Yolanda
«Fue un día especial, donde su nombre resonó entre las sonrisas compartidas, la charla sin más, celebrando la vida»
El nombre suena como una canción, melódica en las palabras suaves del estribillo, como en un atardecer que se apaga con su cadencia suave, naranja, con la hilaridad de un día de fiesta.
No es una fiesta como tal, como se conoce. Es una celebración, palabra que acoge un significado más profundo, porque no se trata de un momento cualquiera, repetido. Es el día en que todos se juntan y se comparte, felicidad, alrededor de una mesa, donde se alzan las copas y los labios calientes proclaman la alegría de estar todos juntos.
El tiempo -como dijo el poeta- es un bandolero al que nadie puede ganar, porque siempre huye victorioso. Su paso es firme, inexorable y no es cruel, si no dejas que lo sea y lo disfrutas, sorbo a sorbo, paladeando su esencia cada mañana, cada madrugada.
El tiempo lo medimos en años, que son el tesoro de la experiencia recibida y que redondeamos por décadas, que sirven para recordarnos todo lo que hemos vivido, lo bueno y lo malo, en el presente continuo que es la vida. Y, de él, todo es recuerdo, como su nombre, Yolanda.
Ella celebró esa década que ahora comienza, la de los 40, rodeada de amigos, de hilaridad, alrededor de una mesa, donde se alzan las copas y los labios calientes proclaman la alegría de estar todos juntos.
Fue un día especial, donde su nombre resonó entre las sonrisas compartidas, la charla sin más, celebrando la vida -en este caso la suya- como el mayor de los regalos, tan grande como que ella quisiera que fuéramos parte de esa vida. Su nombre suena como la canción, con un estribillo, de cadencia suave como en las fiestas de otro tiempo. Yolanda nos hizo felices en el día en que no nos regaló una fiesta, sino una celebración, la de la vida que lleva su nombre y su sonrisa.