Si París era una fiesta para Hemingway, mayo siempre lo fue par Córdoba. Tanto que, de unas décadas aquí, las celebraciones empiezan a partir de la segunda quincena de abril.

La Cata del Vino descorcha la botella del jolgorio cordobés y, este año, lo ha hecho en la plaza de toros, por las obras en el aparcamiento de la Diputación. El enclave, paradigmático, tradicional e imponente. El único lunarcillo se lo puso mi farmacéutico, que vive al lado y a él no le molestaba el jaleo, sino que su plaza naranja en el parking aledaño, se la quitó alguien, que él intuía estaba en la Cata.

Después vienen las cruces de mayo, que de mayo solo tienen el día 1 y hasta primera hora de la tarde. Pero eso es una pequeñez, porque la celebración -todo hay que decirlo- es probablemente la más divertida de todo el largo mes.

La pena es que hoy, mientras caminaba tras salir de la redacción pasé por un par de ellas y, en la primera me dio por mirar el listado de precios, a dos euros la cerveza (en su vasito de plástico). En la segunda, lo mismo; en la tercera, obvié fijarme. El mal cuerpo ya lo tenía y eso que ya no bebo cerveza. Pero no pude evitar hacer una cuenta rápida y cuatro cervezas (de mi mujer), un zumo (de mi niño), una jarra de rebujito (para mí) y tres pichitos (uno por cabeza): 31 euros. Lo que me llevó a la conclusión de que las cruces son populares, pero sus precios no tanto. A no ser que en el muestreo no valga porque se trate de cruces gourmet y el pinchito esté deconstruido y el vaso en lugar de ser de plástico sea de cristal de Murano; o que tenga ganas de fiesta y la fiesta no tenga ganas de mí, ¿quién sabe?