Luis
«Era un tío rudo, acostumbradísimo a poner orden y ley entre gentes no muy duchas en cuanto a orden y concierto se refiere»
En El sueño de un hombre ridículo, un misterioso relato de Dostoievski, un humilde empleado de provincias de la Rusia de finales del siglo XIX, dedica toda su vida a ahorrar parte de su mísero sueldo para ir comprando la libertad de los esclavos de su tiempo: los siervos de la gleba. Estos pobres campesinos rusos estaban ligados de por vida a un terruño que debían cultivar y pagar al noble dueño del mismo.
El humilde empleado jamás se lo contó a nadie. Cuando murió, su mujer e hijos la maldijeron por no haber sido capaz ni siquiera de reunir unos pequeños ahorros con los que poder sobrevivir. Además, el escaso sueldo que recibía no había dado más de sí que para liberar escasamente dos o tres siervos.
Dostoievski apunta a que dicha acción, no contada a nadie y, por tanto, sin esperar recompensa mundana ninguna, es la que verdaderamente salva el mundo.
De hecho, con la revolución posterior de 1917, se abolió legalmente esta modalidad de esclavitud.
Desde que lo leí comentándolo a la gran experta en Dostoievski, Tatiana Kasatkina, este tipo es la persona que me gustaría llegar a ser. Es el prototipo de héroe que me llena la cabeza y el corazón. El gran ideal de esta vida.
Esta definición de superhéroe cuadra de pies a cabeza con la de mi amigo Luis.
Luis era el guardia jurado de un centro de asistencia a gente desfavorecida de calle en la gran ciudad de Madrid. Hace escasamente unos días le dio un infarto mientras estaba de fin de semana en su puesto de trabajo. Ahí se nos quedó. En acto de servicio.
Yo le conocí en pleno «lock down» cuando un amigo y yo nos apuntamos a servir en el comedor social que él cuidaba durante el duro confinamiento.
Era un tío rudo, acostumbradísimo a poner orden y ley entre gentes no muy duchas en cuanto a orden y concierto se refiere. Era un hombre confiable y servicial. Enseguida nos conseguía mascarilla o guantes cuando entrábamos mi amigo y yo sin ellos.
Trabajaba larguísimas jornadas, casi sin periodos de descanso. Era el único guarda de ese centro de día. Como el empleado del cuento de Dostoievski apenas sí llegaba a fin de mes. Alguna vez le tuvimos que echar una manilla. Lo que hacía, servir, era claramente por pura gratuidad y amor a lo humano. Costará mucho encontrar sustituto.
¡Qué gusto haber encontrado uno de esos, de los que cómo dice la parábola, hayan ganado la Vida sin saberlo! Un bendito de Dios, «de mi Padre» dice Jesús.
«- Pero Señor - preguntará Luis al Rey con sorpresa - ¿Cuándo te vi con hambre y te alimenté, o con sed y te di de beber? ¿Cuándo te vi forastero y te hospedé, o desnudo y te vestí? ¿Cuándo te vi enfermo o en la cárcel y fui a verte? He sido un desastre, un fumador con un cuerpo anti fitness, no he llegado a fin de mes, me he pasado el tiempo regañando a todas horas y no he tenido cuidado de mi mismo".
- En verdad te digo - pronunciará el Rey- que cada vez que lo hiciste con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste.
¡Coño, qué sorpresa se habrá llevado Luis! ¡Ha ganado la vida sin saberlo! ¡Perdiéndola la ha ganado! Bendito fracaso. Bendito Luis.
Un guardia jurado de pobres. Otro superhéroe a seguir.
Gracias Luis. Ya en la Gloria.