El portalón de San LorenzoManuel Estévez

Manolete en la Venta de Vargas

«Era un templo de toros, de cante, de filosofía y, sobre todo, donde se justificaba la razón del vivir el día a día»

Manolete solía frecuentar las dehesas de Córdoba La Vieja y Cuevas de Altázar, en las cuales pastaban los toros del ganadero don Eduardo Sotomayor (1895-1973). Allí hizo amistad con las familias Sotomayor y Eraso, que a partir de 1938 compraron parte de estos terrenos para criar sus caballos. El Monasterio de San Jerónimo, que preside todos aquellos horizontes, fue testigo de la gran amistad que surgió en aquellos tiempos entre Manolete y Lola Eraso, hija de don Rafael Eraso, tanta que la prensa aprovechaba algunas fotos entre ellos para insinuar su noviazgo. Luego, el tiempo dictó sentencia por otros derroteros.

Su primo del alma Manuel Rodríguez Castillejo 'Palitos' (1914-1982), fue vecino de la calle Roelas. Su familia vivía en una gran casa de vecinos, casi enfrente de la mía, que se conocía como «El Picadero», porque en tiempos antiguos hubo allí uno con sus animales. De aquí se mudó a la casa número 7 de la calle Beato Juan Bautista, en el flamante barrio de Cañero. Se jactaba de que en el número 2 de esa misma calle vivía Guillermo González, mozo de espadas de su primo e íntimo de los dos. Por ser amigo de José Luis, hijo de 'Palitos', colaboré en esta mudanza desde la calle Roelas a Cañero, que se realizó, como tantas otras, con un carro “de varales". Años después, a principios de los años 60, y por tener ocho hijos, a Palitos le concedieron una casa de dos plantas en la calle Obispo Mardones, a espaldas de la Venta Rosales, gracias a la ayuda de su amigo Pedro Navarro Recio, también antiguo vecino de la calle Roelas, que trabajaba en la Fundación San Eulogio relacionada con la Obra de la Sagrada Familia.

Mientras estaba aún en activo, Palitos no se prodigaba mucho por las tabernas de su nuevo barrio, pues él solía quedar con sus conocidos en la cafetería que tenía su pariente El Pelu en la céntrica calle Morería. Los fines de semana, por el contrario, sí que frecuentaba la taberna de Paco Cerezo en la calle principal de Cañero, donde gustaba mantener tertulias, especialmente sobre toros.

Rafael Ruiz Lucena y el gran escritor Francisco Carrasco Heredia eran compañeros míos en la Westinghouse. Aparte de la fábrica, coincidíamos en el autocar que nos traía de vuelta y paraba en el Campo de la Merced. Ambos eran unos profundos enamorados de Córdoba, y acostumbraban a visitar a los cordobeses que habían tenido que emigrar a Cataluña, como los de la Casa de Córdoba en Badalona, haciendo patria en las lejanas tierras catalanas, e incluso llevándoles en 1974 varias arrobas de vino de Montilla que recibieron con gran emoción.

Aquellos cordobeses, o hijos de cordobeses, trataban de mantener el mayor contacto posible con su tierra de origen, saber lo que pasaba aquí, pero era inevitable que se fuese perdiendo esta relación poco a poco. Un día, tras bajar de la citada parada del Campo de la Merced, camino de nuestros domicilios, a la altura del Cine Isabel la Católica, Rafael Ruiz me comentó: «Otra vez que vayamos Francisco y yo a Badalona tenemos que llevar información sobre Manolete pues varias veces nos han preguntado sobre él y en especial sobre lo que se está diciendo por allí de que ensayaba con los presos la suerte de matar”.

Le comenté a Rafael que quizás le podía orientar Pedro Navarro Recio, por la gran relación que mantenía con Palitos, y así concertar una cita con éste, que había sido uña y carne con Manolete. Por ello acudimos un sábado al bar de los Antiguos Alumnos Salesianos, donde solía acudir Pedro todas las tardes para echar su partida de dominó con sus amigos del Rosal, Flores y Luján, entre otros. Hablamos con él, y además Enrique, el tabernero, se adelantó diciendo que fuésemos al bar de Paco Cerezo un fin de semana, porque allí acudía Palitos, al que conocía por haber sido también antiguo alumno salesiano, como Manolete.

Así que un sábado fuimos a Cañero acompañados por Pedro Navarro, y allí estaba, efectivamente, Palitos. No hizo falta ninguna credencial, pues cuando llegamos, simplemente con decirle cuál era nuestro objetivo se prestó a hablarnos de su primo todo lo que quisiéramos.

Comenzó diciendo que los amigos de la infancia de Manolete fueron Rafael Luque, hijo de Camará; Luis González, sobrino de Machaquito; Guillermo González, su incondicional mozo de espadas; Rafael Barrilero, Rafael Adame, Juan Parejo, Paco Osuna, Enrique Vasallo, Antonio 'El Tronero' y otros de los que por desgracia ya no recordaba sus nombres. En el Colegio Salesiano -continuó- Manolete dio muestras de ser un muchacho ordenado y con cierta disciplina. Era aficionado a la lectura sencilla, y el primer libro que leyó fue la novela 'Dick Turpin'. No le gustaban todas las diversiones, aunque si acudía con frecuencia con sus amigos a los Jardines de la Victoria para presenciar las murgas de El Toreri y Regadera.

Manuel Rodríguez 'Manolete' y José Flores 'Camará'La Voz

Con emoción en su voz añadió: «Mi primo Manolete era tan noble y bueno que cuando jugábamos con un carro-toro debajo del viaducto del Pretorio él casi siempre lo llevaba para que los demás ensayásemos los pases».

Llegó al fin el tema principal por el que habíamos ido, preguntarle por lo que se oía cada vez más, principalmente fuera de Córdoba, de que Manolete ensayaba con los presos el manejo de la espada. Respondió molesto que todo era una mentira, propagada con mala intención, quizás basada en que el toro de su alternativa, celebrada en Sevilla, tenía como nombre original 'Comunista', que luego cambiaron por el de 'Mirador', porque en el año 39, el de la alternativa, no estaba el horno para bollos.

Ya habíamos cumplido el motivo de nuestra visita, pero Palitos continuaba hablando, y era una falta de respeto irnos y no dejarle seguir. En la pared de Paco Cerezo había una foto de la Venta de Vargas de San Fernando, donde aparecía Manolete con Gitanillo de Triana y otros amigos. Mirando esta foto, emocionado, recordó:

«En los últimos años, mi primo se resentía mucho por la lejanía de sus amigos debido a su profesión, y quizás por ello entró en un estado de angustia y desánimo, evidente para los más cercanos. Sólo la compañía de una persona que velara por él podía cambiar aquella situación».

Por eso, recordaba Palitos, el torero visitaba con cierta frecuencia a su amigo y consejero don Eduardo Sotomayor en su casa-chalet de la Huerta del Naranjo, para 'confesarse' con él. Un día se montaron en el Hispano-Suiza de Manolete y se dirigieron al Monasterio de San Jerónimo, donde les esperaba el Marqués del Mérito, don José López de Carrizosa, que con unos amigos acababa de llegar de una cacería. Don Eduardo Sotomayor era gran amigo del Marqués, ambos de la misma edad. Le presentó al torero y le contó sus problemas de ánimo, por lo cuales había estado todo el año 1946 sin apenas torear.

Allí, en la soledad y el silencio del Monasterio, cada palabra y cada consejo daban la impresión de que le calaba al torero hasta los huesos. Después de mucho hablar, y de intentar buscar soluciones, el Marqués invitó a Manolete a pasar unos días en aquel retiro para que pudiera aislarse y reflexionar tranquilamente.

Manolete dudaba del ofrecimiento, pues en el año anterior ya había estado descansando retirado del mundo un par de semanas, en la finca de un amigo en Guadalajara, donde incluso se bañó en el próximo río Valdefuentes... pero no le había servido para nada.

Al final fue Eduardo Sotomayor quien lo convenció para que pasase una temporada en San Jerónimo. El ganadero le prometió que él también se pasaría por el Monasterio para animarle.

Pero el Marqués del Mérito era un hombre muy inquieto, poco dado a los «retiros», y al poco les propuso a Manolete y a don Eduardo realizar un viaje a Jerez, donde se movía «como pez en el agua». Tuvieron dudas sobre el vehículo que iban a utilizar, pero al final fue Manolete el que puso a disposición su Hispano-Suiza.

Estando en Jerez, después de su acomodo en un céntrico hotel, se llegaron al venerable Casino de Jerez, fundado en 1850. Allí alternaron con gente de nivel, bodegueros y aficionados al toro, todos entusiasmados por tener allí a Manolete. Pero al torero de Córdoba ya le cansaba mucho esta popularidad, y así se lo hizo ver a sus amigos. Entonces el Marqués, siempre presto a reaccionar con mucha rapidez, les propuso ira la Venta de Vargas. Era un templo de toros, de cante, de filosofía y, sobre todo, donde se justificaba la razón del vivir el día a día. Por eso Manolete acogió con agrado la nueva idea del inquieto Marqués.

Y es que lo mejor de la Venta, salvando sus comidas y sus distinciones, siempre fue su gente, como 'mamá Catalina', el bueno de Juan, María, José y Lolo, que idolatraban al torero cordobés, uno de sus mejores clientes. El patriarca de la Venta vio más de una vez levantarse a Manolete muy temprano, al amanecer, y presenciar cómo el torero de Córdoba salía al encuentro de los peones que iban medio dormidos a lomos de sus borriquillos en dirección a la dura faena de todos los días para ganarse el jornal y el sustento diario. Los hacía parar y hablaba con ellos afectuosamente como uno más. En una ocasión, de la que fue testigo también Gitanillo de Triana, les entregó una talega de bocadillos e incluso abrió su cartera y, ante la sorpresa de todos, sacó el dinero de sus jornales, invitándoles a que se volvieran a sus casas a dormir.

Este era el tipo de hombre del que Palitos, muchos años después, hablaba emocionado en una taberna de Cañero.

Poco después de aquellos días de paz y sosiego, Manolete, en una entrevista que le realizó el gran Matías Prats comentó: «He ganado ya más dinero que cinco generaciones de mis antepasados juntas. Lo que quiero es retirarme y casarme y disfrutar de lo que he ganado». Por desgracia, la tragedia de Linares acechaba a la vuelta de la esquina.