El taxi y la informalidad hecha costumbre
Todo comenzó hace mucho, pero los dos últimos episodios de la temporada de me cabreo con los taxis han tenido lugar en los últimos seis meses. El plazo no es más corto porque el servicio es caro y, con demasiada frecuencia, no conjuga la relación calidad-precio.
Por ejemplo, si te montas en verano es raro encontrar que el taxista lleve el aire acondicionado puesto. La excusa del covid (que sirvió hasta para un arresto domiciliario sin mandato judicial) es muy socorrida, pero esto ya sucedía antes de la pandemia, quizá, por aquello de ahorrar gasoil, que ahora se puede justificar con el precio del carburante. Excusa hay siempre.
Pero volviendo a los dos últimos episodios de la temporada, el día de las elecciones andaluzas o, más bien, aquella noche, tras salir del trabajo busqué un taxi por parte del centro de Córdoba y las paradas vacías recordaban a una de esas películas distópicas que tanto me gustan, salvo por el detalle de que aquel día no me apetecía, por una vez, volver a casa andando. Pero una cosa es lo que uno desea y otra lo que los dueños de la carretera (conducen con absoluta impunidad) disponen.
No hubo forma de encontrar taxi ni llamando ni por la coqueta aplicación. Al parecer había un concierto de Camilo y coincidió con el final y, claro, la flota disponible en ese momento no daba para más. Se entiende, pero surge la pregunta, ¿y entonces por qué tanta inquina hacia los Uber? Se responde solo y usted, querido lector, ya lo habrá resuelto.
El último capítulo de la temporada tuvo su estreno en los primeros minutos del año nuevo. El día 30 de diciembre, previendo que encontrar un taxi después de las campanadas iba a ser más difícil que una de las misiones imposibles de Tom Cruise, usé la aplicación para reservar uno a las 0:45 horas del 1 de enero.
Hasta ahí todo correcto. Llegó el día y la hora y estaba esperando en el sitio señalado y tocó esperar. A las 1:15 horas, tras media hora de espera y de vanos intentos de que me cogieran el teléfono o de que la súper aplicación se desbloquease, decidí que no esperaba más y me fui .
La llamada del taxista se produjo a las 1:50, es decir, una hora y cinco minutos después del tiempo al que se reservó. No le cogí y me meterán en la lista negra, que la tienen como la URSS en tiempos de los gulags. No me importa. Como tampoco me preocupa no poder a volverme a montar más en un taxi tras estas líneas (ya no lo hago en bus si no es imprescindible y andar es muy sostenible). Pero la pregunta de antes, la del Uber, se responde otra vez sola, igual que queda claro el transporte que cogería si me dan a elegir. Y es que, por más que se oponga al Uber más ganas me dan, ya que peor no va a ser y poder elegir el transporte es una cuestión de libertad. Ya saben… lo de la URSS.