De comienzo en comienzoElena Murillo

Una década con el Papa de la sencillez

Se acaban de cumplir diez años del pontificado de Francisco. Diez años en los que ha ocurrido algo que parecía extraño, la convivencia de un papa con su predecesor; un hecho que se hacía aún más patente cuando Bergoglio presidía el funeral de Ratzinger hace poco más de dos meses. Diez años en los que el santo padre nos ha invitado a ir a las periferias, a los pobres y marginados de la sociedad; sin necesidad de salir demasiado lejos, como demuestran las Misioneras de la Caridad junto al Aula Pablo VI. Diez años en los que nos ha ido dejando en forma de este y otros lemas, su pensamiento, la esencia de su ser. Ha pasado una década en la que no ha faltado su animación a «hacer lío», a que seamos misericordiosos, a reconocer a «los santos de la puerta de al lado» o a invitar a los sacerdotes a que huelan a oveja dejándose impregnar por el aroma de la parcela del pueblo que como pastores tienen encomendada.

El sucesor de Pedro quiso demostrar su sencillez desde el mismo instante en que decidió su nombre, aquel 13 de marzo de 2013, tras ser elegido papa. Francisco tomó como ejemplo al santo de los pobres, al que llevó a efecto el alejamiento de todos los bienes que poseía y fundó la Orden Franciscana, una orden mendicante.

Muchas son las imágenes que nos han ido llegando a lo largo de este periodo y que bien servirían para hacer una buena reflexión en esta cuarta semana de cuaresma en la que nos encontramos, un buen sustento para la oración que constituye uno de los tres pilares básicos de este tiempo litúrgico. Si tuviera que seleccionar, me quedo con algunos de sus gestos: besar los pies a dirigentes africanos; la invitación a que las mujeres participaran en el lavatorio el Jueves Santo; o aquella salida tan simbólica a Lampedusa donde rezó en el lugar al que denominó «el cementerio del Mediterráneo». Estos actos tienen una carga tan simbólica que han supuesto una referencia si se quisieran tomar como catequesis.

Pero si hay una imagen impactante como ninguna otra, fue la soledad del papa en la inmensidad de la plaza de San Pedro aquella tarde lluviosa en la que, en plena pandemia, impartió la bendición al mundo entero. Sobrecogía ver a Francisco andando con paso vacilante, vivo reflejo de la fragilidad humana, en un momento de desconcierto total. Supo encontrar las palabras que describían la circunstancia que estábamos viviendo: todos juntos en la misma barca en medio de la tormenta.

Al celebrar este décimo aniversario, el papa Francisco pedía un único regalo: la paz, algo que se advierte como un hecho inalcanzable ante tantas situaciones de conflicto y enfrentamientos abiertos en gran cantidad de lugares del mundo. Ojalá la vigilia ecuménica de oración programada para el próximo 30 de septiembre en Roma y que dará paso a la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos obtenga un resultado esperanzador para encauzar el camino de una vida en armonía.