Pateos por CórdobaTeo Fernández

Bon Jovi y el Círculo... de la Amistad

«Como sentencian en 'Big fish' en referencia a Spectre, todo pueblo de tamaño digno tiene una bruja»

En noviembre de 2009, la norteamericana banda de rock Bon Jovi publicaba su undécimo álbum de estudio, 'The Circle'. Este disco mantenía todavía intacto el inconfundible estilo bonjoviano (que unos años después perdería con la marcha de su guitarrista), e incluso contaba con algunos temas respetables, pero confirmaba el declive creativo habitual, acaso inevitable, cuando un conjunto de este tipo va cumpliendo décadas.

Quizá por esa condición de intrascendencia, llamó especialmente la atención su título, que parecía referirse a un fin de etapa. El teclista del grupo, sin embargo, apostilló en una entrevista televisiva que 'El Círculo' también hacía un guiño a su estado, New Jersey: «Un círculo es algo muy nuestro, muy Jersey. Es algo donde es muy difícil entrar y de donde es muy difícil salir».

Cuando escuché esto, casi pensé que estaban hablando de Córdoba. Porque no resulta fácil llegar a esta ciudad y adaptarse. Sin embargo, una vez estás integrado en ella, se convierte en un paraíso del que nunca quieres salir. O del que simplemente resulta imposible hacerlo. Como el pequeño pueblo de Spectre en la película 'Big Fish', del que un crítico cinematográfico decía que «es un símbolo de un lugar casi celestial, donde todas las necesidades están satisfechas, pero también un símbolo de complacencia». A Córdoba, como a Spectre, puede aplicársele aquello de que la gente llora dos veces: al llegar y al irse. Es literal. He visto varios ejemplos.

El círculo también es la forma perfecta, equilibrada, que se asocia con lo que no tiene fin: la eternidad o la unidad. Y por ello es, de algún modo, la forma inmaterial de esta Córdoba nuestra, eterna, en apariencia perfecta, en la que no se puede entrar, de la que no se quiere salir y que rueda sobre sí misma sin realmente avanzar nunca.

Y es el término, al referirse también a un entorno o colectivo, que se empleó para dar nombre a tantas asociaciones del siglo XIX y principios del XX. «Club o sociedad con fines recreativos o culturales» y «conjunto restringido de personas que se agrupan con un fin particular» son, concretamente, las acepciones que recoge la Real Academia Española.

Quizá los más conocidos en Córdoba fueron el Círculo Mercantil (nacido en 1906 como Unión Mercantil de Córdoba) o el de Labradores (Círculo de Labradores, Industriales y Comerciantes, surgido en 1918). Pero el más antiguo y el que aún hoy existe es el Círculo de la Amistad, que luce el título de «Real» desde el año 2006.

Roberto Carlos Roldán Velasco, su actual jefe de Cultura, me aclaraba que en 1854 el Casino Cordobés, creado unos meses antes con sede en el Café Puccini (calle Ambrosio de Morales), cambió de ubicación y pasó a llamarse Círculo de la Amistad. Como nueva sede alquiló parte de las dependencias del Liceo Artístico y Literario, que se encontraba en el antiguo convento de Nuestra Señora de las Nieves en la calle del Liceo (actual Alfonso XIII).

Llegado 1856, ambas entidades (arrendador y arrendatario) se fundirían bajo la denominación de Círculo de la Amistad, Liceo Artístico y Literario. La nueva dimensión que rápidamente tomaron las cosas podemos imaginarla al tener en cuenta que tan solo un año más tarde compraron los terrenos para crear el Salón Liceo, que se terminaría una década después.

Yo no tenía vinculación familiar con la institución (mis padres no son de Córdoba capital) y, tras una década fuera de la ciudad, comencé a frecuentar el Círculo debido al ciclo de conferencias de «Casa del Caballo Andaluz», impulsadas por Yeguada Ramírez, que se celebraron allí de 2014 a 2017 y en las que participé como técnico. Fueron experiencias esporádicas pero suficientes para darme cuenta, desde dentro, de lo bien que funcionan sus engranajes y de que existe una identificación con la ciudad que lo convierte en el hogar, al menos cultural, y casi diría espiritual, de todos los cordobeses.

Además, el Círculo tiene una inevitable dimensión juliorromeriana debido a las siete obras que alberga del artista: 'Rosas en la balconada', que Julio realizó junto con su hermano Enrique para decorar el techo de la barbería, y los seis murales que originalmente se encontraban en el salón del tresillo. Dicha dimensión nos ha unido desde que en noviembre de 2014 coordiné 140 años de duende, el programa de actividades por el 140 aniversario del nacimiento del artista (y el Círculo fue uno de los colaboradores) hasta la presentación de mi libro 'Julio Romero de Torres. Vida y obra', en otoño de 2021, precisamente en la Sala Julio Romero de Torres.

Ese último evento propició la invitación de Nicolás de Bari Millán Cruz, vicepresidente, de mostrarme algún día, con calma, «la casa». Cogí aquel guante y, hace un año por estas fechas, acompañados por Juan José Primo Jurado (prologuista del libro) y su hijo Juan José Primo Maldonado, recorrimos el Círculo, sus rincones, su historia y sus proyectos. Fue la guinda a mis experiencias 'circulares' y en ella descubrí no solo espacios físicos, sino que, aunque desde fuera pueda no parecerlo, la entidad está en constante avance y renovación.

Teo Fernández, Nicolás de Bari Millán, Juan José Primo Jurado y Juan José Primo MaldonadoLa Voz

También nos hicimos la «famosa» foto de los cuatro apoyados en el piano ante 'Rosas en la balconada'. Para la instantánea nadie se tumbó sensualmente sobre el instrumento con un clavel entre los dientes, pero la verdad es que ofrecíamos tal variedad de estilos y edades (incluso de colores de jersey), que parecíamos un catálogo. Juan José Primo Jurado, de hecho, bromeó comentando la imagen en sus redes sociales de la siguiente forma: «El piano de las tentaciones. Hay variedad. Elijan.»

Y en aquel privilegiado tour salió a la palestra, claro está, el tema del fantasma de la monja que se dice que deambula durante la noche por el antiguo convento. No importa si uno cree en esas cosas o no. Como sentencian en 'Big fish' en referencia a Spectre, todo pueblo de tamaño digno tiene una bruja. Del mismo modo, todo edificio histórico que se precie debe tener su fantasma. Un fantasma que, quizá, como ocurre a los miembros de Bon Jovi con New Jersey o a tantos otros con Córdoba, quedó encerrado para siempre en su perfecto y eterno Círculo.