Una cata de Moriles
Desperté a esta semana con nuevos ánimos, fortalecido seguro por la luz cercana a la primavera y el cada vez más pronto verano sin el que, lo reconozco, no vivo, haga el calor que haga.
Sin duda que otros factores de fondo influyen a más en mi ánimo. La cuaresma como tiempo de renovación espiritual, y mi «Amarrao» de Santaella que un año más abre su grupo presto a recibir todos los fines de semana a quienes decidan darse un garbeo por esa joya de la campiña.
El agua decidió visitarnos nuevamente, y es de rigor recibirla con dicha.
Y nuestra comunidad parece haber cogido un ritmo imparable de alegría y hermandad, de recogimiento y reflexión en hora santa y de festividad y reunión los domingos en el centro parroquial, donde además surgen algunos momentos mágicos que nos hacen comprobar la bondad de tales encuentros.
Uno de ellos lo fue el pasado domingo, donde pudimos asistir a una cata de vinos de nuestra tierra impartida por Antonio López, de Bodegas El Monte, Moriles.
Ya sabemos que el vino, en su justa medida, no solo tonifica cuerpo y mente, sino que abre espacio al intelecto, la tertulia, y al diálogo ameno.
Quien dice de los cordobeses que somos más bien callados por no decir siesos, no sabe que al igual que el mejunje de la marmita de Panoramix ponía a los galos de Asterix a cien, a nosotros nos das una buena copa de vino y la mañana se convierte en tarde, y a nada que te descuides en noche, más pronto de lo que se espera.
Si a eso le añades sabiduría en la explicación, saber estar y compartir, la magia hace una aparición brillante, «coronada» en una copa presta a recibir lo mejor de la casa.
Es de justicia reconocer que pasamos un rato fantástico. Como será, que más de uno que «tenía que irse», hubo de ser desalojado para poder recoger los enseres adecuadamente.
Bromas aparte, todos recibimos una lección inolvidable. En cada sorbo, Antonio López ilustraba y convertía en palabras desde la tierra de las albarizas de Moriles hasta la pasificación de las uvas que daban textura al pedro ximenez. Vinos jóvenes, mostos, fino «Los Naranjos» o «Cebolla», pasando por el sorprendente «Ximenium» y un amontillado de categoría, permitieron un recorrido pausado por las tierras de Moriles Alto, a la par que un aprendizaje sobresaliente de las cualidades y calidades de nuestros vinos.
Pero puedo asegurarles que la mayor lección la recibimos del amor y el cariño con los que el maestro de la cata hablaba de sus caldos, y sobre todo del orgullo de representar la cuarta generación que con sus cuidados y su entrega hacen posible que estas joyas sigan llegando a las mesas de todo el Mundo. Ver como se le iluminaba la cara cuando refería el origen de los nombres los vinos ( curiosa explicación del fino «Cebolla»), el tributo a su madre con el nuevo Ximenium, o el comentario de su padre cuando con toda ilusión le mostraba los nuevos diseños de botellas o etiquetas ( «Lo que debe estar bueno, niño, es el vino»), hicieron, al menos para mí, renovar la confianza en las nuevas generaciones de nuestra tierra.
Familia y trabajo unidos, con sus altibajos, sus luces y sombras. Pero con el afán y la responsabilidad más allá del egoísmo personal y sin mirar las horas dedicadas, sino el resultado de las mismas.
Mantiene Antonio, D. Antonio López, que el resultado de un buen vino no se ve cuando todos revoloteamos alrededor de una botella concreta, a veces casi adorando su contenido por mucho oro que contenga el vellocino, sino cuando un vino nos permite entablar una tertulia amena y rica en sentimientos y experiencias, y a nada que nos demos cuenta hemos de abrir otra botella.
El pasado domingo puedo asegurarles que se abrieron unas cuantas, a cual mejor.
PDA: Bajo tus alas protégenos, San Rafael.