Ya metidos en campaña electoral a las municipales, y al margen del asco, profundo asco, que me da el saber que unos cuantos asesinos se presentan impunemente, como alcaldables o concejales, en poblaciones donde apretaron el gatillo que sesgó la vida de alguno de sus vecinos, pese a aquella promesa repetida hasta veinte veces ( San Pedro sólo necesitó tres para darse cuenta de su traición), de que jamás se pactaría con Bildu, no puedo por menos que mostrar mi opinión, o más bien mis dudas, sobre el elenco de opciones en nuestra ciudad.

Mis orígenes gatunos, siquiera sea por la coincidencia de un teniente de Santaella que residía en Alcalá de Henares, no han evitado jamás una visión municipalista de la política. Tal vez porque ese teniente del que siempre me sentiré orgulloso, consiguió sacar con loable esfuerzo las oposiciones a Secretario de Administración Local de primera categoría ( los conocidos como «pata negra», pese a quien pese), y acabó inculcando en quien les escribe una visión cercana del compromiso y el buen hacer que debe presidir la res pública.

Recuerdo cómo, al terminar mis estudios de Derecho en Granada, comencé un ensayo que se titulaba «Crítica a la estructura política del Estado» que, en suma, con esa bisoñez, pero al mismo tiempo ilusión que toda juventud atesora, pretendía ser un foco que iluminase una concepción de la política que principiaba en el municipalismo como primera ratio del compromiso con la ciudadanía, con el individuo por encima del colectivo, con la persona por encima del administrado.

Y en esa concepción política de la sociedad, latía y aún late una obligación moral, una visión de lo cotidiano desde la perspectiva del vecino, del parroquiano, del tendero de la esquina o la abuelita de la casa arriba, compañeros todos de este viaje maravilloso y a veces esperpéntico que es la vida, abrazados a nuestra calle y nuestro barrio, a los problemas de nuestros hijos, del mendigo que duerme en nuestra plaza o de la vecina que no deja de dar por saco por mucho cariño que nos empeñemos en mostrarle.

El municipio es la primera trinchera de la política. Es el escenario en el que deben batirse los realmente valientes, donde la cercanía es el elemento base que legitima al candidato, y el orgullo y la soberbia se dan de bruces contra el muro de la indiferencia.

Y así las cosas me pregunto sobre esta Córdoba que nos contempla, esta ciudad que vio pasear desde Julio César a Abderramán, desde Séneca a Averroes, cuyas piedras fueron testigo de gestas inimaginables, perdidas hoy día en esta cultura que nos domina bajo la inteligencia artificial de los tik tok, Facebook o Instagram, seducida por la inmediatez del chascarrillo, la crítica, el comentario o el chisme, y conscientemente inducida al letargo de la imaginación y las ideas, de la discusión como fuente de conocimiento, el respeto como germen de la convivencia, y el esfuerzo como salvaguarda del orgullo del individuo.

Córdoba despierta a estas elecciones como cualquier otra ciudad de España. De la España que conocemos, no de esa otra España que se ha empeñado en dejar de serlo y que, curiosamente y aunque me pese decirlo, tiene las ideas más claras que nosotros, pues en esa contrariedad a sus orígenes, aun siendo conscientes de la patada a la historia, están forjando su identidad, subvencionados, eso sí, con el dinero de todos. De todos los que pagamos impuestos.

A la postre será un desastre. Pero a día de hoy, alejados de la realidad y el sentido común, ganan más adeptos cuanto mayor es la desinformación y la manipulación, cuanto mayor la subvención miserable a sus estatus de okupas, a su educación del insulto y a su bolivariano existencialismo, tan pobre como miserable.

No por ello recelo de mi Córdoba. Estoy convencido que la ciudad que fue capital del Mundo sigue teniendo una carga genética envidiable, una capacidad innata para, como nuestras madres, descubrir las mentiras, al tiempo que saber valorar a quien camina de frente, no se esconde bajo los demás, no se amedrenta frente a los cambios necesarios y, en suma, no teme la verdad.

Este es el verdadero candidato, o candidata. Y cuantas menos alforjas cargue en su grupa, más llano tendrá el camino.

Hablaremos de ellos, pese a quien pese.

PDA: Protégenos bajo tus alas, San Rafael.