Cuando Raimundo Amador ponía de moda el Gitano de temporá, en una canción con los acordes mestizos y con la letra precisa, establecía un axioma aplicable a casi todas las facetas, personalidades, etiquetas y clichés que hay en la sociedad.

En consecuencia, el ámbito del pensamiento (el mismo que involuciona a pasos agigantados) tampoco se escapa de la pose y hay hasta quienes se jactan de ser liberales, aunque en demasiadas ocasiones confundan esta corriente hasta con el amor libre, que es otra cosa.

En Córdoba hay ejemplos sublimes de esos liberales de boquilla, que juran que por sus venas corre, como el caballo galopando por las venas que cantaba el Tijeritas, un capitalismo imparable. Pero, a la postre, cuando llega la hora de la verdad de la verdad, son más keynesianos que John Maynard Keynes.

Cuando la cosa se pone fea (esto es, gano menos de lo que esperaba) esos liberales de boquilla abogan abiertamente por la intervención de la administración, ya sea en forma de ayudas (regar con dinero siempre gusta cuando le cae a uno), ya sea en forma de regulación.

El penúltimo ejemplo está en regular las rebajas como pedía Comercio Andalucía, olvidando que todo lo que sea regular choca con lo liberal, aunque rime el pareado en asonante. Un tipo de petición que, de forma demasiado habitual, se sazona con la pena de la situación por la que atraviesa el pequeño comercio o comercio de cercanía. Una defensa legítima, pero que en no pocas ocasiones pone a los pies de los caballos a las grandes superficies, como si los miles de trabajadores a los que emplea y se ganan el pan ya no fueran de segunda, sino peor, estos serían los presuntos culpables por ganarse el jornal.

Y es que cada uno sobrevive como puede y esto no es liberal, sino inherente al género humano. Cuestión de supervivencia.