Pies en pared
Cuando los vecinos se encargan de mantener blanqueadas sus fachadas se preocupan también de que nadie se las ensucie. Y ahí surgen, precisamente, los zócalos
En las antiguas ordenanzas municipales se regulaba lo obvio. En Córdoba, por ejemplo, se prohibía que se criasen cerdos en el interior de los domicilios, por mucho espacio que se tuviese, o que los médicos alertasen a las autoridades sobre la aparición de algún brote infecciones, por ejemplo. Cuestiones de sentido común. Entre ellas, había otras que descargaban al Ayuntamiento de alguna de sus responsabilidades, como que cada vecino se encargase de mantener limpio el tramo de acera correspondiente a su fachada. Vaya ahorro para las arcas municipales y así se mantiene aún en algunos barrios de la capital.
Entre estas obligaciones había otra como era la de blanquear las fachadas en la primavera, para eliminar los restos de las humedades del invierno, para que la cal frenase contagios y para embellecer la ciudad ante la llegada de la Semana Santa. Actualmente se observa cómo hay quien mantiene esta tradición que hace que la apertura de la temporada turística haga que la ciudad luzca en perfecto estado de revista.
Cuando los vecinos se encargan de mantener blanqueadas sus fachadas se preocupan también de que nadie se las ensucie. Y ahí surgen, precisamente, los zócalos. Esa solución que aguanta lo que le echen mientras el resto de la fachada sigue perfectamente encalada.
El problema está donde no hay esos zócalos y las aglomeraciones hacen que se acaben poniendo los pies en la pared. En Córdoba hay dos sitios en donde esto se nota demasiado. Uno es la plaza de Capuchinos, donde las esperas por ver las procesiones hace que aparezcan centenares de huellas de zapatos impresas en la pared. El otro es la plaza de la Corredera, templo mayor de la hostelería y ocasional auditorio de conciertos. En este caso, en cambio, el problema no está en la huella del zapato, sino en la debilidad del estuco, que se fractura a las primeras de cambio con apoyar un pie o dar un golpe con las sillas apiladas de las terraza, lo que deja un espectacular desconchón que avergüenza a propios y extraños, por no hablar de las siempre incívicas pintadas.
Tanto Capuchinos como la Corredera son un orgullo para Córdoba y un lugar obligado para quien quiera llevarse de la ciudad una visión algo más completa tras recorrer la Mezquita Catedral. Por esto, es lógico que se proteste cuando ambas plazas -a las que se podría sumar algún lugar más- y así ha ocurrido cuando el deterioro de Corredera, que no se solventa con una manita de cal, ha ido a más en los últimos meses. La Gerencia de Urbanismo ha reaccionado y ha devuelto a la plaza grande el aspecto que tuvo cuando terminó su remodelación pero, como siempre ocurre, no hay que dar por finalizado el episodio, sino que hay que establecer el mecanismo necesario para que el patrimonio artístico tenga un mantenimiento periódico. Así no se repetirá el vergonzoso aspecto que actualmente tiene el monumento a don Luis de Góngora en la plaza de la Trinidad. Si usted pasa por allí, mírele la espalda, porque todavía luce de arriba a abajo las manchas rojizas de la calima que sufrió la ciudad hace más de un año.