Estar vivo, sentirse vivo
I.- El cielo estaba de un azul infinito pero, a veces, nubarrones que trasponían desde el raspil de los cerros lejanos se confrontaban con el sol y, entonces, sobre el ruedo de la placita de tientas, se derramaba una sombra y el albero, de color dorado, se pintaba súbitamente de negro.
En el centro del anillo la becerra miraba desafiante, encampanada, retadora…
Alguien preguntó:
- ¿ La cerramos un poco ?
Él, casi ochenta años de edad, sabía que estar vivo es, sobre todo, sentirse vivo. Así que, sin dejar de mirar al animal, dijo:
- ¡ No!
El “ no “ sonó tan rotundo como una pedrada en un cristal. Y golpeó la conciencia de las gentes que se acomodaban en las gradas de la placita de tientas, casi todos amigos del viejo: gentes prudentes, gentes moderaditas, gentes sensatas…Gentes que vivían pero que, a lo mejor, vivían sin conciencia de estar vivas, como por inercia, casi por costumbre. Por aburrimiento, tal vez.
Por eso, cuando lo vieron acercarse a la becerra, la conciencia se les rebulló. Y se oyó un bisbiseo . Como el de un abejorro zumbón. Y, al momento, los comentarios. En voz baja, claro. Vergonzantes:
- Este hombre está loco.
- A su edad es una imprudencia.
- Es un irresponsable, un inmaduro.
El siguió avanzando, buscando la distancia adecuada. Él, casi ochenta años de edad, sabía que estar vivo es, sobre todo, sentirse vivo.
La becerra estaba fija : la mirada noble, apaciguada; las orejas quietas, sin sugerir comezón o inquietud; la cabeza cuadrada, sin calamochear.
Así que, sin dejar de mirar al animal, gritó:
- ¡Je, je!
Pero la becerra dudó y él, casi ochenta años de edad, supo que debía cruzarse un poco más para provocar la arrancada. Un poco más, pero no mucho. Lo suficiente para enfrontilarse y que el embroque con la embestida le permitiera alargar el muletazo y ligar tres o cuatro pases. Sí, tres o cuatro: a pesar de sus casi ochenta años, de sus limitaciones físicas; a pesar de su poca agilidad ; a pesar del entumecimiento de sus viejos músculos. A pesar de todo eso, soñaba con enjaretar tres o cuatro pases con la muleta tersa, barriendo la arena; tres o cuatro pases vaciados con ritmo allí donde llegara la longitud de su brazo. Tres o cuatro pases. No más.
II.-Cuando la becerra se arrancó, él , casi ochenta años de edad, sintió que no tenía cuerpo y que era su alma ( no su cerebro, no su instinto ) quien gobernaba la situación. Así que se abandonó y embarcó al animal en la franela y se dejó llevar, vaciando toda su vida, su experiencia, sus sentimientos, su ser, su pasado, en aquellos muletazos infinitos y, a la misma vez, fugaces. Densos y, a la misma vez, livianos. Soñados y, a la misma vez, reales.
Cuando remató la serie con el pase de pecho había un silencio contenido en el ambiente. Luego, en las gradas, estalló un aplauso perplejo. Vital. Estentóreo.
Dos aves que estaban posadas en el tejadillo del palco arrancaron su vuelo asustadas. Eran dos palomas blancas, que se perdieron por las sendas del viento que llevan al horizonte.
Y él, casi ochenta años de edad, se fue de la suerte con torería, con naturalidad, con elegancia y se tapó en el burladero. Él, que estaba vivo y, lo que era más importante, que se sentía vivo y que se iba a sentir vivo hasta que de verdad se muriese.
III.- En el tendido, los espectadores, todos amigos, todos gente prudente, volvieron a sus reticencias. Cuchicheaban:
- Este hombre está loco.
- A su edad es una imprudencia.
- Es un irresponsable, un inmaduro.
En el tendido, los espectadores, eran como una representación de nuestra sociedad, voluble, descreída y cansada. Cobarde, acomodaticia y mendaz. Sin fuerzas para soñar, sin fuerzas para vivir.
Pero, aun así, uno de los espectadores, uno que era bastante solitario y un poco poeta, pensó que el viejo tenía un gran mérito: el de atreverse a soñar y que, por ese mérito, era un ejemplo para los blanditos y los melifluos de nuestros tiempos, que se conforman con paguitas de esclavos, slogans de charlatanes y gilipolleces de tarambanas…Que el viejo era un toque de atención para los que no creen en nada y para los que, cuando creen en algo, no lo defienden porque no es prudente hacerlo, porque no es conveniente, porque es arriesgado…. Que el viejo era un acicate para los que, cuando alguien cruza la linde de lo “ correcto “ , de lo razonable, de las convicciones socialmente asumidas, pontifican :
- Este hombre está loco.
- A su edad es una imprudencia.
- Es un irresponsable, un inmaduro.
El espectador, ese que era bastante solitario y un poco poeta, pensó :
- Esta sociedad, a lo mejor, está viva…pero no se siente viva. O, quien sabe: a lo mejor, estando viva, está muerta.
Y, al momento, se le arrugó el hocico y musitó:
- Y más muerta que va a estar. Porque, sin soñadores, sin valientes, no hay porvenir.
Había pájaros verdes volando por el cielo azul.