al corazón y los que perduran en la memoria. Así, en su corazón, conserva la hermandad de los Dolores un recuerdo personal del propio Benedicto XVI, que se custodia entre los enseres más valiosos de la cofradía: una fotografía de la Virgen de los Dolores firmada por él.

A quien hay que agradecerle este hecho es al cardenal Julián Herranz, un baenense del Opus que visitó la iglesia de San Jacinto en mayo de 2010, cuando era presidente de la Comisión Disciplinaria de la Curia Romana, y por tanto responsable de la investigación de Vatileaks. Antes había sido presidente del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos, ya que era una autoridad en Derecho Canónico, además de psiquiatra, por si fuera poco.

Casi tres años más tarde saltaba la noticia: Benedicto XVI presentaba su renuncia en febrero de 2013. Aquella situación inédita había que saberla gestionar para que la convivencia de dos Papas en el Vaticano no generase problema alguno. El Pontífice alemán lo supo hacer bien con una reclusión en el monasterio Mater Eclesiae, donde dosificaba con austeridad germana las visitas.

Los primeros meses fueron de una rigidez absoluta, ya que el protagonismo le correspondía al nuevo Papa y de Benedicto XVI no se sabía absolutamente nada. A los dos meses de haber visto volar sobre la cúpula de San Pedro el helicóptero le que llevaba a Castelgandolfo se recibía en la hermandad de los Dolores un sobre llegado de Roma. Era del cardenal Herranz y contenía una fotografía de la Virgen de los Dolores firmada, con esa letra menuda e inconfundible, por el Papa emérito.

En la carta, el purpurado baenense autentificaba la rúbrica en una de las fotografías de la dolorosa servita cordobesa que se le habían enviado y afirmaba que ojalá en el futuro se pueda considerar esa firma como una reliquia y no le faltaban razones para afirmar esto aún en vida. Ayer, a las pocas horas de su muerte, ya se hablaba de que podía ser considerado como un futuro Doctor de la Iglesia. Lógico.

Sea lo que sea, la hermandad de los Dolores custodia, junto a un rosario que llegó por otra vía, este recuerdo de Benedicto XVI, un Papa santo y sabio que ha hecho historia.