Psicología del gobernante de moda
«Estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo», escribió una vez Julio Cortázar. Una frase ingeniosa en lo tocante a honradez epistemológica, pero nefasta si uno advierte sus implicaciones morales. Es asimismo un aserto típicamente de izquierdas, por esa autoindulgencia ciega que, en el acmé de la desfachatez, llaman utopismo. Como si postular lo absurdo, inexistente e imposible fuera respetable, tan solo porque les suena bonito. De modo que no solo resulta que late un abismo entre la reflexión y la asunción efectiva de lo reflexionado, léase las consecuencias de lo obrado, una suerte de pasotismo, un reconocer que las propias ideas serían como viejos vinilos elegidos al tuntún en la gramola. Sino que lo que en verdad se percibe está reñido con lo que se cree pensar, o se proclama pensar, o uno se convence de que supone la fantasía llamada a guiar sus dañinas actuaciones.
Total, una patología entre esquizoide e infantil, que ilustra con pasmosa nitidez la trayectoria del gobierno presente en un sinfín de asuntos, desde la pésima gestión de la política energética a la delirante intromisión en cuanto tiene que ver con el sexo, el género, la identidad, los niños, los animales o el respeto al prójimo; desde el ataque suicida a los intereses y el bien futuro de nuestra nación al ofuscado desprecio a cualquier racionalidad en el terreno económico; del desmantelamiento insensato del orden constitucional al diletantismo irresponsable en unos servicios públicos pagados por el contribuyente, aunque maltratados en plan juguetes baratos a manos de esos pomposos ineptos que, por ejercer de entorchados, se arrogan la prerrogativa de dictar la ley del más lerdo.
En otras palabras: que hacen lo que hacen sin saber muy bien por qué, acaso al darles en la pituitaria que podría ser guay, chachi, chulo y fetén; porque dichas trastadas, puesto que desbaratan y arrasan lo construido por la experiencia a lo largo del tiempo, han sin duda de ser progresistas; porque ningún antojo mejor le peta al recio espíritu revolucionario; y porque, además, a todo esto, quién sabe lo que la jugada devengará de contante y sonante para un servidor, la prole y el círculo de amistades, que la vida está muy achuchada y el cargo, pero qué penita más grande, no dura para siempre.
Lo mejor de todo es que todo tiene respuesta, enmienda y escapatoria a través del lenguaje. Contras los febles hechos, labia despampanante. Hoy puedo decir A y mañana puedo decir Z. Hoy lo que digo lo digo a título personal, y mañana lo diré porque, qué te voy a contar: perorar desde una alta magistratura, ante unos micrófonos, por la televisión, comporta un desparpajo que se deriva del sueldo y diríase posee aura de psicofonía. Es como cuando te vuelves de golpe inteligente, sabio y culto si el sistema te ha hecho catedrático, pongamos por caso. La función crea el órgano, nos enseña la biología. Si he llegado aquí, es por algo. Ahora declaro una cosa, y la semana siguiente afirmo que jamás dije tal cosa, que ese vídeo está manipulado, según corrobora mi oficina de fake news. La realidad, por otra parte, no se sabe muy bien qué será, en este paradigma líquido de la postmodernidad, ni a la bobada asiste importancia alguna, pero las palabras, ah las benditas palabras, las palabras son por definición el chicle portentoso. Y un servidor, ¿alguien lo duda?, es dirigente de palabra, nobles valores, percha impecable sobre la moqueta. Porque también el gobernante que vino de abajo tiene corazoncito.