De comienzo en comienzoElena Murillo

Imágenes que quedaron en la retina

Fueron muchas y muy diversas. La Semana Santa dejó instantáneas para todos los gustos dependiendo de lo que cada ojo fue capaz de captar.

A veces la vista va al grueso y se pierden los detalles; otras, las imágenes vienen a nosotros y solamente hay que saber admirarlas y, por qué no, reflexionarlas. Son tantos los gestos que se disipan por permanecer indiferentes o por no estar atentos…

Algunos de ellos impactan de manera singular. Puedo decir que me resultó de una emotividad especial el momento en el que la cruz de guía de la Hermandad de la Misericordia llegaba a carrera oficial. Ya de por sí la cofradía se caracteriza por su seriedad en todo el cortejo. Esperaban con sigilo el término del recorrido de los penitentes precedentes y, cuando se acercaba el paso de María Santísima de la Paz y Esperanza, el nazareno que portaba la primera insignia se santiguó ante la imagen, dibujando una estampa íntima que pasaría desapercibida para prácticamente todos los que se congregaban en ese lugar y que mostraba el saber estar, aún aguardando en el anonimato que propicia el hecho de vestir la túnica.

Tampoco pasan inadvertidas las personas que, ataviadas con sus hábitos, se encaminan con absoluto rigor y silencio desde sus casas hasta el templo desde el que realizan la estación de penitencia. Ya han comenzado también en ese trayecto su aflicción. Entre los nazarenos esbeltos que iban llegando a las iglesias pude retener en mi pensamiento la figura de un padre escoltado por sus dos hijas, revestidas con roquete, encaminándose hacia San Hipólito. ¡Cuánta belleza encerrada en esta escena! Tradición recibida y tradición entregada para hacer eterna una herencia espiritual que cala en lo más hondo del seno familiar. Junto a esta secuencia, la procesión cumplida de manera inconsciente por bebés en brazos de sus padres. Aquí solamente puedo destacar el caso del Domingo de Ramos vivido en plenitud por un músico de la banda de María Santísima de la Esperanza. Con su niño de apenas unos meses, armonizaba amor paternal y amor a la música, un tándem que se fundía a la perfección.

Son las imágenes que quedaron en nuestra retina y que seguirán en nuestra consciencia como se posa en los labios la miel más dulce. Oraciones musitadas en las calles y en el interior de la iglesia madre, lágrimas que hacen aflorar los sentimientos más profundos, cirios que van dando luz al camino seguido por las imágenes, un palio que se aleja al son de la música…, y así podríamos seguir, enumerando situaciones hasta completar una cadena interminable de eslabones que se engarzan en la memoria del cofrade.