El rodadero de los lobosJesús Cabrera

La guerra de las tildes

«¿Recuerdan cuando en 2003 admitió el uso de la palabra bluyín? ¿Se la han escuchado a alguien en estas dos décadas? Pues eso»

Pocas cosas hay más absurdas en este mundo que una guerra por cuestiones de gramática o de léxico. Pocas cosas hay más democráticas que estas dos materias. Pocas cosas me divierten más que ver cómo, al final, agachan la cabeza quienes más gallitos se ponían.

La sesión de este jueves de la Real Academia Española finalizaba con un confuso comunicado en el que se explicaba -muy mal, por ciento- que el adverbio ‘sólo’ y los pronombres demostrativos volverían a llevar tilde. Estaba al caer. La decisión tomada hace una década de la supresión de los acentos gráficos -aún queda por resolver lo de ‘guion’, que tiene migas- se salió de las pautas por las que se ha regido la institución desde hace poco más de tres siglos.

Fachada de la Real Academia Española

En su emblema pone «limpia, fija y da esplendor», algo que está claro. Lo que no aparece es crear o innovar, porque la misión de la Academia es poner en orden y regular lo que se habla en la calle, ni más ni menos. No tiene potestad para imponer nada porque estaría irremediablemente abocado al fracaso, y algunos ejemplos acumula esta institución. ¿Recuerdan cuando en 2003 admitió el uso de la palabra bluyín? ¿Se la han escuchado a alguien en estas dos décadas? Pues eso.

Las palabras, como las lenguas, son procesos de creación lentos y tremendamente democráticos, ya que es precisamente el uso el que decide al final. Los idiomas de laboratorio, en cambio, generan muchos problemas, demasiados, como pasa con el vascuence actual o con el ‘yiddish’ que se habla en Israel.

Pero aún así hay quien se empeña en poner en circulación vocablos que al poco quedan como Cagancho en Almagro, fue lo que le ocurrió a ‘jóvenas’ o lo que le va a ocurrir a todos los términos denominados inclusivos, que al final sólo los usan los políticos, los sindicalistas y los docentes. Nadie más.

Ahora, por ejemplo, hay una tendencia a suprimir los artículos determinados y que se advierte en determinadas cadenas de televisión y de radio, afortunadamente. También es frecuente que usted tenga a alguien que cada mañana le salude con un cursi ‘buen día’ por desconocer que nuestra lengua tiene hasta cinco tipos distintos de plural, entre los que está, lógicamente, el muy correcto ‘buenos días’.

Efectivamente, esto, como tantas otras cosas en la vida, se soluciona leyendo, pero leyendo literatura con un mínimo de calidad para que la correcta escritura, la que coincide con lo que mayoritariamente se habla en la calle, vaya calando. Por esto hay que alejarse de las redes sociales y, desgraciadamente, de cierta prensa.

En estos terrenos fue donde caló con mayor entusiasmo lo de quitarle la tilde al adverbio ‘sólo’. Quienes nunca se habían preocupado por la calidad del lenguaje se mostraron como obcecados defensores de una medida que se veía abocada al fracaso, como así ha sido.

En todo este tiempo he seguido poniéndole la tilde también a ‘éste’, ‘ése’ y aquél’, sin importarme un carajo que me tacharan de antiguo. Aquella decisión de la Academia, fruto de una disputa entre lexicógrafos y gramáticos, se saldó de forma equívoca y trascendió a la calle. Ahora, una década después, la revisión del VAR ha puesto las cosas en su sitio.