El portalón de San LorenzoManuel Estévez

El Realejo

«También se celebraba la simpática Feria de San Andrés, con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles»

Uno de los enclaves más característicos y populares de la Semana Santa cordobesa es el Realejo, que formaba parte de una carrera oficial que se iniciaba en Santa María de Gracia, donde las aceras se llenaban de sillas por los vecinos. Por allí pasaban no sólo las procesiones del barrio, sino muchas más, como el Señor de la Caridad, las Penas de Santiago y un año llegó la Paz y Esperanza por Arroyo de San Rafael. El Realejo es una calle cofrade al cien por cien.

Pero el aspecto del Realejo no ha sido siempre así. Hasta principios de los años cincuenta, existió en el Realejo. el llamado «tacón» porque la esquina izquierda de la calle El Lodo (Isaac Peral), tenía unas casas que sobresalían. formando dicho «tacón». Ahí estaba situado el bar Casa Marín, propiedad de Rafael Marín Llamas (1905-1959). Este bar funcionó muy bien pues tenía una excelente cocina a cargo de su esposa, Emilia Carmona Jiménez (1907-2004). Durante la guerra, estuvieron a punto de echarlo abajo, pero sólo derribaron de la pequeña casa un portal y un sólo balcón que había a continuación.

Tacón en El RealejoLa Voz

El plan de urbanización del Ayuntamiento que intentaba conectar una avenida desde el principio de San Pablo hasta lo que iba a ser la avenida de Barcelona, determinó echar abajo el citado «tacón» y se retranqueó toda la manzana hasta la calle Manchado. Con ello desapareció el bar Casa Marín. Este plan de urbanización estuvo expuesto durante los años de 1950 en la sala Municipal Góngora junto a la Casa de Socorro.

Pero de alguna forma esta familia siguió relacionada con el Realejo, pues Emilia, la esposa, adquirió los derechos de un estanco, que estaba a continuación de la Fontanería de Vicente Gordillo, situada en la misma esquina de la calle Muñices. Hoy en día se puede decir que la vida del Realejo gira en torno al citado estanco, por lo que es justo reconocer la labor realizada en él, por Rafael Moya Partido (1930-2010), yerno de Emilia, entre los años 1963-1970. Todavía recuerdo que cuando pasábamos temprano por el Realejo para ir a trabajar, el estanco ya estaba abierto, y dentro de él podíamos observar a este hombre inmerso en una atmósfera casi asfixiante de gas butano, rellenando uno a uno infinidad de mecheros para luego, lógicamente, venderlos. Cuando derribaron la casona de las bodegas López Diéguez, se cambió a su actual ubicación, donde según parece marcha sobre ruedas, gracias a la labor de la dueña, nieta de Emilia Carmona Jiménez, y a la colaboración que le prestan sus parientas, hijas de Antonio Caballero, un gran profesional de la Westinghouse.

Por allí y en los años cincuenta había un jeringuero, llamado Antonio Arrabal Ruiz, (1884-1976), que enviudó muy joven y volvió a casarse con Josefa Romero Frías, (1897-1977), teniendo un hijo, José Arrabal Romero (1938), al que se le conoció en el barrio como el «Churrito». Al desaparecer el «tacón», el jeringuero cambia la ubicación de su puesto al rincón que había a continuación de la Papelería Ferrándiz, al principio de la calle Muñices. Todavía recordamos cómo los chavales nos parábamos ante el escaparate para ver las cajas de Lápices Alpino, que el bigotudo dueño parecía que colocaba allí para darnos aún más envidia. También nos llamaba la atención la ventana de los Quirós Reyes, para ver a su padre reparando relojes. Algunas veces, y frente por frente al citado relojero, nos daba envidia contemplar la casa de las avellanas, con el patio lleno de este fruto.

Nunca habrá que olvidar al simpático barbero Antonio Blancas Ruiz, que fue aprendiz en la Barbería de Encarna en la plaza de la Corredera, que se distinguió siempre por sus precios muy económicos, y mantenía la opinión: «Para muchas personas el pelado no es un lujo sino una necesidad».

Cuando quitaron el «tacón» retranquearon toda la acera desde esa esquina hasta la calle Manchado, y en la nueva edificación que levantaron se instaló unos rutilante tienda de sofás, puesta por unos hermanos de la calle La Banda, que duró muy poco. Luego pusieron un moderno establecimiento de Almacenes Larrea, y una sucursal del Banco de Andalucía. Precisamente allí, en ese banco, se firmaría el contrato entre el célebre Cristóbal y Francisco Castro, el de los Huevos Castro, que le compró la famosa Casa Colorada de la calle María Auxiliadora, por 250.000 pesetas y un pavo. Después del banco pusieron una sucursal de la Sociedad de Plateros. Pero todo aquello ya es historia. Ahora existe un Supermercado Piedra.

No podemos olvidar a la confitería La Española, especializada en tartas, y que siempre nos recibía su dueño fumando un enorme puro. O el bar de Ana María, aquella mujer joven que se atrevió a montar en aquellos tiempos una taberna y que incluso ponía sus veladores de verano en la ancha acera de enfrente.

En cuanto a la vecindad de esa parte ensanchada, vivía un herrero que trabajó en el taller de «Pepe el Largo» en la Ronda de la Manca, al que de forma simpática apodaban «El Pletinas», y que con dicho nombre, se presentaba en algunos festivales taurinos que toreó. Precisamente en la Sociedad de Plateros de María Auxiliadora existía un cartel en donde aparece él anunciado, y que el actual dueño se lo negó.

En el 2010 murió Carmen Navajas Alcalá, la hija más pequeña del pintor «Navajitas», y con ella se perdió esta familia de matrimonio y once hijos que eran una referencia del Realejo. El pintor «Navajitas» fue gran amigo de don Vicente Lombardía, el que fuera dueño de los Laboratorios Besoy al igual que de don Eloy Vaquero Cantillo, al que se conocía como «Zapatones» y otros le apodaban «Jaimito», porque el grupo socialista de Manuel Sánchez Badajoz, que ocupó el Ayuntamiento en abril de 1936, hicieron un muñeco de trapo a imitación de don Eloy y lo arrastraron por todas las calles de Santa Marina, San Agustín, San Lorenzo, La Magdalena y otros barrios de Córdoba. A raíz de aquello y, de algunas amenazas de muerte que recibió, don Eloy optó por marcharse con su familia por Gibraltar, incluso antes de que estallara la guerra.

El pintor «Navajitas» terminada la guerra de 1936-39, continuó su relación epistolar con «Zapatones» al que le solía mandar por la Navidad un pastel cordobés que lógicamente lo adquiría en la Confitería de San Rafael y se lo enviaba a su lugar del exilio a través de la Agencia Garrido, que estaba situada en la calle Alfonso XIII, donde hoy se ubica el establecimiento Jamones Calixto.

Uno de los vecinos más antiguos del Realejo será Agustín Escudero Ortega, que vive en el edificio que se levantó en las antiguas Bodegas López Diéguez. Y el nos diría:

«El Realejo fue siempre una zona de Córdoba importante, ten en cuenta que aquí llegó a vivir incluso Dora la Cordobesita en sus años jóvenes, antes que lo hiciera en San Agustín. Aquí hubo siempre de antiguo mucha actividad de gente que iba de un lado para otro, gente que venía a la Casa del Empeño, que estaba en el edificio que es hoy la Agrupación de Cofradías. También la gente acudía en masa para presenciar el Carnaval, ya que allí se congregaban las murgas en la taberna «Casa Lucas», ubicada en donde hoy se encuentra la Farmacia. En «Casa Lucas» tenían su reunión los «Amigos de Córdoba»: Rafael León, Adalberto López, Rafael Pérez, Antonio Cantarero y Manuel Pérez Casas, entre otros, que popularizaron lo de comerse las doce uvas en la plaza de las Tendillas.

Luego, también se celebraba la simpática Feria de San Andrés, con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles, aquella Feria de San Andrés, en donde no faltaban sus norias, sus caballitos y sus barquillas, y el palo de la cucaña, que se montaban en la acera ancha del General Varela.

Un día, charlando con el desaparecido «Pletinas», que vivía en una terraza que hacía esquina con la calle Manchado, éste me decía, que desde su terraza contemplaba lo que él llamaba «El Paseo Marítimo del Realejo», pero al decirle que allí no había ninguna playa, el me contestó:

«A falta de mar, de chiringuitos y de playa, aquí está el estanco del Realejo, de Mari Carmen Moya, que es como un inmenso mar en donde a diario acude mucha gente, cada uno, montado en »Su ola de ilusión", para ver si le cambia o mejora la suerte, bien con los cupones de la ONCE, que te encuentras en la puerta, o con la Primitiva y, demás juegos de azar, que las hermanas Maricarmen, y Esperanza Caballero, te ofrecen con todo el agrado del mundo.

Finalmente diremos que con el tiempo, el Bar Casa Marín, cedió todo su protagonismo, del Realejo a la taberna El Ochenta y Nueve, que se convirtió en el santo y seña por sus cafés, y su agrado, de todos aquellos trabajadores que entraban o salían de trabajar, en aquellos duros relevos nocturnos de la Electro, la Constructora, la Cordobesa y Serraleón y de algunos sitios más, a los que los hermanos Conchita y Rafaelito, junto a su padre, se esforzaban en atenderlos con todo el agrado y diligencia del mundo.