El despertar
«Tamames frente a Sánchez o Yolanda. La cultura occidental ante la picaresca más zafia»
Algo está cambiando. La masa complaciente de españoles, esa que no es activamente cómplice del sanchopodemismo, ni ve divertido que se ganen partidos de fútbol comprando a los árbitros, o que los altos cargos adquieran –a lo que parece-- un despampanante ático tras otro con fondos del contribuyente, empieza a sopesar si no podría dejar de comportarse como el perezoso didáctilo de Hoffmann. Recuerden, ese ser que jamás posa los pies sobre el suelo, excepto para defecar una vez por semana al abrigo de la noche, se mueve con una lentitud exasperante y de continuo anda mirando hacia otro lado, mientras disimula mansamente bajo su pelambrera. Piensa el perezoso que es más conveniente seguir dieta vegana, dar por sentado que no existen alternativas y que camuflado se vive mejor, sin irritar a los depredadores que infestan las instituciones.
Se ha comprobado, verbigracia, durante esta moción de censura. Los que acaparan vastos ejércitos de guionistas, peluqueros, asesores, cineastas, modistos, catedráticos, maquilladores, periodistas, guardaespaldas, locutores, juristas, chóferes, trolls, historiadores, poetas, y demás servidumbre asignada al pesebre central disfrutan, nadie se lo discute, de más resortes de poder que Dionisio de Siracusa, Hissènne Habré y Kim Jong-un si uno suma todos sus recursos. A Tamames, en cambio, lo apoyaban cuatro gatos; le hacía ruido el micrófono cuando impactaban en él sus notas escritas de puño y letra; y las burlas por parte de diputados y adeptos progresistas eran más escandalosas que el guirigay nocturno de la selva amazónica. El humilde «cuatro latas» del egregio profesor, matriculado hace bastantes décadas y que por cierto funciona razonablemente bien, ha contrastado con el rutilante Rolls-Royce del gobierno, al que no le faltaron los materiales más caros y el acabado más lujoso. Y sin embargo…
Bastante más personas de lo que se cree han visto y comprendido a través de tan abusiva faramalla. La mona sigue siendo mona aun vestida de seda. Por eso los citados perspicaces han preferido la veracidad al atrezo, la sabia senectud a los modelitos calculados, la honradez a la charlatanería, el patriotismo altruista a esa inagotable catarata de felonías que compite con el Niágara. Es una pena que el ciudadano medio ya no se crea ni media palabra de los embustes que profieren, como ametralladoras incansables, esas instancias principales y esos medios oficiosos que otrora encarnaban el prestigio, la fiabilidad, la autoridad moral y el amor genuino al país, sus hitos y grandeza. Pero en cierto modo es también una ventaja, porque lo impele a leer entre líneas, a aprender e informarse, a utilizar sus neuronas, y a no absorber cual esponja pasiva la propaganda más tóxica.
Hay esperanza, sí. Lo que no provenga del esclarecimiento de las mentes vendrá de imitar la escueta dignidad de los mejores, los que representan la aristocracia del espíritu. Tamames frente a Sánchez o Yolanda. La cultura occidental ante la picaresca más zafia. El resto lo conseguirán la mano invisible del mercado, la operatividad anónima de la genética y la epigenética, las simples ganas de recuperar una sana cuota de orgullo colectivo.