La Cata del Vino ha llegado al Coso de los Califas porque es una cata con carácter nómada desde su fundación. Se pueden coleccionar casi tantas ubicaciones como modelos de catavinos por edición aunque bien es cierto que en la explanada de la Diputación había conseguido asentarse. Las catas arqueológicas (aún no sabemos muy bien para qué) han obligado a los caldos montillanos a emigrar al albero, formado por metros cuadrados que ahí son redondos, y que suponen menos espacio que junto a la casa palacio.La gente se apiña para la fiesta y los caldos, para el flirt afterwork, que ahora titulan los modernos; para el postureo, el dejarse ver y pillar cacho, si la suerte sonríe y Baco ayuda. También algunos van a beber vino, claro.

Por el vomitorio de Los Califas salen muchachos jóvenes ya de noche, los que han estado apurando todo hasta el cierre, ciertamente vomitados. Esa vía natural hacia el centro de la ciudad que es la calle Felipe II se ha convertido desde el miércoles en un extraño desfile de berreos estrambóticos, sílabas destiladas por el alcohol y juventud hosca, maleducada, reyezuelos de su casa y de su Instagram. No son menas que haya que deportar - tranquilos los vigilantes patriotas- ni sudamericanos peligrosos. Por lo general los ahora llamados latinos son trabajadores infatigables, gente humilde y callada, con una educación exquisita que ya no tenemos en la madre patria. Los cabestros que desfilan bebidos rompiendo retrovisores y pateando contenedores son niñatos nuestros, españoles criados en el exceso y formados por planes de estudio modernos, con todos sus derechos y su canesú.

No hay ni una patrulla de Policía Local, ni Nacional, ni autonómica ni trasversal a esa hora de la noche y en estos días etílicos de cata y desparrame por el barrio abandonado que es Ciudad Jardín. Una vez me encontré, de regreso a casa, cerca de Costasol, a un policía nacional tratando de apagar un fuego en un contenedor con cubetas que le estaba prestando el turco del kebab de al lado. España. Me preguntó si había visto algo, como si el niño fuera mío, como si en mi cara no pusiera ‘pringado que vuelve del curro’ y no ‘testigo de lo que no se previene’. Le dije que no, claro, porque además tengo astigmatismo. Vista cansada de todo lo que ya he visto.

Ahora por las noches sí soy testigo de esos expulsados de la Cata, aunque salgan por su propio pie, que van destrozando mobiliario urbano y gritando como mandriles. Sé que la culpa no es del evento montillano. Sé que la mala bebida es muy mala. De Los Califas salen, atravesando Felipe II, los que creen que la vida siempre los tratará bien.

Hasta que los expulse.