Creo que es la primera vez que se me escapan unas lágrimas delante de la pantalla de un ordenador. Creo, también, que he aprendido a comprender en los últimos días que es eso de la «orfandad espiritual». Y sin embargo, en estos momentos, solo sale de mí la palabra gracias.

Gracias por enseñarme que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva’ (Deus caritas est) o que “en la raíz de toda evangelización no hay un proyecto humano de expansión, sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida» (Ubicumque et semper).

Gracias por iniciarme, a través de la Cristología espiritual, a descubrir que si «la oración es el centro de la Persona de Jesús, la participación en su oración es el presupuesto para conocer y comprender a Jesús». Como tú mismo predicaste en el 75 aniversario del nacimiento del cardenal Hermann Volk: «[…] no es posible aprender a nadar si no hay agua, ni aprender la medicina sin el trato con enfermos, de igual manera no es posible aprender teología sin las realizaciones espirituales en las que vive».

Gracias por «liderar» todo el proceso de elaboración sinfónica y comunional del Catecismo de la Iglesia Católica (Así también, tu preocupación por volver a recuperar el lugar de la memoria en la catequesis a través del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica). Cuánto te debo por tu valentía al hablar del «fracaso estrepitoso de la catequesis moderna» o tu lucidez, allá por el año 1983, al recordarnos la vigencia de las «cuatro piezas capitales» – Credo, Sacramentos, Mandamientos y Padre nuestro – por las que se produce una transmisión íntegra de la fe.

Gracias por los discursos en la Universidad de Ratisbona, en el Colegio de la Bernardinos de Paris y el malogrado en la Universidad de la Sapienza de Roma. Gracias a tu valentía volvió a resonar, en un momento de no poca confusión, que «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios» o pude descubrir que en el origen de Europa no había sino una búsqueda – quarere Deum -a través de la norma benedictina del ora et labora, generando así toda una cultura de la Palabra y una cultura del trabajo.

Gracias por los volúmenes de Jesús de Nazaret. Sin ellos aún viviríamos en el error de la falsa dicotomía entre «Jesús histórico» y «Cristo de la fe» – «El Jesús del Evangelio es más lógico que las reconstrucciones de los últimos años» -: «Yo he intentado ir más allá de la mera interpretación histórico-crítica aplicando nuevos criterios metodológicos, que nos permiten una interpretación propiamente teológica de la Biblia y que naturalmente requieren de la fe, sin que por esto quiera yo renunciar en absoluto a la seriedad histórica».

Gracias por enseñarme a amar la «Liturgia de la Iglesia». Por tu magisterio he podido aprender a entender qué es una verdadera «participación activa» en la Liturgia. Qué claridad cuando en el más claro nadar contracorriente enseñabas: «Ante la crisis políticas y sociales de nuestros días y las exigencias morales que éstas plantean a los cristianos, bien podría parecer secundario el ocuparse de problemas como la liturgia y la oración. Pero la pregunta de si reconoceremos las normas morales y si conseguiremos la fuerza espiritual, necesarias para superar la crisis, no se debe plantear sin considerar al mismo tiempo la cuestión de la adoración. Sólo cuando el hombre, cada hombre, se encuentra en presencia de Dios y se siente llamado por Él, se ve asegurada también su dignidad. Por este motivo, el preocuparnos por la forma adecuada de la adoración no sólo no nos aleja de la preocupación por los hombres, sino que constituye su mismo núcleo» (La fiesta de la fe).

Gracias por tu lucha, codo con codo con San Juan Pablo II, frente a la teología de la liberación. Cuánto me han ayudado siempre tus palabras a los presidentes de las Comisiones episcopales de América Latina para la Doctrina de la Fe (Guadalajara, México, mayo 1996): «[…] cuando la política quiere ser redención, promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoniaca». Con qué lucidez, comentado el dilema Jesús de Nazaret- Barrabás, has hecho que me planteara: «Si hoy nosotros tuviéramos que elegir, ¿tendría alguna oportunidad Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el Hijo del Padre? ¿Conocemos a Jesús realmente? ¿Lo comprendemos?» (Jesús de Nazaret).

Gracias por la Introducción al cristianismo. Cuántas veces habré de volver a la sencillez y hondura de tu pensamiento: «La fe cristiana es mucho más que una opción a favor del fundamento espiritual del mundo. Su enunciado clave no dice creo en algo, sino creo en ti. Es encuentro con el hombre Jesús y en ese encuentro experimenta el sentido del mundo como persona. En su vivir por el Padre, en el carácter inmediato y vigoroso de su unión suplicante y contemplativa con el Padre, es Jesús el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible, por quien lo lejano se hace cercano. […] Por eso la fe, la confianza y el amor son, a fin de cuentas, una misma cosa, y todos los contenidos en torno a los cuales gira la fe no son sino aspectos concretos del cambio radical, del yo creo en ti, del descubrimiento de Dios en el rostro del hombre Jesús de Nazaret».

Gracias por todo lo que he podido aprender en tu Teoría de los principios teológicos. Cuánto te debo desde que por este libro me enseñaste a descubrir que «es un hecho cierto que no se podrá comprender bien ni la esencia de la Iglesia ni la estructura del acto de fe, sino se presta atención al bautismo».

¡Gracias por todo! E incluso gracias por los olvidos de mi, a todas luces, gratitud pacata. Solo pedirte – tú que puedes - que le des un abrazo muy grande a John Henry Newman y a Juan Pablo II de mi parte.