Cliente habitual
Según el listado de licencias de veladores de la Gerencia Municipal de Urbanismo, cuya última actualización es del 9 de mayo de este bendito año electoral de 2023 tal y como aparece en el documento, en la calle Felipe II, sita en Ciudad Jardín, tan solo el Bar La Esquina tiene permiso para disponer de mesas en una parte del acerado que es más ubicación de la calle 7 de Mayo que de Felipe II.
Entendemos pues que la recientemente cerrada -por jubilación del propietario -La Pilarica pudo haber estado instalada en el veladorismo furtivo cordobés, tan propio de la ciudad sin ley en la que la convierten los consentidos hosteleros que hacen de su capa un sayo con la vista gorda, parece ser, de los munícipes responsables.
Justo más arriba, o más abajo, según se mire, dos establecimientos que están frente a frente colocan varias mesas tipo taburete para sus clientes. Por el tamaño de la acera no pueden instalar mesas porque literalmente no caben, pero todo se andará porque la física en la capital hostelera cordobesa rompe las leyes de la ídem. Y los clientes se colocan ahí, a su flor, con su caña, su paquete de tabaco, mirando el móvil y/o comentando el piñazo que le han dado al Madrí en Manchester. Tan ricamente. El piñazo y los análisis tácticos. O discuten sobre política internacional. O sobre la cancelación del Sálvame, incluso disertan sobre la teoría de quarks, que los clientes de bares tienen esa tremenda habilidad de saber de todo sin moverse del velador o la barra. También opinan, claro. Y hasta votan.
Resulta particularmente llamativo ese cliente habitual que a modo de mojón kilométrico se aposta en la acera y decide que el mundo, el resto del mundo que es el que va desde su mismidad hasta la cerveza fresquita, no existe. Un mundo que pueden ser peatones con bolsa de la compra, señoras mayores, madre con cochecito, un señor funcionario, un monosabio que se dirige a la plaza de toros o cualquier otro ser humano cordobés que tiene la osadía de caminar por una acera invadida por los taburetes mesa y -lo que es peor- por el cliente habitual y sus voluntades colgantes y morenas. Él está ahí enmedio. Es su acera de ocio y esparcimiento. Si no ¿para qué están puestos los asientos altos y la mesa taburete?
Los peatones se quedan ahí, esperando que el cliente habitual y perenne se mueva para que les dejen amablemente pasar . Es lo que la lógica del peatón, que no coincide necesariamente con la del cliente habitual, le pide. Pero eso no sucede.
Incluso el cliente habitual se encara con el peatón. Porque el cliente habitual está envalentonado. El veladorismo furtivo y la ausencia de autoridad competente se lo permite. Qué digo permitírselo: está en su derecho de cliente habitual, faltaría más. No pongamos en duda el modelo productivo, por favor.