El portalón de San LorenzoManuel Estévez

El cartel de Sadeco

«No hay ninguna calle dedicada a los «carreros», aquellas personas que retiraban la «porquería» de nuestras casas trabajando por el nivel salarial posiblemente más bajo que había por aquellos tiempos»

Durante gran parte de la Historia, la basura generada en las ciudades era depositada en fosos o arrojada directamente sobre la calle. Debido a que los residuos estaban formados fundamentalmente por materia orgánica, su descomposición causaba fuertes olores, que a su vez daban lugar a la concentración de roedores y mosquitos, vehículos importantes de enfermedades, aunque entonces no se conociese bien del todo esta relación causa-efecto. Así surgió, por ejemplo, la terrible «Peste Negra», que fue transmitida por roedores y provocó la muerte de una gran parte de los habitantes de Europa durante el siglo XIV; en algunas zonas del continente llegó a morir más de la mitad de su población, para que nos hagamos una idea de la magnitud del desastre. Esta coyuntura obligó a tomar ciertas medidas en las principales ciudades, como la construcción de lugares específicos para el almacenamiento y posterior eliminación de los restos, planes masivos de desratización, o la publicación de determinadas Ordenanzas para sancionar los comportamientos más incívicos. Los adelantos llegaban a cada ciudad en función de su nivel de desarrollo y riqueza aunque, en general, la gestión de los residuos progresaba muy lentamente, porque sólo se ponían «parches».

Punto limpio de Sadeco en la calle Juan TocinoJC

Para empeorar aún más la situación, con la llegada de la industrialización masiva a partir del siglo XIX y las fábricas produciendo de forma exponencial más residuos, ello unido al hacinamiento de población en las grandes ciudades, el caso es que el problema de la basura alcanzó ya un nivel que obligaba a tomar de una vez cartas en el asunto. Como ejemplo local, hay que recordar que en Córdoba el «sistema» de alcantarillado del casco histórico a principios del XX estaba aún formado por una menguada red de cloacas, y gran parte de las mismas eran de origen romano o árabe. De muchas de ellas no se sabía ni su estado ni por dónde iban. Hace pocos años apareció por «sorpresa» una cloaca romana en las obras de Alfonso XIII… que aún estaba en uso. Pero la mayoría de las casas no estaban conectadas al alcantarillado y seguían empleando sus pozos «negros». Y aparte de las aguas fecales, cuando a alguien le sobraba un trasto en la casa, como un sillón, muchas veces su destino era tirarlo al Guadalquivir desde los barandales de la Ribera. Esa era la forma en que se «trataban» los residuos.

He intentado localizar en nuestros archivos municipales la pista de algún gremio medieval relacionado específicamente con la basura; pero salvo las Ordenanzas de rigor que trataban de regular el comportamiento ciudadano (habría que ver su utilidad real), no he encontrado aún datos al respecto. El personal dedicado a la basura tuvo que surgir, pues, en tiempos más recientes. Y es que el sector de los «carreros», como se les llamaba a los basureros en la Córdoba de los años 1940-1960, parece ser que nunca ha merecido la atención de la pluma ni de la jurisprudencia. Era un trabajo poco agraciado que el Ayuntamiento subcontrataba a un particular que aportaba sus propios carros para retirar la basura. Y él era el que le pagaba la soldada a los «carreros». Estos carros los solía tener aparcados muy cerca de la glorieta que hace la Avenida Gran Vía Parque con la Avenida de Medina Azahara..

Hoy vemos en el callejero de Córdoba calles, e incluso avenidas, dedicadas a los piconeros, a los plateros, a los alfareros, a los delineantes... y nombres más antiguos aún dedicados a profesiones ya extintas como bataneros, cedaceros, tundidores, etc. etc. Pero no hay ninguna calle dedicada a los «carreros», aquellas personas que retiraban la «porquería» de nuestras casas trabajando por el nivel salarial posiblemente más bajo que había por aquellos tiempos. Quizás por eso, en los días de la Navidad componían sencillas poesías o canciones para pedir por las casas un humilde aguinaldo.

Diariamente solían entrar a media mañana al corral o patio de nuestra casa de vecinos. Y solos, sin la ayuda de nadie, volcaban el «cajón común» de la basura en su espuerta de esparto. Haciendo una «cabriola» se la colocaban sobre la cabeza, protegida por una simple boina a lo más. En aquella espuerta podía ir de todo, desde restos de cualquier comida echada a perder hasta un gato o un perro muerto. Muchas veces les chorreaban gotas de suciedad por la cara. Todo lo cargaban sin rechistar, hasta que lo volcaban en su pequeño carruaje tirado por un mulo, que estacionaban en la puerta de la casa. Hacían su labor durante toda la semana, sin «permisos», sin guantes, sin ropa de uniforme y sin calzado adecuado ni de protección. Tampoco cobraban complemento alguno por «tóxicos, penosos o peligrosos».

Estos trabajadores solían vivir en barrios o calles muy humildes. Así tenemos la saga de los «Papas», los «Sabariego» y los «Yáñez”, que vivían en las Costanillas y el Cerro de la Golondrina. También en la calle Cárcamo vivieron tres generaciones de «carreros», o en el mismo San Lorenzo los vecinos teníamos a Fernando Claus Salado (1913-1967), Manuel Pintor de la Haba (1919-1972), Andrés Ruiz León (1919-2012), Enrique Domínguez Gómez (1904-1985) y Francisco del Toro Rodríguez (1900-1979). Este último vivió en el Arroyo de San Rafael y un hijo suyo fue también »carrero«. A este joven, para rematar, le tocó participar en aquella olvidada guerra de Sidi-Ifni que resultó tan dramática para el ejército español, formando parte del escuadrón paracaidista de la Legión que fue atacado en pleno aire cuando saltaban desde el avión. En esta acción murieron muchos compañeros suyos, pero nuestro »carrero«, aunque gravemente herido, logró sobrevivir, y de vuelta a Córdoba se reincorporó a su labor diaria de »carrero« sin apenas hacerse notar. No sé ni la paga que le pudo quedar. Era popular en San Lorenzo en parte también por su hermano, al que apodaban »Popeye", que se ganaba la vida limpiando con un trapo cualquier moto que se aparcara por sus inmediaciones o se reparara en un famoso garaje de un tal Tomás ubicado en la misma calle del Arroyo de San Lorenzo.

Afortunadamente, los tiempos han cambiado, y los trabajadores que tiene la empresa Sadeco cuentan, como es de justicia, con un sueldo digno y estable, y llevan vestimentas, medios de protección, equipos modernos y transportes adecuados para su tarea.

Esta empresa municipal deberá disponer de un presupuesto que multiplicará por varios cientos de veces al que manejaban aquellos pobres «carreros», barrenderos y regadores. Pero tengo que decir que aquellos «pobres diablos» de los años 1940-60 tenían a Córdoba como una «patena» y sus calles limpias eran el orgullo de todos los cordobeses. Hoy, en cambio, aparecen muchas zonas de San Lorenzo, Santa Marina, San Agustín, San Pedro o San Andrés por las que no se ve un barrendero limpiando y, lo que es peor, ni se le espera. Y así están estas calles, de todo menos limpias. En cuanto a la basura, son muchos los días en que los contenedores la guardan de un día para otro, y sus alrededores son una montaña de suciedad y un foco de infección. Algunas papeleras se tiran semanas rebosando sin ser vaciadas. Vuelven a verse ratas por calles antiguas a la caída de la tarde, aprovechando que cesa el tránsito de gente ¿Por qué pasa esto, independientemente de quienes gobiernen en el ayuntamiento?

Por eso me resulta gracioso el letrero que han colocado en la puerta de un «Eco-punto», como le llaman ahora a esos lugares modernos para dejar la basura, situado en la calle Juan Tocino, en las Costanillas, donde vivieron tantos humildes «carreros». El letrero tiene una frase que dice: «No nos asusta una calle sucia». A mí, con perdón, me suena encima a recochineo.