Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Macarena y el árbitro

«Esta Olona desencadenada, al modo del Prometeo de Shelley, se nos antoja más en la onda del árbitro Enríquez Negreira»

Da un pelín la impresión de que Macarena Olona —ahora que se le habrá pasado el antojo de liderar una candidatura que deje a sus antiguos compañeros trocados en mindundis, y a ella de reina de Saba— podría en esta etapa mental figurarse que aún le resta la posibilidad de ser a Vox lo que Íñigo Errejón a Podemos: una cabecita de roedor, vestida de escisión, que combine venganza y un sillón en las Cortes.

Pero no se da cuenta de que Errejón sigue con la misma cara de siempre, la de no haber roto un plato en su vida. A diferencia de Olona, no suelta groserías, no amenaza con sacar trapos sucios, no halaga los bajos instintos de la prensa carroñera, no busca el afecto de sus adversarios ideológicos.

Esta Olona desencadenada, al modo del Prometeo de Shelley, se nos antoja más en la onda del árbitro Enríquez Negreira, el dispuesto a tirar de la manta para demostrar que sus antiguos pagadores, o jefes, o lo que fueren, eran una horrible gente, indigna de sus favores.

Caramba, si ese alto cargo del arbitraje español procuraba consejos sobre cómo recibir un trato equitativo en la competición, y la abogada del estado ejercía labores directivas en Vox por considerar que ese partido político era el que mejor se ajustaba a sus convicciones morales, queda fatal que, de repente, por no obtener el rédito esperado, se lancen a desacreditar a sus antiguos beneficiarios, y busquen arrasar la causa que impulsaron.