Un pájaro muerto en el jardín
En esta primavera los verderones han criado en las cumbres del ciprés del jardín. El macho trinaba en la rama más alta que la brisa batía; mientras, la hembra, empollaba bajo su cálido plumaje gris los huevos del nido.
La primavera ha cursado pausada, aunque tórrida: los aires sujetos, el sol limpio y un calor lacerante más propio del corazón del verano.
Pero hace unos días los vientos se desataron y, aunque fuera por poco tiempo, batieron la cúspide del ciprés, zarandearon el nido y uno de los volantones de verderón cayó al jardín.
Lo encontré muerto sobre el césped.
Para mí, que los pájaros son la poesía de Dios, su cuerpo desvalido me pareció un poema frustrado y una tristeza, tan débil, tan insinuada, que se quedaba en mera melancolía…
Quise, sin embargo, imaginarlo volando hacia ese Paraíso que creo ( o quiero creer ) que Dios tiene preparado para todas las criaturas que lo glorifican en la tierra.
Hay un pájaro muerto en el jardín
En sus ojos, derrumba la mañana
Borbotones de brillos apagados.
Su vuelo imaginario y florecido
Atraviesa la noche sin camino.
Es débil, es fugaz y tiene miedo…
Como el alma de un hombre de este tiempo
Una rama cimbrea entre la niebla
Vestida de un plumaje que descansa.
El ave se ha posado entre sus hojas.
Sopla un viento de heridas imposibles.
En sus ojos, amarran las estrellas
El fulgor donde arde la esperanza.
Hubo un pájaro muerto en el jardín.