Sobre la obediencia
No se me va de la cabeza el pasaje del evangelio donde Jesús acepta la invitación de un fariseo a comer y se salta la habitual regla de los judíos de lavarse las manos al empezar.
Saltarse una norma por un bien mayor, como curar un enfermo en Shabat, es aceptable. Pero ¿qué le costaba lavarse las manos? Esta era una regla ampliamente extendida y difundida dentro de su pueblo y de su religión y acatándola no levantaría escándalo.
Se habla siempre de lo obediente que era Jesús...¡y un cuerno! Era un perfecto desobediente y muchas veces se saltaba la norma para provocar. Pero, ¿qué quería indicar con eso?
Confieso que no me ha sido inmediata la respuesta. ¡Estamos tan acostumbrados a que se hable de la obediencia estricta y sin criterio dentro de la Iglesia como una virtud!
Jesús, con esta actitud, quería poner de manifiesto la dureza de corazón del que tenía delante. Es como si entendiera que una vez invadido el espacio natural de Dios por uno mismo (idolatría), las reglas ya no valen, porque sirven sólo al fariseo o grupo religioso y no a la relación con Dios. Jesús hacía, por tanto, un juicio previo de quién tenía delante. Miraba si vivía de sí mismo o de «Algo-más-grande» porque la regla sólo sirve como expresión de ese Algo-más. Si no lo era, Jesús lo llamaba «fardo pesado», es decir, algo sin sentido y, por lo tanto, era el primero en pasárselo, por mucho que pudiera escandalizar, por el arco del triunfo.
Sin este juicio previo de idoneidad, ¿qué impera dentro de la religión? No la salvación del ser humano sino, la mediocridad, una vida venida a menos. El talento huye y se queda fuera o en las periferias y queda únicamente gente dispuesta a pasar por el aro. Pero es un aro que deshumaniza y hace rebaño de ovejas, con las cabezas y los ojos debajo del culo de la siguiente. Como indica tantas veces el Antiguo y el Nuevo Testamento el fruto, la consecuencia es clara y evidente para todos: la esterilidad.
Esta falta de juicio impera en muchos grupos del cristianismo de nuestro tiempo. Sólo si lo hablamos y ponemos encima de la mesa esta gran carencia en la formación y concepción del cristianismo de nuestros tiempos, podemos darnos cuenta de lo generalizado que está. Estos grupos comparten una nota común: son dirigidos por responsables mediocres que impiden crecer a sus prójimos, cada vez más solos y aislados. Estos líderes no pueden reconocer tal circunstancia y actúan como si nada pasase a su alrededor, como si estuviera todo sano.
Hace años, estando de vacaciones, asistimos a una Eucaristía presidida por el obispo. En número, éramos más los amigos que acudimos allí de paso que los propios feligreses y el obispo se marcó una misa ¡como si estuviera en el mismísimo Vaticano atestado de gente!
En una Iglesia así los abusos están a la orden del día. Gracias a Dios ahora es posible que haya muchos menos, pues quien sufre esta gran lacra de la mediocridad y no comulga con ella, desaparece en las mil modalidades que hoy ofrece la libertad de nuestras sociedades.
Sería bonito abrir este melón dentro de la Iglesia y considerar cómo se está ejerciendo la responsabilidad porque este mismo modo de hacer afecta a todos, por la izquierda y por la derecha. Da igual el color de la bandera que se escoja. El caso es utilizarla para el perpetuo goce personal. Y deja el desierto total y absoluto.
Es el clericalismo (ojo que los hay laicos que superan 100 veces al clero) que tanto denuncia el Papa Francisco, quien lo ha señalado como el gran cáncer de la Iglesia. Gracias a Dios que este Papa anda como puede poniendo coto a este mal limitando en el tiempo mandatos, limitando omnímodos poderes de conciencia y gobierno en la misma persona; y propugnando la sinodalidad: la amistad verdadera, sus doce compañeros que eligió en su vida pública para que le acompañaran y vivieran con él esa vida pública. Una amistad abierta al mundo. Este es el método que Dios utilizó para manifestarse en el mundo.
El Código de Derecho Canónico también regula en algunos preceptos bellísimos estas cuestiones, por ejemplo, de relaciones entre superiores y miembros de una orden.
El canon 630/5 establece lo siguiente: «Los miembros deben acudir con confianza a sus superiores, a quienes pueden abrir su corazón libre y espontáneamente. Sin embargo, se prohíbe a los superiores inducir de cualquier modo a los miembros para que les manifiesten su conciencia».
Es muy habitual ver en nuestra Iglesia gente que empieza el camino entusiasta, con fuertes testimonios y grandes propuestas de cambio del mundo y de la persona. ¡Qué difícil es verlo 20 o 25 años después! La vida de la Iglesia parece ser capaz de laminar a cualquiera.
Hay muchas personas que tiran su vida por la borda por amor de una obediencia mal entendida. ¡Si al menos creyeran en la reencarnación tendrían otras oportunidades para gastar! Pero sólo tenemos una vida y es un pecado mortal que vaya a menos. Tal vez alguna anciana religiosa, en la recta final de su carrera feliz porque ha cumplido y le toca ahora entrar en la Gloria. Y eso no se debe al paso del tiempo. Se debe a estas estructuras de poder perversas y pervertidas. Sí, es necesario limpiar la casa. Gracias al Papa Francisco por haber empezado con la poda. A su tiempo se verán los buenos frutos maduros del buen árbol maduro. (Mt 7,5-20)
P.d. Para obtener un poco de fuerza y afrontar esta plaga, nos tenemos que encomendar al beato Teresio Olivelli asesinado por no ceder su fe ante los nazis y que compuso una preciosa oración llamada «oración del rebelde»: «Señor que levantaste entre los hombres tu cruz, signo de contradicción, que predicaste y sufriste la revuelta del espíritu contra las perfidias y los intereses de los dominadores, contra la sordera inerte de la masa, concédenos a nosotros, oprimidos por un yugo numeroso y cruel que en nosotros y antes que a nosotros te pisoteó a Ti, fuente de vidas libres, danos la fuerza de la rebelión (...) Dios de la paz y de los ejércitos, Señor que llevas la espada y la alegría, escucha nuestra oración, la oración de los rebeldes por amor»