Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Apropiaciones

«Menudo atracón de embustes, poses y manipulaciones»

Actualizada 05:05

Hablemos de colores. Por ejemplo, de los triangulitos rojos invertidos que lucieron Alberto Garzón o Pablo Iglesias en la solapa de la americana, al tomar posesión como miembros del gobierno en 2020. Se venden en la tienda online del partido al precio de un euro con la siguiente leyenda publicitaria: «Con este pin del Triángulo Rojo fabricado en metal, desde Izquierda Unida rendimos homenaje a la resistencia antifascista europea, cuya capacidad de organización les permitió no sólo seguir luchando bajo las condiciones más duras y extremas imaginables, sino también evitar que sus ideas emancipadoras fueran doblegadas por la barbarie fascista.» Bueno, bueno, bueno. Menudo atracón de embustes, poses y manipulaciones.

Comparar la suerte de los prisioneros políticos del nazismo, tipo Semprún, con la de los judíos en Treblinka, Sobibor y demás campos de esclavitud y exterminio es una frivolidad propia de la princesa del guisante. Como es de una fanfarronería insultante que niñatos criados en el mimo y la comodidad decidan camuflarse de víctimas de una persecución totalitaria, para optar así a compartir los galones simbólicos derivados de un supuesto sacrificio personal. Pero lo que es verdaderamente una abominación malvada y una obscenidad nauseabunda es atribuir al comunismo algún papel en la liberación de Europa de la crueldad hitleriana.

Ya no es que La Pasionaria y demás comunistas obedientes a Stalin se tiraran año y pico lanzando loas al nazismo cuando aún confiaban en repartirse el mundo con sus hermanos de leche, y apenas mudasen la actitud, a toque de silbato, cuando los alemanes atacaron a la Unión Soviética. Sino que el historial estalinista, maoísta o polpotiano representa la peor forma de criminalidad represiva que ha conocido nuestro tiempo. Además, la despiadada agresión marxista es siempre anterior a la respuesta de derechas, que no siempre es fascista. Puede ser conservadora, autoritaria y piadosa, y tener carácter de autodefensa. 1917, por cierto, viene antes que 1933. En la España de los años treinta, es la izquierda la que declara la guerra a la legalidad, no al revés. La democracia liberal que hoy rige en Occidente no es mérito del comunismo, sino el objetivo que ansía destruir.

Pero Iglesias, Garzón y quienes los remedan son como esos señores talluditos que se disfrazan de ninjas los domingos y van, rigurosamente de negro de la cabeza a los pies, al parque a realizar coreografías, simulaciones de combates y monerías de religiosidad oriental, cargando con panoplias de armamento de juguete. Lo malo no es el ridículo que hacen; sino que se toman a sí mismos completamente en serio. Si pudiesen llevar sus fantasías a la práctica, lo harían. Azotando traseros femeninos hasta hacerlos sangrar, rebanando cabezas con la katana como aquel chico pirado, o llenando los gulags de disidentes.

Los canadienses llevan décadas a cuestas con la llamada apropiación. En su delirio, han llegado a plantearse que, en los comedores universitarios, solo deberían servir platos «étnicos» –una receta hindú, china o mexicana-- los cocineros asimilables a la cultura antropológica del guiso en cuestión. Y el propio primer ministro, Justin Trudeau, tuvo que pedir estentóreamente perdón cuando apareció una foto suya de joven con el rostro pintado de negro en una fiesta de disfraces. Es estupefaciente que ciertos puristas critiquen a Rosalía por la versatilidad y emoción con las que canta flamenco, o lo que le dé la gana; pero que a la par y por coherencia no censuren, y menos aún «cancelen», el travestismo o la ideología trans, que en sus términos serían modalidades bastante más «duras y extremas» --por citar a Izquierda Unida-- de la apropiación identitaria. ¿Ponerse el triangulito rojo no es apropiación? Pintar al Partido Comunista de España como partero de esa democracia en la que, por elección propia y decisión positiva, desembocó pacíficamente el régimen de Franco ¿no supone la más indebida de las apropiaciones?

Ah, los colores. Ahí están, verbigracia, la bandera LGBTIQA+ o la chapa multicolor de la Agenda 2030, que se esgrimen como panegíricos de la diversidad. Pero Sir Isaac Newton demostró que, si hacíamos girar un disco pintado con los colores del arco iris, el tono resultante era uno solo, el blanco. Tal vez la suma de tantísima variedad, sometida al ensimismado baile giróvago del derviche, solo sea el vacío, la aniquilación de cualquier matiz, la fusión en la nada, el cero absoluto.

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