Relatos en verdeRafael del Campo

Liberado

Actualizada 05:00

I.- Hace más de quince años….

Había sentido lo que fuera y, aunque era noche cerrada y arreciaba el frío y el viento gélido se colaba por los cierres de las ventanas, Luciano se levantó, se asomó al patio y, entonces, vio la sombra de un hombre trajinando tranquilamente, metódicamente, en el gallinero. Era Rubén « El Rana». Ya tenía tres o cuatro jaulones llenos de gallinas apilados junto a la moto y estaba terminando su trabajo y, en nada, acoplaría su botín y saldría carril abajo y se perdería en la oscuridad.

No era la primera vez: cada seis o siete meses quien fuere le limpiaba el gallinero.

Así que a Luciano le crecieron unas llamas desde los adentros que se empendolaron hasta prendérsele en la garganta y de ahí el fuego le pasó a la cabeza. Y la ira le nubló el entendimiento.

Lo último que se preguntó antes de perder la razón es de qué servían los mastines, el Sol y la Luna, que dejaban saquear el gallinero, mientras dormían asogatados al calor de unas pacas de paja en los establillos. El los había criado desde cachorrones y los perros eran zalameros y cariñosos pero, a la postre, no servían para nada….

II.- Luciano recordaba el momento en que le abrió la cabeza a Rubén “ El Rana “ y echaba cuentas de cuanto quedaba para que prescribiera el delito y pudiera sentirse libre. Habían pasado muchos años pero el pensamiento no lo abandonaba: una mezcla de miedo, odio e indiferencia.

Porque el paso del tiempo, en vez de debilitar las memorias, las habían vigorizado y ahora , cuando lo rememoraba, podía verse, como en una película, acercándose a “ El Rana “ por las espaldas; podía oír la escandalera de la gallinas revoloteando; podía sentir el peso del peñasco en sus propias manos, las rugosidades de la piedra; y luego ver la cabeza abierta de “ El Rana “ y, al instante, un Rana, inmóvil, que se desangraba lentamente y, finalmente, un Rana muerto…

No sintió entonces, ni sentía ahora, pena de « El Rana “. Al fin y al cabo era un desgraciado: empicado en la droga, sin voluntad, sin luces, sin oficio, que poco aportaba a la sociedad. SI acaso inconvenientes: los pequeños hurtos, la repulsión que causaba su mirada turbia y ligeramente estrábica, la grima que producía su estampa… Bien mirado, lo que Luciano había hecho era un beneficio: a la humanidad primero, pero a “ El Rana “ también que, al fin y al cabo, la única aspiración que tenía “ El Rana» era morir y gracias a Luciano y su peñascazo no había sufrido nada en el tránsito. Y eso, qué duda ofrece, era una muerte mejor que la que, en condiciones normales, habría de padecer : comido de bubas o sidoso o por una sobredosis…o por una paliza o congelado una noche de invierno en un banco del parque….

Luciano recordaba con claridad que liberó a las gallinas de las jaulas donde las había apilado ”El Rana “ y que echó el cadáver y la moto y los apechusques en el remolque y subió por el carril hasta cerca de la cuerda donde trasponía la sierra. En esos altos, había unos canchales encajonados en el arroyo que recaía desde el raspil, tapados con montarral inextricable y, entre las adelfas, unas oquedades que en tiempos antiguos habría sido lo que fuera: minas, tajos o cuevas o polvorín de cuando la guerra…o lo que fuere. ¡ Qué más daba !Echó a “ El Rana “ y a sus utensilios para adentro y luego cubrió la boca con piedras, primero más pequeñas y redondeadas y luego, ya en la superficie, con bolos enormes . Le costó lo suyo…

Y se bajó al cortijo tan tranquilo.

Sintió ladrar a los mastines, el Sol y la Luna .El cielo, como su pensamiento, se oscureció de pronto. Con un odio feroz. Las nubes que coronaban por el horizonte traían nieve, mucha nieve. Y sintió, nuevamente, un odio feroz.

Cogió una soga llamó a los perros :

- Tuba, tuba….

III.- Mientras pasa el tiempo…

Como “ El Rana “ era tal que un animal balduendo pasaron semanas hasta que alguien denunció la falta. Y a partir de ahí se desencadenaron las hipótesis: que si se había ido a trabajar a Francia, que si se le había visto en Menorca de camarero…La cosa es que nadie, ni Administración ni familiares, se preocuparon mucho de su paradero y el tiempo fue pasando y el recuerdo de “ El Rana “ fue decayendo hasta que se apolilló . Salvo su madre que todas las semanas aportaba por el cuartel o por el Juzgado, por si había nuevas. Pero nuevas no había nunca.

- Si hay novedades nosotros le avisamos…decía el guardia de la puerta, o el funcionario el juzgado.

Pero la mujer no cejaba y todas las semanas encaraba para el cuartelillo, o para el juzgado, pim, pam, pim, pam, lloviese o hiciese calor, pim, pam, pim, pam, con su esperanza, con su esperanza cada vez más menguada.

Y el guardia de la puerta, nada más verla, negaba con la cabeza y gritaba :

- ¡¡ Si hay novedades nosotros le avisamos…!!

IV.- A Luciano, mientras más tiempo pasaba, más le remordía lo que había hecho. Y algunas veces pensó en contarlo a alguien. Para liberarse del peso, mayormente. Pero siempre, cuando estaba decidido, le venía la duda porque, tal vez, sus palabras llevaran al oyente a preguntar las causas, y de ahí a pensar, y de ese pensamiento a deducir, y de esa deducción localizar el cuerpo de “ El Rana “ y denunciarlo y…. De modo que pensó que siempre sería mejor esperar a la prescripción.

V.-Quince años y unas semanas después…

Pasados quince años y varias semanas desde que desnucó a “ El Rana “ , Luciano tiró camino de la Iglesia para hablar con el párroco. Mas la Iglesia estaba cerrada porque, como apenas hay curas, el sacerdote atendía a varios pueblos y sólo aportaba por allí los domingos.

Pero Luciano ya no podía aguantar más y tenía que quitarse, como fuera, la culpa que llevaba arrastrando más de quince años. Así que se fue en busca de Fabián, su cuñado, que era maestro jubilado, hombre sensato y , en rigor, la única persona a la que podía llamar amigo. Fabián estaba en el bar, sentado en la terraza, cerveceando, con su botellín helado y con un platillo de garbanzos tostados. Luciano pidió otra cerveza. Y comenzó a hablar. Fabián oía con indiferencia el monólogo. De vez en cuando echaba su buchito de cerveza y glotoneaba unos garbanzos tostados y asentía. A veces, se chupaba los dedos para degustar la salitre que dejaban los garbanzos. Pero conforme avanzaba el relato, el rostro de Fabián se fue turbando y las trazas de la preocupación se dibujaron en sus facciones. Entonces Luciano ocultó su cara entre las manos y empezó a llorar. Con desconsuelo. A empellones. Y en silencio. Fabián se levantó, lo zarandeó un poco, y le dijo.

- Escúchame: tú necesitas un médico. Lo que hiciste no estuvo bien. Pero de ahí a tener ese complejo de culpa por ahorcar a dos mastines… Es que estás al borde de la depresión por un hecho de hace más de quince años…un hecho que no tiene tanta importancia. Vamos, Luciano, no me jodas…tú no estás bien.

Fabián pagó el aperitivo . Cogieron calle arriba. Calmosos. Aunque Fabián era pudoroso, le echó el brazo por encima del hombro a su cuñado.

Pensaba:

- Estos solterones se vuelven muy obsesivos con los años…La soledad es muy mala.

Con el paseo, Luciano se iba calmando. Y, como además había confesado el ahorcamiento de los perros, se sentía liberado. Casi feliz. O Plenamente feliz. Llegaron a la plaza. Los precedía la sombra negra de una vieja engurruñida. Avanzaba hacia el cuartelillo. Pero antes de llegar, el guardia de puerta voceó:

- ¡¡ Si hay novedades nosotros le avisamos…!!

La vieja se volvió y al cruzarse con los dos cuñados musitó:

- Buenas tardes.

Ellos respondieron mecánicamente :

- Buenas tardes.

Entonces Luciano se paró. Miró a los ojos a su cuñado y dijo:

- Gracias, cuñado…Me has escuchado y me he liberado de mi culpa. Y me siento alegre. Y feliz. Y liberado. Sobre todo, liberado.

Una silueta de vieja, desesperanzada y marchita, se perdía calle arriba, arrastrando paso a paso su tristeza…

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