La inocentada de 1932 ¡Sólo quedó la torre en pie!
Al final, con tanta gente opinando sobre el tema, los políticos, para curarse en salud, decidieron suspender las excavaciones
El arquitecto mantenedor de la Mezquita Catedral en 1932 era don Félix Hernández Giménez (1889-1975), que tenía su despacho en el mismo edificio donde estaba la consulta del médico don Francisco Calzadilla León (1905-1995), el cual, a su manera, era también un gran «arquitecto» dedicado a arreglar los huesos de todos los chiquillos que pasaban por el Hogar y Clínica de San Rafael. Casualidad o no, enfrente del despacho de don Félix, estaba también el despacho de otro famoso arquitecto, don Rafael de la Hoz Arderius (1924-2000).
El caso es que durante los años 1931 y 1932 don Félix estaba llevando a cabo en la Mezquita-Catedral una serie de excavaciones con el fin de buscar los restos de la antigua Basílica de San Vicente, aquella iglesia que, según las propias crónicas árabes, fue adquirida por Abderramán I para construir sobre su solar la mezquita fundacional. El lío surgió a raíz de la publicación en el diario «La Voz" de Madrid, el Día de los Inocentes de 1932, de una noticia con el alarmante titular: “Pavoroso suceso, esta mañana, y sin que aún se sepan las causas, se ha derrumbado la Mezquita de Córdoba. De las mil doscientas columnas no quedan en pie más que doce», acompañada además esta noticia con la foto trucada del supuesto derrumbe.
Pero aquello se fue de las manos y removió a la convulsa España política y cultural de entonces, llegándose a nombrar (¡cómo no!) una comisión de «expertos» para evaluar el peligro de hundimiento. Al final, con tanta gente opinando sobre el tema, los políticos, para curarse en salud, decidieron suspender las excavaciones, con lo que quedó inconcluso el trabajo de investigación que había proyectado Félix Hernández, al que mucha gente criticó abiertamente sin ninguna razón, entre ellos, curiosamente, Rafael de la Hoz. su compañero de planta en la calle Claudio Marcelo, un poco por encima del Laboratorio de Análisis Clínicos de don Rafael Canalejo Cantero, el Médico analista, alcalde que fue de Belmez y famoso por ser ganador del popular concurso de televisión «Un millón para el mejor», en su primera edición del año 1968.
Al final todo este alarmismo quedaría poco menos que en una anécdota, permaneciendo como resultado de la breve excavación algunos objetos expuestos hoy en el Museo de San Vicente de la Mezquita Catedral, así como un puñado documentos de trabajo y fotografías. Todo siguió más o menos igual hasta 2021, en que de nuevo aparecieron importantes restos pre-islámicos en el Patio de los Naranjos, siguiendo como mapa del tesoro los documentos del trabajo detenido absurdamente entonces.
Dejando atrás la dichosa «inocentada», es indudable que en el Patio de los Naranjos sobresale el alminar, luego torre cristiana. Al contrario que lo indicado por «La Voz» para las columnas, esta torre sí que ha corrido en su historia serios riesgos de derrumbe, parciales o incluso total. Así, la propia torre renacentista de Hernán Ruiz se construyó para integrar en su interior el alminar de Abderramán III que amenazaba ruina. O el 24 de agosto de 1727, cuando se desencadenó una tremenda tormenta sobre Córdoba cayendo una chispa sobre ella que destrozó elementos de su parte superior. Según cuenta el cronista Maraver la chispa penetró por su interior, destruyendo parte de la maquinaria del reloj. Esta maquinaria se encuentra hoy desmontada en el Museo San Clemente de la Mezquita-Catedral, en la ampliación de Almanzor. La tormenta también afectó a algunas casas colindantes con la Puerta del Perdón.
También el famoso terremoto de Lisboa, el día de Todos los Santos de 1755, afectó a la torre. Las Actas Capitulares de la Catedral, Libro nº 79, reflejan los efectos de la tercera réplica sobre ella: “(…) el tercero, aunque fue menor, dejó maltratados muchos sitios de esta Santa Iglesia, y sobre todo quebrantados los principales arcos de la primorosa torre (…)".
Después de los Hernán Ruiz, seguramente los que más sabían de esta torre fueron los miembros de la familia Soriano, campaneros durante varias generaciones. Nos contaba Manolo Soriano (1944-2019), que como miembro de la saga nació y vivió la mayor parte de su vida en la torre, que cuando había cualquier tormenta o tempestad daba mucho miedo estar en un sitio tan alto, y que cuando se «colaba el viento» parecía que las campanas «querían como hablar».
Su vivienda en la torre tenía un antiguo cuadro o plano donde se indicaba la campana que se volteaba, su tipo de toque y la duración precisa. Actualmente este cuadro, con caligrafía del siglo XIX, se encuentra en la sacristía de la Catedral.
Dentro de los toques, siempre tuvo su especial significado el «Doble de Cepa», originado en aquella batalla del Campo de la Verdad donde los nobles cordobeses tomaron partido por el bastardo don Enrique contra el rey don Pedro, «Justiciero» para unos y «Cruel» para otros. Don Alonso Fernández de Montemayor fue el encargado de aglutinar a la carrera las fuerzas para defender la ciudad de Córdoba ante la llegada de don Pedro y sus aliados, contando entre la apresurada tropa con varias mesnadas populares, incluidos muchos piconeros de San Lorenzo. No obstante, don Alonso no era bien visto por los señores de Córdoba al dudarse de su lealtad. Sería su propia madre doña Aldonza la que haciéndose eco de estos comentarios de desconfianza, según cuenta la tradición convertida en leyenda, se dirigió a su hijo inquiriéndole por su lealtad, y el citado don Alonso le contestó: «Madre, al campo vamos a salir a luchar y allí se verá la verdad» Según la leyenda esta conversación entre madre e hijo ocurrió en la calle Torrijos, junto a la puerta denominada «Postigo de la Leche».
Durante el fragor de la batalla las cuatro campanas mayores de la Catedral estuvieron tocando rogativa sin parar, y después, tras el éxito de la tropa cordobesa, durante varios días y noches estuvieron doblando por los que tan gloriosamente habían muerto en aquella cruenta lucha. Entonces el Obispo y el Cabildo de la Catedral ofrecieron, a modo de reconocimiento y homenaje, que la segunda campana, denominada «de Cepa», doblaría en lo sucesivo cada vez que falleciese un familiar directo de alguno de aquellos bravos combatientes En un principio este derecho afectaba solamente a los descendientes varones, pero en Diciembre de 1504 se modificó haciéndolo extensivo a las mujeres. Uno de los últimos personajes de Córdoba que gozó de ese privilegio fue Fernando Fernández de Córdova y Martel, que había nacido el 24 de abril de 1898 y vivió en un lugar tan cordobés como la casa de Góngora, en la Calle Cabezas. Fue Hermano Mayor de la Hermandad de los Dolores hasta 1987.
El toque de «Doble de Cepa», en ningún documento que nos conste, se ha visto suprimido oficialmente. Bien por ignorancia de los «beneficiados», o por omisión de los que lo tenían que realizar, la verdad es que en la actualidad no se lleva a cabo de forma regular. Muy circunstancialmente, surge alguna familia con ese antiguo derecho que lo pide y se lo conceden.
Y desde la altura de esta torre, el gran don Luis de Góngora y Argote (1561-1627), que fue canónigo beneficiado y responsable por algún tiempo del ceremonial de las campanas, tuvo necesidad de subir más de una vez a la torre, y así se explica que, recordando en Granada la espléndida perspectiva que observaba desde la torre cuando miraba hacia el río Guadalquivir, compusiera su inmortal soneto a Córdoba:
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!:
si entre aquellas ruinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ioh patria, oh flor de España!