Relatos en verdeRafael del Campo

Verde y oro

«Las gentes que, en su aparente simpleza, cazan más largo que los instruidos y llegan a catar la verdad profunda de las cosas: la sinceridad, el valor y el sentido común»

Era entrar en el coche de cuadrillas y hacerse el silencio; y alargarse los rostros ; y ensimismarse la expresiones. Allí nadie decía ni « mu». Cada uno navegaba en sus pensamientos. Y en sus miedos. Y en sus ilusiones.

Al maestro, en esa situación, cargadito de responsabilidad como iba, siempre le retornaba el mismo recuerdo: su madre despidiéndolo, cuando aún era un novillerillo, antes de ir a torear. Y aconsejándole:

- Hijo mío, vuelve entero…pero no te la dejes ganar por nadie. Y nunca traiciones tu verdad.

Ahora, ya figura del toreo, tenía muchos amigos: algunos eran gente importante, con estudios, como Don Agustín, que era profesor de Filosofía en la Universidad y siempre le acompañaba en el coche de cuadrillas. Se sentaba a su vera y le decía entre dientes, como susurrando:

- Eso o de volver entero y triunfar es un imposible ontológico.

El maestro no entendía bien qué era eso de «imposible ontológico» pero intuía que esos palabros contradecían a su madre y ello, aunque viniera de un sabio, lo encocoraba:

- Pues imposible o no…y ontológico o no...yo, siguiendo los consejos de mi madre, soy figura del toreo.

Pero su amigo, el profesor de universidad, que era tan sabio, no se conformaba. Le podía la vanidad, que es un vicio muy arraigado en su gremio. Y arremetía:

- Figura del toreo sí, pero muchas tardes no has vuelto entero…A ver : ¿ Cuántas cornadas tienes ? Muchísimas…

Y entonces el maestro, que tenía el cuerpo recosido con más de veintitantos costurones, sufría un arrebato de vanidad, que es un vicio muy arraigado en su gremio, y, sin pensar, soltó una retahíla que le salió de corrido, como cuando remataba una serie de naturales adornándose :

- Yo no tengo cornadas porque las cornadas sólo existen en el recuerdo…y el recuerdo no existe. La única cornada que existe es traicionarse a sí mismo y a los que confían en uno…y esa cornada no me la han pegado. Ni me la pegarán…

Ante esa respuesta el profesor de Universidad se quedó amorcillado, sin respuesta. Y miró al maestro. Hasta entonces no había reparado en el color del chispeante: iba de verde y oro. Sí, de verde y oro.

El profesor siempre había pensado que el futuro lo construyen los poetas y los soñadores… Ahora, después de la réplica del torero, trocó su parecer y añadió un nuevo sujeto: los valientes. O sea, los que no renuncian a los propios valores, no se abocinan ante el chantaje, mantienen la propia verdad y no engañan jamás...Aunque el riesgo sea fracasar y morir en el intento. Aunque el riesgo sea pasar a la historia como un pobre poeta, como un pobre soñador…

La camiona disminuyó la velocidad y paró: acababan de llegar a la plaza. El maestro saltó del coche y saludó a los aficionados. Era el pueblo llano el que lo aclamaba. Las gentes que, en su aparente simpleza, cazan más largo que los instruidos y llegan a catar la verdad profunda de las cosas: la sinceridad, el valor y el sentido común. Sin astracanadas y sin verborreas.

El profesor bajó también del coche y tomó para el patio de cuadrillas. Se apoyó un momento en la pared blanca. Cerró los ojos para abstraerse del ruido, de la luz y del color. Y rezongó:

- ¡Qué fácil es todo y qué difícil lo hacemos algunos!

Y luego, como para sí mismo, pero ya en alto, dijo con voz rotunda:

- El futuro será verde… o no será.

Uno de los banderilleros, ya atacado con el capote de paseo, lo miró, mitad sorprendido, mitad sarcástico:

- Este tío está como un jaramagal…

Y el profesor sonrió porque , a su parecer, el futuro era también de los que están un poco locos…

Sonó un pasodoble y se inició el paseíllo. Y el profesor, de nuevo, dijo en voz alta y rotunda:

- ¡¡ El futuro será verde… o no será!!

Una ovación atronó la plaza….

…Y es que acababa de romperse el paseíllo.