Lo analógico
Discutíamos hace unos días mis hermanos y un servidor, en el sentido filosófico de la palabra, sobre qué regalarle a nuestros sobrinos que, ya talluditos para el sacramento, han decidido sus padres bautizarlos en edad casi de primera comunión, pese a lo cual ( bendito sea Dios), es motivo de gozo, aun más si cabe para mis padres, que están que no viven de la alegría de ver a sus nietos abandonando la morisma para entrar en la comunidad cristiana.
Al margen de lo anterior, real como la vida misma por mucho que se empeñen los creadores de conciencia del sanchismo en adoctrinarnos, la discusión giraba en torno al regalo, merecido, del que eran acreedores los vástagos.
Las proposiciones, como todos ustedes imaginarán, eran de lo más variopinto, incluido el consabido comentario de dejar a los abuelos que decidieran, para así eludir el compromiso.
Pero, sea por inspiración o por grato recuerdo, se nos ocurrió la idea de regalarles entre todos un scalextric, pensando sobre todo en la edad de los chicos y en ese padre (mi hermano Javier), que pese a tener que montarlo (ni comparación con el barco pirata de los playmobil que aún sigue apareciéndome en pesadillas), sin duda que disfrutará con sus hijos en tardes segovianas de competiciones, encerrados en casa por ese frío tan ajeno a lo nuestro que acontece allende Despeñaperros.
Y es que esta sociedad que compartimos, cada vez se aleja más del contacto y de la relación en familia, de la mesa camilla o la chimenea donde, al albur del crepitar de la leña de olivo, la historia de las familias y los allegados se relatan al modo que nuestros ancestros de las cavernas creaban los lazos de comunión que dieron origen a los pueblos.
No soy yo enemigo de lo digital ( mi señora me recrimina constantemente mi applemanía), pero reconozco que no hay nada como una buena charla entre amigos y familiares, cara a cara y con un buen vino, donde el sentimiento se expresa a la par que se aprecia, ajeno al comentario del guasap, donde si encima alguien cumple años, el « felicidades» se repite como un mantra insoportable que sólo ocupa espacio y evita en suma la llamada o el abrazo.
Sin duda que el acercarme a los sesenta, al margen de haberme hecho adicto la cuchara y aún más dependiente de la guitarra, me hace añorar la cercanía y el contacto a los propios, sobre todo a aquéllos que viste crecer a tu lado (soy el hermano mayor de seis varones), y cuyos hijos hoy te recuerdan a sus locos padres, manías incluidas, a quienes ves con el mismo amor que sientes por ellos.
Y eso que todavía no soy abuelo. Temblad, hijos, si es que leéis a vuestro padre.
Sea como fuere, la idea de algo analógico, por contraposición a lo digital, me agrada. E insisto, no porque quien escribe sea un adalid de la lucha contra lo digital, sino porque creo que es hora ya de que, al margen de nuestra alocada vida de trabajo, seamos capaces de buscar puntos de encuentro para la familia, minutos que nos hagan apreciar a los que nos acompañan en el camino, desde nuestros padres, a quienes la vida nos llevó a dejar, que no a olvidar, hasta nuestros hermanos, a quienes nuestras cuñadas …. ( no sigo que me meto en un charco).
Queridos Rafa y Javier, sobrinos del alma, los Titos han decidido que vuestro padre se pringue montando el circuito por donde, risas, mosqueos y rabietas incluidos, transiten y compitan esos coches que os harán reíros y disfrutar entre todos y que, al paso del tiempo, os harán recordar la cara de un amigo, de un colega que, aún siendo padre, disfrutó como un niño a vuestro lado.
PDA: Bajo tus alas protégenos, San Rafael.