I.- En casa de Marta todo era orden: el mobiliario impoluto, el equilibrio de los ornamentos minimalistas, los cuadros surrealistas que, en su abstracción, contaban historias vividas o imaginadas … También jugaba a favor del ambiente sosegado y plácido el oportuno juego de la semi oscuridad, porque la luz del verano, resplandeciente y muchas veces ofensiva, se aplacaba tamizada por el cortinaje, hasta prácticamente diluirse.

Y para dar a todo una rotunda nota de equilibrio estaban la molicie y la soledad. Porque Marta llevaba ya unos días de vacaciones e iba a estar varias semanas sola en casa: su hija, en Estados Unidos, remataba sus estudios de post grado; su marido, reputado cirujano, volaba en esos momentos a Namibia. Acababa de enviarle por whatsapp una foto desde el aeropuerto, posando con todo el equipo: el anestesista, dos enfermeras y Elsa, otra cirujana que, como todos los años, se incorporaba desde Madrid y que formaba parte de la organización.

Porque su marido, en vacaciones, viajaba a algún país del tercer mundo, con una organización internacional, para operar gratuitamente. Y cada año, al retornar, agotado, pero luminoso de alegría, contaba historias que zarandeaban la conciencia:

- He hecho cirugías que en España serían ambulatorias y que allí, como no hay medios, cuestan la vida a las personas.

- He extirpado un quiste a una mujer, a la que la medicina de su país había desahuciado… Operación de una hora y un ser humano feliz.

- ¡No tenemos derecho a no ayudar !

Para certificar el círculo de su soledad doméstica Marta había encontrado, sobre la mesa de la cocina la nota de Lupe, la asistenta, escrita con una letra gurrumina y apelmazada sobre un folio blanco: “ Que tengas buenas vacaciones y descanses. Nos vemos en septiembre “.

II.- A veces recordaba a su abuela y, sobre todo, recordaba sus decires, frases cortas cargadas de sentido. Muchas de ellas, encerraban alcances que le habían sido incomprensibles en la niñez, pero a las que el paso de los años había llenado de significados. En estos días en su cabeza retumbaba una de ellas :

- «No es bueno tener tantas cosas buenas, porque no se aprecia ninguna »

Marta tenía una hija estudiosa y responsable. Su marido era un hombre bueno, solidario, gran profesional, entregado a su familia y a sus enfermos. Un punto aburrido, tal vez, pero cortés, amable, generoso… Jamás habían tenido la más mínima diferencia. En lo tocante a la economía, la cosa iba sobre ruedas. Y ella tenía su plaza de profesora universitaria y se dedicaba a lo que de verdad le gustaba: el estudio y la enseñanza. ¿ Qué más podía pedir ?

Pero, aun así, a veces, sentía esa punzada casi imperceptible de la insatisfacción, del amodorramiento, de la desilusión. Y ahora que estaba acogotada por el hastío y por la galbana de agosto, más. Tal vez su abuela tenía razón:

- “ No es bueno tener tantas cosas buenas, porque no se aprecia ninguna “

III.- Cuando Teo se quedó viudo con tres hijos pequeños a su cargo buscó el apoyo de Marta. Ambos eran profesores universitarios y, aunque no compartían Departamento, se conocían bien. Las orientaciones de Marta le fueron muy útiles a Teo y él encontró en su amiga el consejo sabio y, a veces, también el cariño y la comprensión.

- Tomar un café contigo, le había dicho alguna vez, me anima más que si me jalara un potaje hecho de pastillas de prozac .

Marta lo sabía sobradamente y sentía también afecto por su compañero . A veces, como los sentimientos son materia difícilmente mensurable, sospechaba que había algo más : una confusa atracción, leve, levísima, la tentación de una seducción ambigua, no más…Alguna vez ella se había descubierto haciéndole a Teo una insinuación ligeramente erótica, de modo inconsciente, eso sí. Teo era, por así decirlo, el contrapunto a su marido. Si su marido representaba el equilibrio, la honestidad, la solidaridad, Teo era una ráfaga alocada, gamberra y casi surrealista….Por ello le gustaba estar con él, como amigo, claro, para poner algo de atrevimiento a su vida tan perfecta, tan equilibrada y, por eso, le brindó su comprensión y su afecto cuando su esposa murió.

IV.- No le sorprendió que Teo la llamara aquella tarde y, sin pensarlo, aceptó salir a tomar una copa rápida. O a cenar. Según terciase. Al fin y al cabo estaba sola y aburrida en casa y le vendría bien un poco de diversión. Teo había aclarado:

- Tengo que consultarte unas cosas sobre mi hija mayor. Se ha echado un noviete que no me gusta nada, un tío con «pearcings» en la nariz, vamos, no me jodas… No sé cómo gestionar el tema… A mí me pide el cuerpo coger al chaval de la pechera y arrimarle dos puñetazos y reventarle los labios, pero no creo que sea muy oportuno…. La verdad: no sé qué hacer… En estas cosas las mujeres tenéis un sexto sentido y…

Marta se había arreglado mecánicamente. De fondo sonaba música alegre. De diversos estilos : romántica, aflamencada, incluso clásica… Mientras tanto no pensaba en nada. Se arreglaba, oía la música y se dejaba llevar por las sensaciones. Curiosamente, se sentía muy feliz. Era una felicidad de animal adolescente, como si una hoguera de estrellas le iluminara los adentros. Tomó conciencia de lo que había hecho cuando se miró en el espejo. Ella, que gustaba de ir un punto desaliñada, sobre todo en verano, estrenaba para la ocasión un vestido rojo, alegre, con su puntito de «glamour» y con algo más que un puntito de atrevimiento. Y lo más curioso: ella, que nunca se pintaba en verano, se había maquilado discretamente, pero con claras intenciones y notables resultados.

Pensó que ese modo de arreglarse semi inconsciente significaba algo y pensó en Teo y, con cierta sorpresa, sintió que el corazón se le aceleraba. Lo evocó: su sonrisa amplia, una forma un tanto esquiva de mirar, los ojos entrecerrados…una ironía finísima…Y sorprendentes detalles de sensibilidad casi femenina al hablar de su hijos :

- Quiero ser para ellos más una madre que un padre…

Combinados con reacciones de autentico cafre:

- A mí me pide el cuerpo cogerlo de la pechera y arrimarle dos puñetazos y reventarle los labios….

Esa personalidad dispar la atraía. Y ella lo sabía. Aunque no se atrevía a reconocerlo.

- Tan distinto de mi marido…, pensó.

Volvió a mirase en el espejo y se vio muy atractiva. Y le complació. Y, aun más, pensó en cuál sería la reacción de Teo. Y supo, estuvo segura, que la vería preciosa. Y el corazón se le aceleró de nuevo.

V.- En Namibia, el doctor estaba en su bungaló, descansando. Había sido un día duro de cirugías complicadas. De éxitos, pero también de fracasos. Los días siguientes serían más duros aun. Pero él amaba lo que hacía y amaba la medicina y amaba devolver, en cierta medida, la salud, la vida y la dignidad. En un mundo en el que la suerte está tan injustamente repartida, el debía, él quería, revertir la situación en la medida de sus posibilidades.

Aquel día, después de doce agotadoras horas de quirófano, ya duchado y relajado, se había dado una vuelta por los jardines de la urbanización y había tomado con el móvil muchas fotos de plantas, paisajes y animales. Ahora, ya de vuelta del paseo, acomodado en su sillón, estaba borrando algunas: las repetidas, las desenfocadas, las innecesarias… Pero quería conservar una imagen del paisaje africano, donde se reflejara sutilmente la sensación de infinito y las hermosas tonalidades del atardecer. Y la estaba buscando. Y la encontró.

En la amplia cama blanca del bungaló, Elsa, los almendrados ojos brillantes y los labios encendidos, se rebulló entre las sábanas y lo llamó:

- Luego revisas las fotos…

La actitud de Elsa era de pleno acogimiento. Reprochó:

- Vivo cada año esperando estos días y tú enredado con el móvil…

Y en la mente de Elsa se desembridaron, como una catarata, los recuerdos de los muchos momentos que habían compartido, cada verano, en países del tercer mundo, en los que no sólo la actividad sanitaria era lo importante.

El doctor localizó la foto del atardecer africano, la adjuntó, y la envió por whatsapp.

Elsa suspiró y se insinuó sobre la cama como una pantera. El doctor avanzó con la intención de abrazarla , ajeno al mundo, ajeno a todo lo que no fuera Elsa.

VI.-A miles de kilómetros de Namibia, el móvil de Marta vibró. Era un whatsapp. Lo abrió precipitadamente. Angustiada por si era de Teo. De que fuera Teo cancelando la cita. Teo cambiando de planes. Teo poniendo una excusa.

Pero era su marido. Pensó en ignorar el mensaje. No quería que interfiriera con sus aburridas disquisiciones en ese oasis de ilusión que estaba viviendo. Pero, finalmente, lo abrió. Era la foto de un paisaje con un texto:

- « Desde la distancia recuerdo nuestro amor y te recuerdo a ti, más bella aun que el paisaje africano…»

Marta recordó la frase de su abuela :

- “ No es bueno tener tantas cosas buenas , porque no se aprecia ninguna.“

Y se sintió avergonzada. Avergonzada de no valorar lo mucho bueno que le había dado la vida. Avergonzada de haber estado dispuesta a traicionar a su marido, un hombre que ella pensaba era honesto y bueno. Honrado. Generoso. Sensible. Avergonzada de haber estado a punto de traicionarse a sí misma, por querer vivir a destiempo lo que nunca había vivido antes.

Y lloró.

Lloró amargamente, sin sospechar, siquiera, que los horizontes de la traición y de la deslealtad son, pueden ser, infinitos.

A miles de kilómetros de España, en Namibia, el doctor abrazaba a Elsa, ajeno al mundo, ajeno a todo lo que no fuera Elsa.