El amargo sabor de la derrota
Corría la década de los ’90 cuando Jorge Valdano acuñó el término «derrota útil». En resumen, para el que fuera entrenador, luego director deportivo (o algo parecido) y, finalmente, ideólogo del fútbol de pago por visión, perder incluía siempre una lección.
Y puede que en el concepto de la bonhomía la expresión de Valdano (tras haber sufrido una derrota) encaje bien, pero en el mundo real a nadie le gusta perder, más allá del masoquista.
De perder, lo que se dice perder, tenemos un ejemplo reciente ya no en el fútbol (que siempre lo hay, a no ser que haya empate), sino en la política. El PSOE se ha estampado en las municipales y, en el caso de Córdoba, el accidente ha sido grave.
En la capital, el PP de José María Bellido ha pasado de un cogobierno a la mayoría absoluta, con más del doble de concejales con respecto a los socialistas. Pero hay un dato más esclarecedor, el alcalde ha conseguido un segundo mandato seguido para los populares y eso es un logro inédito en la ciudad, que hay que valorar en -y con- perspectiva, porque de camino ha barrido de la relevancia política al resto de fuerzas.
Tampoco ha sido leve el siniestro del PSOE en Lucena, donde el PP de Aurelio Fernández ha rozado la mayoría absoluta, con un ascenso en concejales sobresaliente que le llevará -con el apoyo leve de Cs o Vox- a gobernar la segunda ciudad, tras la capital, más importante de Córdoba. Entre tanto, los socialistas han perdido cuatro de los diez concejales, casi la mitad.
Y, para rematar, está Palma del Río donde el PSOE ha perdido su bastión histórico con una caída estrepitosa y donde la popular Matilde Esteo será alcaldesa con mayoría absoluta. No una mayoría cualquiera, ya que ha pasado de 5 a 12 ediles y deja en evidencia que el cambio, además de histórico, es de tendencia.
Ante ese y con el mapa político de Córdoba teñido de azul puede que en el PSOE no vean la derrota como útil y, más bien, se les antoje bastante amarga.