De este agua no beberéRafael González

Ritos de paso

«Las despedidas de solteros (y solteras) son los ritos de paso de niños malcriados a adultos inmaduros y consentidos»

Actualizada 05:05

El concejal electo y socialista Antonio Hurtado ha pedido que se regule el turismo de despedidas de solteros en la capital. Hurtado ya está activo y eso puede ser muy bueno para la oposición y muy malo para su jefe de prensa, porque Antonio es un político compulsivo con un Twitter en la mano: ya ha empezado antes de la constitución del nuevo Ayuntamiento el próximo sábado a ejercer de mosca veraniega a la hora de la siesta. No obstante, lo de las despedidas de soltero (y soltera) merecen, si no una regulación, sí alguna que otra atenta lectura.

Según el Instituto Nacional de Estadística, la edad media a la que accede un español varón al ‘primer matrimonio’ – no disparen al pianista, que es así como reza- es de 39,1 años y las españolas, de 36,48. En 2021. Esto quiere decir que los españoles se casan cerca de los cuarenta, y de los cuarenta para arriba uno no debe mojarse la barriga ni pensar desde luego en más matrimonios sucesivos, pero también el INE dice que se es reincidente. Como decía mi amigo Martínez Lagares, muchos optan por casarse en segundas náuseas, lo cual no seré yo el que lo juzgue.

Lo que sí parece un problema es la actitud con la que se llega, cerca de la cuarentena, al matrimonio: vestido de lémur, con sombreros de adornos fálicos en la cabeza y camisetas donde reza el lema «Él es el novio y nosotros solo estamos aquí para emborracharnos». Todo esto suele acompañarse con el cántico suprarregional oé, oé, oéeeee. Los despidientes acostumbran a actuar en manada y, en efecto, tienen en Córdoba un destino favorito para hacer el mandril o mandrila casadera. Una despedida de soltero no deja de ser lo que desde la antropología se denomina rito de paso, una serie de actividades que simbolizan el cambio de un estado social a otro. Hoy en día, no obstante, la soltería se vive de manera muy diferente a hace algunos años y el matrimonio no se ve como una condena eterna. De hecho uno de los grandes problemas de nuestra sociedad es la trivialización del matrimonio o la extraña idea que se tiene de él. Teniendo en cuenta cómo muchos y muchas celebran el rito de paso hacia ese estado civil no es de extrañar que después se acaben en las segundas y hasta terceras náuseas.

Que hombres y mujeres con los 40 asomando en el DNI se comporten como monos (y monas) nos da una idea de cómo pueden, por ejemplo, criar a los cachorros después de la reproducción conyugal. Las despedidas de solteros y solteras son los ritos de paso de niños malcriados a adultos inmaduros y consentidos. Montan espectáculos circenses en la calle y molestan a los guiris y a los paisanos. De vez en cuando se llevan un meco, claro.

Hurtado quiere regular esto – que no prohibir, ha matizado- porque como buen socialista le gusta eso de la intervención administrativa en la vida y en los sueldos de la gente. Además, los espectáculos -en ocasiones chabacanos- de los rituales de paso de la soltería al casorio seguramente le abochornen. Uno es guay, arcoiris y liberado hasta cierto punto y dentro de un orden, caray.

A mí no me molesta ese tipo de turismo porque siempre he sido muy farandulero. Y si se desmadran, pues para hacer respetar las normas cívicas ya están las ordenanzas y las leyes. Lo que sí debería preocuparnos es que uno de los ritos de paso en la sociedad actual sea el de ameba cuarentona soltera a paramecio pureta casado para divorciarse. Con encefalograma plano, peluca de Fidela y con derecho a voto, por cierto.

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